Nuevamente, se presentan en escenarios futboleros, y fuera de ellos, situaciones de desbordada violencia. Lo acontecido esta semana con la muerte de tres persona por el hecho de portar camisetas diferentes, a las del equipo de los hinchas agresores, vuelve a poner sobre el tapete el problema de las llamadas “barras bravas” y los hechos de violencia y desafueros que recurrente y sistemáticamente vienen haciendo en los estadios.
Asistir a una instalación deportiva, o ser seguidor de un equipo, se ha vuelto una zozobra. En cualquier momento unos desadaptados, que se hacen llamar “barras bravas”, convierten el recinto en una batalla campal o agreden a quienes identifican fanáticos contrarios al equipo de sus afectos.
Cada vez que ocurre un hecho, de esos, -y son ya numerosos y recurrentes- se hacen cuestionamientos y se piden responsabilidades sobre lo acontecido. Se incluye en ellas la que, según algunos, genera ese deporte, per se, y su dirigencia.
Y ahí, en esa percepción, tacaron burro pues el futbol, como deporte, tiene en la situación de violencia que se está presentando la única responsabilidad, indirecta, de ser el aglutinador de esa degradación moral que, sin él, se encontraba dispersa pero latente
Vistas así las cosas, la pregunta es: ¿qué medidas deben tomar las autoridades, y los dirigentes deportivos, para erradicar estos bochornosos hechos ya de común ocurrencia en los estadios colombianos y que presagian graves tragedias? A más de mejoras en infraestructura, vigilancia, cámaras de seguridad etc. ¿estarían las autoridades dispuestas a adoptar, otras medidas que por lo prácticas y al ser direccionadas hacia el foco del problema, lo eliminarían, pero que resultarían antipáticas e impopulares?
Veamos pues, abordemos el asunto, así sea que por ello me insulten. En Inglaterra cuando el manejo de los hooligans se volvió insostenible, al identificar que esos grupos violentos provenían de las clases menos pudientes, resolvieron eliminar su asistencia a los estadios con una medida que aquí podría resultar odiosa y controversial. Masificaron las transmisiones televisivas de los partidos y subieron el valor de las boletas, para que los revoltosos, no pudieran concurrir. Es decir, circunscribieron la asistencia a los estadios a una elite de ciudadanos de buen comportamiento, inserta en otra de mayor capacidad adquisitiva. Los revoltosos, se vieron obligarlos así, a seguir los partidos por televisión.
En Colombia, ocurre todo lo contrario. Los equipos de fútbol, subvencionan con rebajas y regalo de boletas a los integrantes de las “barras bravas”, que son quienes causan los problemas y acaban con el espectáculo. Quienes adoptan normas de conducta civilizadas, huyen de los estadios y los problemas.
Ahí, está expuesta la diferencia y esbozada la inquietud. El planteamiento, es duro, impopular y antipático, pero tremendamente realista en lo práctico. Porque, por más argumentación y responsabilidad que al estado se le quiera endilgar sobre la incultura, falta de educación y barbaridad de esos ciudadanos; para asistir a un partido de fútbol, a las carreras, no se les puede civilizar. ¿Tendremos la madurez para afrontar una realidad y ponerle el cascabel al gato?
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