“Quizás convivimos en el mismo laberinto de caminos misteriosos en los que él peregrinó austeramente toda su vida sin llegar nunca a encontrar una salida”
Franz Kafka/ La Metamorfosis
- Una mañana. Un sueño intranquilo. Un hombre cualquiera que despierta convertido en algo que no es. Quizá sí. Un empleo. Un jefe. Una familia. La tensión. La tristeza. La vida: somos insectos que bailan alrededor de la luz de una bombilla. Bichos escondidos bajo nuestras camas. ¿Comprenderemos, al menos por un segundo, de qué se trata estar vivos? Luego la historia sigue. El insecto muere. No hay tiempo para llorar. La familia de nuevo. La felicidad regresa. El futuro. Viene otro tipo de tensión, otros vértigos, como si al cerrar el libro una transformación espantosa nos arrojará al suelo, boca arriba y no pudiéramos volver a nuestro estado original. Y ya nada volviera a ser como antes.
- Deberíamos introducir el insecticida en nuestra dieta. Uno debería salir a la calle solo para darse cuenta de lo terrible que es todo allá afuera.Tal vez hace cien años las cosas eran diferentes. No existía la televisión. Mi padre aún no había nacido. La vida no apestaba tanto. Da igual, todo da igual porque en 1915 Franz Kafka publicaría por primera vez La Metamorfosis y el mundo cambiaría para siempre. Esa extraña comedia en la que la autoridad nos visita a la casa de una forma absurda, temible y triste, todo al mismo tiempo. Todo tan cómico como aquel maldito padre que arroja una manzana sobre el lomo de su abnegado hijo, convertido ahora en un espejo de nosotros mismos. Todos somos Gregorio Samsa. La comedia de Kafka es siempre una tragedia, y esta tragedia es también algo cercano, un placer inmenso y puro. Unas patas que se mueven independientes una de otra; una manzana enterrada, pudriéndose en nuestra espalda. El lúgubre aforismo de que la literatura es siempre una expedición a la verdad. Kafka como Gregorio, Gregorio como Kafka. Ellos dos como todos nosotros. Hace cien años tampoco existían los gorritos de piñata ni los programas de cocina. Cien años parecen mucho cuando uno pertenece a la Asociación de víctimas del día a día. Cuando se experimenta la soledad de caer bien a todo el mundo. Pero son pocos para entender la obra de este genio de mirada y orejas feas. Vivir es como hacerle zapping al tiempo. Ni Kafka, ni Gregorio Samsa conocieron nunca la televisión, pero pensaron en todos nosotros. En el futuro. En la vida. Leer La Metamorfosis implica pasarse de una sensación a otra como si de canales se tratara. Gregorio Samsa como los espectadores del presente, ve cómo todo se desvanece entre los escombros de su propia existencia, escondido, siguiendo la lógica del violín de su hermana, inverosímil, tan personal como arbitraria, como si él mismo fuese un espectador náufrago en una mañana terrible, con el control remoto como única balsa. Ya van cien años de aquel sueño intranquilo, y cada nueva lectura es una nueva transformación. Un nuevo placer. Una nueva y triste fiesta en la que bailamos solos.
- A Kafka le gustaba el porno.
- Una tesis: Esperar agazapado a que todo pase en las cloacas de la conciencia. Terminar como un meteorito gigante que desaparece al entrar en la atmosfera. En 1983, Randolph L. Kirk y Donald James Rudy, bautizaron un asteroide con el nombre de Franz Kafka. El asteroide 3412 Kafka pasa por la Tierra cada 523 días. Ojalá algún día Kafka se estrellara contra la tierra.
- Me desvío. Escribo todo esto sin tener a mano la edición barata que leí por primera vez. Cuando vivía en Bucaramanga y era una cucaracha que vagaba por ahí. Hay cosas que no cambian. Pienso en Gregorio Samsa y en su espantosa transformación y me miro al espejo y lo veo. Veo a Gregorio Samsa, con sus cien años encima. Luce evocador, infantil, poderoso dentro de su exoesqueleto, esas cosas primordiales de las que derivan los mitos. Y entonces aplaudo y canto solo y le deseo diez mil años más dentro de nuestras cabezas. Y luego salen mis miedos y mis pesadillas de dentro de una torta y ya no está. Se ha ido a escalar las paredes de mi sala con su mejor sonrisa podrida. Con los años, he pensado que en este libro de Kafka se encuentra una provocación, pero esas son cosas que no sé ni podría nunca encontrar. La Metamorfosis, es la crónica de alguien que muere pero también el modo en que la muerte se despliega en cada página, porque la muerte es el miedo. Porque la muerte es el hastío. Porque la muerte es lo que se despliega del silencio y de la imposibilidad de la comunicación. Porque la muerte son los otros. Es evidente, el poder insobornable de La Metamorfosis pelea a muerte con la paradoja de un arte que incomoda, porque su belleza es feroz y descarnada y es real y está hecha de puertas que se abren hacia afuera. Una historia que nos enfrenta a entender que nuestra guerra interminable e imposible contra la vida es de hecho nuestra vida. Supongo que nunca dejaremos de agradecerle a Kafka por eso.
- Estamos de fiesta. ¡Hurra! En realidad la fiesta se acabó hace un buen rato. Tan solo queda la hermana que barre y esconde la basura bajo la alfombra. Cien años no se cumplen todos los días, es verdad, y yo siento que estas galas fueron menos que discretas y que no estuvieron a la altura de la efeméride. No pude tirar la casa por la ventana, y desde el principio advertí este final opaco y tardío. Por lo mismo, no hay alegría que valga, solo un final donde es imposible no recordar que mañana será otro día, otra pesadilla, otro mal recuerdo. Apago las luces y enciendo el televisor y los insectos saltan a la pantalla sobre la sonrisa nerviosa de un sujeto que intenta vender un viejo rifle a un calvo usurero. Apago todo y tengo la sensación de estar diciendo cosas que nadie leerá. Supongo que no importa. Dormiré.
Mañana todo seguirá igual.