¡Lo qué nos faltaba!
Una guerra tribal en el sangriento y visceral campo de batallas de las redes sociales -que de redes poco y de sociales menos- (mejor es enredos antisociales) acabamos de presenciar en Colombia en ocasión a la lamentable tragedia de Tasajera que ya suma 22 muertos y 47 heridos.
¿Tasajera? Sí. En este país muchas comunidades y sitios geográficos saltan a la buena y mala fama no por sus conquistas originales sino por sus tragedias. ¿Se acuerdan? Mapiripán, Machuca, El Salado, Chengue, Bojayá… y no nos alcanzaría el espacio para seguir soltando el llanto.
Lo primero que surgió como causa básica de la tragedia no fue ni la pobreza, ni el vandalismo, ni el oportunismo (de los pobres), no; el coro de racismo y desprecio iba dirigido a un grupo social en particular: los costeños, los únicos culpables, “costeños tenían que ser”.
No vamos a detenernos en nuestra defensa. No vamos a responder con la misma moneda con la que nos pagan la cantidad de cobardes iletrados, arribistas y prepotentes que se sienten superiores por el color de la piel, el dejo cantado de su dialecto o porque allá hace frío y acá nos achicharramos en la canícula del Caribe.
Somos lo que somos -antes que costeños- por nuestra larga tradición Caribe de resistencia y de enfrentar el desprecio de un resto de país (minoría por supuesto como siempre son las élites en cualquier sociedad); que miran por debajo del hombro todo lo que les sea diferente y no esté a su altura de civilización paramuna.
De hecho, poco caso hacemos a los desprecios. Todo lo contrario, hay que hacer del desprecio un arma para emanciparnos en identidad y pertenencia a una región que significa mucha en historia, aportes sociales y económicos, y que le marcamos la pauta cultural al país.
La pobreza en el Caribe (parecida a la sub sahariana en algunos casos) no es algo buscado por nosotros (los costeños), es algo que está ligado a la misma estructura de sociedad que los prepotentes y racistas han ido moldeando en nombre de la democracia.
Que tenemos culpa. Pues claro que sí. Elegimos a los dirigentes regionales, a los presidentes y al congreso; llevamos con orgullo una vida ligada a la contemplación y el goce, pero también trabajamos y bastante. Algo de mala suerte (a lo Henry Fiol) también cunde en el aire como un aliento infernal que transpiramos resignados en veces.
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En el Caribe se ama y se quiere, se trabaja, se cultiva la cultura que después salen a vender por el mundo; la hipocresía no es nuestro fuerte
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Entonces en vez de pagar con la moneda de la guerra contra esos que nos señalan por la condición social y racial que portamos entre porros, cumbias, merecumbés, vallenatos y gaitas; entre esfuerzos cotidianos para zafarnos de la informalidad y la ilegalidad: mejor adoptémoslos con un abrazo sincero, una carcajada que despierta al vecindario, con mariscos frescos en mares de miles de colores, de frente, de una sola pieza y alegres a pesar de la vida que nos ha tocado.
Ellos no se merecen nuestro odio sin fundamento. En el Caribe se ama y se quiere, se trabaja, se cultiva la cultura que después salen a vender por el mundo; la hipocresía no es nuestro fuerte. Lo de nosotros es la verdad monda y lironda. Lo demás “vale verga”.
Coda: una de las cosas que más extraño en la cuarentena infinita de estos días es no bajar al Golfo de Morrosquillo en Tolú y Coveñas en temporadas altas y como en otros tiempos exclamar: “¡Nojoda, hay más cachaco que gente en estas playas!”.