Hagamos manguala. A propósito del partido amañado de Llaneros y Unión

Hagamos manguala. A propósito del partido amañado de Llaneros y Unión

La cultura de la corrupción se disfraza beáticamente en los cultos y misas y por arte de magia desaparece auxilios y dineros...

Por: Alexis Díaz
diciembre 16, 2021
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Hagamos manguala. A propósito del partido amañado de Llaneros y Unión
Foto: Pixabay

Éramos unos pelao’s corriendo tras la pelota. Armábamos equipitos de a cuatro o cinco jugadores para disputar un torneo relámpago, antes de irnos a la escuela.

Otras veces, cuando éramos menos, jugábamos al rompe-tapa. Una especie de tiros penales donde el ejecutante, si anotaba, pasaba a hacer de arquero en la improvisada portería, cuyo parante  izquierdo era un árbol de acacia. Ya en el ocaso del juego, “ el loco “ me de decía al oído: "Iki, hagamos manguala p’a sacarle la piedra a Poncho".  Y entonces se formaba la mamadera de gallo más memorial.

Acusando dignidad y con la cara adusta, encarábamos a nuestros rivales en busca de sacarles la pelota, o para untársela. Pero siempre terminábamos simulando un resbalón o una descachada. Y en el rompe-tapa ni se diga. Poncho y los demás esperando el turno de patear, mientras el “loco” y yo manejábamos códigos secretos para anunciar a qué costado iba la bola y así tirarnos al palo contrario.

Hasta que nos descubrían porque uno de los dos actores olvidaba su libreto y terminaba riéndose a pedacitos. ¡Estos hp están haciendo manguala! gritaba Poncho con ojos desorbitados y las comisuras de los labios apelmazadas de saliva.  -¡Noooo, no, cuál manguala, hp! - negábamos la temeraria acusación con toda suerte de argumentos atinentes a la mala suerte en el fútbol, o haciendo un fluido reconocimiento de las bondades  del contrario, fuera “ melangueando “ o pateando desde los doce pasos.

Hasta que el sainete se hacía insostenible al igual que la burla; el juego terminaba por falta de garantías y tirios y troyanos acabábamos tirados en el andén de misia Esther todavía remendando inverosímiles crónicas del azaroso juego.

Pero lo hacíamos mamando gallo. Sólo para reirnos. Nadie le prometía a nadie una gaseosa, y menos, Pony Malta con mojicón. No existían la coima, los sobornos, la extorsión moral ni siquiera en nuestro vocabulario. Y menos había un oscuro personaje caminando en derredor del “peladero” donde jugábamos esgrimiendo un maletín repleto de cucas, roscones y gaseosas.

Pero ahora desde el fútbol profesional se les enseña a los niños a ganar dinero por perder. A que ser pillo paga y a vender la honra y la dignidad por un plato de lentejas. La estúpida comedia llevada a las tablas por jugadores de Llaneros y Unión Magdalena para forzar el ascenso del equipo samario fue evidente, aunque a decir verdad, actuábamos mejor nosotros en la barriada.

Qué vergüenza, qué indecencia y qué falta de decoro. Las lágrimas de Nelson Flores, técnico de Fortaleza, el equipo que vió boicoteadas sus ilusiones y trabajo, no obstante la derrota ante Bogotá, constituyen un clamor ante el mundo del fútbol, y sobre todo ante los bipolares directivos del fútbol profesional en Colombia.

Esos mismos que revenden boletas, viajan en primera clase con viáticos exorbitantes , fabrican calendarios a favor de los peces grandes y se hacen los de la vista gorda ante las denuncias por adulteración de documentos y fechas de nacimiento.

Es la cultura del chantaje diluida subrepticiamente en nuestro ADN. Esa que en temporada electoral saca a pasear carrieles y bolsas negras atestadas de millones . La que negocia en las ágoras senatoriales los costos de un proyecto o una elección.

La cultura de la corrupción que se disfraza beáticamente en los cultos y misas y que por arte de birlibirloque desaparece auxilios estruendosos por catástrofes o desnutrición en nuestros niños.

La que en las marchas paga por destrozar e incluso por matar. Esa misma que en el mundial del Argentina 78 celebraba la clasificación por goleada mientras en sus cuarteles de dictadura ahogaban los sueños de los estudiantes con torturas sanguinarias.

No sé si somos un país de mierda, como lo catalogó alguna vez un atribulado periodista, pero ya llevamos adherido en la piel un almizcle fétido, muy parecido al de las cagadas.

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