El campo internacional cada vez se mueve con fuerza y hoy es un escenario de fuertes críticas, pues mientras los organismos internacionales siguen enfocados en salvaguardar justas causas democráticas, en financiar reconstrucciones históricas, en promover la paz y la cooperación pacífica entre estados, en suscitar un discurso unificador de bienestar social, de derechos humanos, en el que la ONU y sus delegados repiten en conferencias ilustres por el mundo, enmarcando el rechazo a la inequidad, a la violencia estructural y directa, al otro lado de la protocolaria utopía Haití se hunde en la miseria social.
Una nueva tragedia envuelve al estado haitiano, los problemas en la isla parecen no tener fin. Desde su independencia de los franceses, el país caribeño convive con la desgracia, las deudas públicas históricas, los fenómenos naturales, las disyuntivas políticas y los déficits económicos azotan el entorno social de dicho país que nuevamente es centro de noticia internacional, pues el actual gobierno de Jovenel Moise se declara en estado de emergencia económica una vez más: la carencia presupuestal, los altos niveles de inflación, la devaluación constante del Gourde en el sistema financiero (moneda nacional de Haití ), la inexistencia de políticas sociales, el difícil acceso al agua potable, las falencias en redes eléctricas, el déficit fiscal por más de 130.000 millones de dólares, los escándalos de corrupción del gobierno vigente y la apatía de los estados internacionales agravan aún más la crisis del país centro americano.
La situación del país costero es una de las más críticas de los últimos siglos: el 80 % de su población vive en pobreza extrema; 1 de cada 2 habitantes son analfabetas, según registros de Unicef; el 80,3% de la población no tiene ningún nivel de escolaridad; en el sistema de salud la situación es aún complicada, pues 3 de cada 10 habitantes tienen acceso al sistema, sin contar los múltiples casos de cólera, malaria y la desnutrición, según estadísticas de la organización mundial de las naciones unidas para la alimentación y la agricultura(FAO) 49,79% de la población se encuentra en algún estado de subalimentación. Esto genera una complicada situación en el ámbito local, cuyos efectos son: el diminuto crecimiento de la tasa de producción del país, el producto interno bruto es de 19.357 millones de dólares y el ingreso per cápita de 1.784 dólares al año.
¿Fue siempre Haití un país sinónimo de pobreza?
Parece contradictorio comparar la situación actual del país con sus inicios históricos, pero hace 2028 años, exactamente para 1791, Haití se convertía en el ejemplo revolucionario de América Latina, daba un golpe certero en los colonizadores y se declaraba independiente del yugo francés, pero este batacazo independentista se fue convirtiendo en una pesadumbre inacabable. Ser el primer territorio independiente en América Latina lo convertiría de manera progresiva en el más pobre.
La antigua Saint-Domingue fue convertida en un territorio próspero para los franceses, pues para 1789 era el mayor productor de azúcar en el mundo. Cerca del 75 % de la producción mundial provenía de esta isla. Al mismo tiempo, se caracterizaba por ser centro de intercambio y venta de esclavos, aunque este paradisíaco lugar era una zona de alta mortalidad: las largas jornadas laborales, los excesivos maltratos y las enfermedades copaban en cuerpos nativos la zona.
Para finales del siglo XVIII, los haitianos vehementes por las atrocidades de los ejércitos franceses y airados por una revolución gestada en la marsellesa, que daría la consigna de unos derechos humanos que no les garantizaban, rompieron protocolos y se enfrentaron en una guerra por la libertad, palabra que no fue definida en principio. Hasta 1825 hubo tregua.
¿Desde cuándo inician los tropiezos sociales en Haití?
La consigna libertadora traería trágicas consecuencias al territorio haitiano, pues la independencia en 1791, los más de 5.000 muertos de origen francés condenados por el primer gobernador negro y de origen nativo Jean Dessalines y la construcción constituyente de 1804 generaban repudio a nivel internacional, acto que conllevo al no reconocimiento del territorio y a los bloqueos económicos por parte de los Estados Unidos.
Dicha situación llevaba al país haitiano a un callejón sin salida, por lo que de manera obligatoria tuvo que firmar un acuerdo en el que debía hacerse responsable de indemnizar a Francia con 150.000.000 millones de francos, es decir 21 millones de dólares y unos 67.917.392.885 pesos colombianos. Una suma bastante elevada para la época y que condenaría a Haití a un déficit presupuestal perpetuo, todo esto por ser reconocido, por no quedarse en el olvido, por dejar de ser asediado por buques franceses y bloqueos norteamericanos, y poder disfrutar por primera vez de su libertad.
Haití por un lado necesitaba ser reconocido como Estado independiente, pero por el otro estaba obligado a pagar la multimillonaria cifra, que lo condenaría a la miseria y al subdesarrollo, pues 21 millones de dólares equivaldría al presupuesto nacional de Haití de la época multiplicado por 1.400 veces, razón por la cual le llevó casi 130 años cancelar dicha deuda. Esto sin contar que los préstamos fueron hechos por bancos franceses, cuyos intereses fueron exorbitantes, y que la ratificación la dio Estados Unidos.
Estas cuestiones llevan a preguntarse: ¿tendría sentido explicarle a un país donde el 80% de la población vive en condiciones infrahumanas que existen unos derechos humanos?, ¿sería racional explicarle a un país hundido por la miseria que los principales responsables del declive social y económico son los mismos que promueven el respeto de los derechos humanos y buscan intervenir en Estados con el objetivo de reparar la estructura democrática? Pues sí, comunidad internacional, explíquenselo a Haití.