"Una de las cosas más importantes sobre los pobres es que son invisibles" (Michael Harrington).
En los últimos días, y a raíz de la pandemia del coronavirus que nos desvela, hemos escuchado en los medios, en la calle y en otros escenarios voces destempladas que declaman al unísono que esta es una pandemia “democrática”, que la muerte nos iguala a todos, entre otras simplicidades que buscan darle algún tipo de sentido a la tragedia que nos agobia. Nada más alejado de la realidad, ya que en el universo de casos conocidos existen dos microcosmos que ejemplifican hasta qué punto las desigualdades de clase condicionan las expectativas de vida y las posibilidades de supervivencia.
Dos casos, con 108 años de diferencia, resumen el espectro. Estos son el hundimiento del Titanic, que descolla por el gran número de fallecidos (67.7% del total de pasajeros), y lo ocurrido en Smithfield Foods, planta procesadora de cerdo de Dakota del Sur, que se constituye en el foco número uno del COVID-19 en Estados Unidos, con 644 casos confirmados entre empleados y personas contagiadas por ellas.
Estos dos casos, a pesar de la lejanía en el tiempo, tienen denominadores en común: el hacinamiento, la desigualdad social, la escasa información de la que disponían las víctimas sobre lo que ocurría y la condición de los inmigrantes. En el caso del Titanic, estos eran segregados y confinados tras las rejas. En el caso de Smithfield Foods, su fuerza laboral está compuesta principalmente por inmigrantes y refugiados (y por afroamericanos y latinos mal pagados) de países como Myanmar, Etiopía, Nepal, Congo y El Salvador, que eran obligados a estar uno al lado del otro a menos de 30 centímetros de distancia de sus colegas y entraban y salían de vestuarios, pasillos y cafeterías llenas de gente [1].
La tragedia del Titanic supuso la primera ocasión en que los muertos fueron cuantificados por clases sociales y esta novedosa información reveló que la supervivencia dependió sobre todo del nivel socioeconómico de las personas, tanto es así que del sector de pasajeros de tercera clase murieron 528 pasajeros (el 74,79% de esta sección). O sea, que de la 3ª clase murieron las tres cuartas partes de los pasajeros, mientras que de la 1ª clase sólo murieron 122 personas, (el 37,54% de esta sección), lo que representó solo algo más de un tercio [2]. Esta disparidad se acentúo, incluso después de muertos, ya que en las operaciones de rescate de los cuerpos se decidió deshacerse de los cuerpos desfigurados y en especial de aquellos viajeros de tercera clase que no podían identificarse rápidamente [3].
En el caso del Titanic cada clase tenía acceso a su propia cubierta y a botes salvavidas asignados aunque un factor crucial de segregación es que en la sección misma de tercera clase del barco no fueron almacenados botes salvavidas, además que existían rejas que separaban a los pasajeros de tercera clase de los demás pasajeros. Pero esto no era en previsión de un naufragio, sino en el cumplimiento con las leyes de inmigración de Estados Unidos y la temida propagación de enfermedades infecciosas.
El caso de la planta de Smithfield Foods, aunque lejano en el tiempo con relación a la tragedia del Titanic, también se ha convertido en un microcosmos que ilustra las disparidades socioeconómicas que la pandemia mundial dejó al descubierto, mientras que muchos profesionales en todo el país están trabajando desde casa, los empleados de la industria alimentaria, como los de Smithfield, se consideran "esenciales" y debían permanecer en la primera línea de batalla, y pese a que los trabajadores y defensores de la comunidad inmigrante en Sioux Falls, alegaron que se ignoraron las solicitudes tempranas de equipo de protección personal, que igualmente se incentivó a los trabajadores enfermos a continuar trabajando y que se les ocultó la información sobre la propagación del virus, incluso cuando corrían el riesgo de exponer a sus familias y a la población en general, en últimas todos coinciden que el brote que llevó al cierre de la planta fue evitable [4].
Podemos deducir que las condiciones de vida previas nos condicionan ante desastres, tragedias y pandemias, el hacinamiento y la disparidad económica de los trabajadores fabriles con respecto a otros sectores de la economía, ilustran las desigualdades socioeconómicas que la pandemia mundial del COVID-19 ha dejado al descubierto, tanto es así que por ejemplo, algunos condados del estado de Dakota del Sur tienen, en promedio, 12 años menos de esperanza de vida en los hombres y 17 en las mujeres que en Minneapolis o Utah. Las desigualdades son tan extremas que debemos ver a los Estados Unidos como un país donde conviven muchos países distintos. Inmensas islas de desigualdad quedan enterradas bajo un promedio [5].
A nivel mundial existen infinidad de ejemplos que ilustran este cóctel mortal, por ejemplo el incendio de la fábrica de confección de camisas Triangle Waist Co. de Nueva York, el 25 de marzo de 1911 causó la muerte de 146 personas: 129 trabajadoras y 17 trabajadores, dejando otras 70 heridas. La mayoría de las víctimas eran mujeres jóvenes inmigrantes de entre catorce y veintitrés años de edad. La víctima de más edad tenía 48 años y la más joven, 14 años. La tragedia se debió a la imposibilidad de salir del edificio en llamas puesto que los responsables de la fábrica de camisas habían cerrado todas las puertas de las escaleras, para evitar los robos que eran habituales en la zona [6]. El 24 de abril de 2013, en Daca, capital de Bangladés, se derrumbó el complejo textil Rana Plaza. Murieron 1.138 personas y más de 2.000 resultaron heridas, en un colapso considerado como la peor tragedia de la industria textil. Se cumplen siete años de un evento que evidenció las malas condiciones laborales a las que estaban sometidos los trabajadores, que ganaban menos de 50 dólares al mes.
La evolución de los datos de la pandemia en el futuro, nos permitirá corroborar la tesis de que esta es una epidemia de clases y que la muerte no nos iguala a todos, por el contrario, los muertos los ponen las clases menos favorecidas e históricamente excluidas y en situación de laxa vulnerabilidad.
[1] Coronavirus en EE.UU.: la remota fábrica de carne de cerdo que se convirtió en el mayor foco de COVID-19 en el país. Por Jessica Lussenhop, para BBC News.
[2] La estructura social del Titanic. Por Javier Sánchez Herrera, para www.infolibre.es
[3] Qué pasó de verdad con los cadáveres de los pasajeros pobres del Titanic. Por Héctor G. Barnes, para El Confidencial.
[4] Coronavirus en EE.UU.: la remota fábrica de carne de cerdo que se convirtió en el mayor foco de COVID-19 en el país. Por Jessica Lussenhop, para BBC News.
[5] Aprender a mirar la salud, como la desigualdad social daña nuestra salud. Joan Benach y Carles Muntaner. Editorial El Viejo Topo, página 45.
[6] Incendio en la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York