Como en aquellos días previos a su nacimiento, el niño Dios, el Cristo, busca posada, pero, como en ese entonces, ahora no la encuentra.
Un país con mayoría cristiana, entre católicos y evangélicos, observa inerme y pasivo cómo nuestro Dios fue sacado a empellones de nuestras aulas de clase, instituciones y hogares, y estúpidamente aletargados no protestamos. Las minorías ateas y los intelectuales progresistas, como se hacen llamar ahora, se salieron con la suya, con la alcahuetería de gobiernos permisivos, que buscando agradar a unos cuantos nos despojaron de los más grandes y sublimes valores para reemplazarlos por una cascada de empalagosos y desenfrenados “derechos”.
Lenta, tenue, sutil, imperceptible y solapadamente fueron llegando las filosofías europeas y “civilistas”. Para complacer a unas minorías y estar conformes al modernismo decadente, de hipócritas libertarios, libre pensadores, materialistas ateos e intelectualillos bohemios agnósticos, las Cortes de Justicia en asocio con legisladores somnolientos y de relajadas costumbres establecieron dulcetes derechos como el matrimonio entre uno y uno, no entre uno y una, el libre desarrollo de la personalidad, la ideología de género, el aborto y otros desparpajos propios de países que han llegado a estados presunta y falsamente idílicos, al solucionar su miseria y necesidades básicas, no teniendo más para hacer que legislar melifluos cuanta estupidez y extravagancia se les ocurra.
Pues bien, ¿cómo afecta la falta de los sagrados derechos axiológicos a un pueblo? Yo digo que de manera grave y ostensible, pues ellos son el báculo espiritual y sostén del Meta-Estado. Sin ellos, la permisividad degenera en libertinaje y disolutez, generando una sociedad hedónica, laxa, parasitaria, sin disciplina, metas y logros altruistas. Por otro lado, la mofa e irrespeto de la ley y la autoridad, como factores de inseguridad y transgresión de ella, empeoran la situación.
Como queda claro, unos pocos sometieron a las mayorías, fuimos cocidos a fuego lento, sin darnos cuenta, hasta el punto en que es más importante el desfile de orgullo gay que reverenciar al Sagrado Corazón de Jesús, ¡vaya desparpajo!