Resulta curioso que un país como Haití, que se dio el lujo de gritar su independencia muy temprano en la historia, viva con un sistema político fallido, esté socialmente fragmentado, sufra el azote de horribles desastres naturales, tenga niveles preocupantes de pobreza y se encuentre espiritualmente miserable.
—Cuando uso la palabra espiritual no lo digo en términos religiosos, sino que me refiero a ese estado de ánimo que llega a grados de nulidad con respecto a la realidad y que lleva al ser humano a convivir con la pobreza, la maldad, el encierro y la indiferencia, como si esas condiciones fueran su destino eterno—.
Y resulta curioso que un país como Afganistán, que abraza de manera febril la religión como norma de vida (el islam) viva en guerras de manera continua sin que ninguna de ellas les haya permitido sacudirse de su crónico estado de postración.
Para explicar la situación en Haití, algunos religiosos, de buena fe, consideran que Dios está irritado con este país por practicar el esoterismo extremo, especialmente el vudú, y citan el texto de Deuteronomio, capítulo 18, el cual considera la hechicería y la brujería como abominación para con Dios. Según esta postura, los haitianos están siendo castigados por los terremotos y van derechito al infierno.
Para explicar lo que sucede en Afganistán, los analistas light le echan la culpa a las naciones que han intervenido en ese país: los británicos en su época, la Unión Soviética en su momento, y Estados Unidos recientemente. Según esta teoría, la intervención de esas potencias creó el problema y lo volvió endémico. Pero hay otros que señalan a la religión del islam (en su versión extrema) como la culpable de todos los males.
Analicemos
Barbados tiene la misma composición étnica que Haití y sin embargo la isla del Caribe ha logrado tener un avance económico importante, pese a todas las dificultades. No es una isla pobre, tampoco rica, pero su población vive dignamente y tienen un lugar destacado en el índice de Gini. La República Dominicana que está al lado rebasa a Haití en muchos indicadores. Entonces volvemos con la pregunta: ¿por qué Haití sigue siendo pobre?
Veamos
Cada persona, cada familia, cada comunidad y cada región posee un espíritu propio que nace con él y lo va refinando con el tiempo. Pero ese espíritu se puede encoger y envilecer de distintas maneras. Una mala alimentación, una familia disfuncional, una sociedad sin reglas claras de convivencia, el mensaje religioso, el poco valor a la justicia, y, un aspecto muy importante, la forma de abrirse al mundo.
Cuando Haití obtuvo su independencia en 1804, creyendo, de buena fe, que estaba haciendo lo mejor, suspendió las grandes plantaciones y consideró que lo mejor era que cada familia tuviera su parcelita. El síndrome de la visión corta y tribal.
Asimismo, se cerró al mundo exterior. Esta visión marcó mucho su destino, y actualmente, además de la crónica inestabilidad política, Haití se ha vuelto dependiente de las ayudas internacionales, hasta el punto de que las ONG son las que administran muchos proyectos, subestimando el recurso humano. La ayuda internacional está más interesada en proveer alimento y otras cosas más, pero no en crear empresas. Obviamente, esa no es su función, pero como esa es la única vía con que cuenta Haití, duele decirlo, hoy es un país limosnero.
En el caso de Afganistán, sin duda alguna, su gran problema es la religión, no las intervenciones. Es más, ellos se han aprovechado de ellas. Repasemos la historia. Fueron los afganos, por iniciativa de los dirigentes Taraki y Amín, quienes les pidieron a los rusos que entraran para vencer a los incómodos talibanes, y luego, con los mismos argumentos, se lo pidieron a los americanos.
Así que ellos han utilizado y manipulado las intervenciones foráneas a los intereses de cada grupo en contienda. Pero como gobiernan para la religión, en nombre de la religión y por la religión, en cumplimiento a lo expresado por el profeta Mahoma, cuando dijo: “Se me ha ordenado combatir a la gente hasta que crean en Alá y su mensajero”, ahí está el problema.