Yo nunca había visto a Carlos Antonio Vélez. Ocurrió en el vuelo de regreso a Bogotá. Viajé a Barranquilla a ver el debut de Colombia en la Eliminatoria y ahí estaba el analista, junto a su fiel escudero, Farid. Me llamó la atención la soledad en la que estaba. Nadie se le acercaba a pedirle un autógrafo o una foto. Ni siquiera a Farid. A él parecía no importarle. Carlos Antonio se basta a sí mismo. Incluso llegaron otros periodistas. Todo el combo de Caracol. Diego Rueda, Tato Sanín, César Augusto y Cadavid, quienes perseguían a Willington Ortiz para hablar con él. Willy sigue siendo figura. Estaba al lado de Arnoldo Iguarán. Diego Rueda le dijo con tino “Viejo Willy, sigues haciéndole pases a Arnoldo”, y Ortiz se rio. Si lo hubiéramos visto jugar dejaríamos de lado toda esa polémica de quién fue mejor. Igual él fue el mejor. Y a todas estas Carlos Antonio solo hablando con Fichu, su amigo. Se ubicaron en la tercera fila del avión. Me llamó la atención que ningún periodista de Caracol lo saludó. Solo Liche Durán, de ESPN, lo llamó maestro. Y Vélez igual la saludó con desgano. Se notaba que la conversación con Mondragón estaba carnuda.
A Vélez no le da miedo traicionarse. Él sabe que la única manera de mantenerse vigente en esta profesión, en tiempo de redes sociales, es la de dar de qué hablar. Y por eso Palabras Mayores, su programa en RCN radio, se planifica desde el Consejo Editorial, para poner temas picantes, que despiertan ampolla. Es un provocador, es un maestro de la provocación, ¿A quién se le hubiera ocurrido, en pleno Mundial de Brasil, ponerse en contra de James? A Fernando Vallejo y a él. El gusto de hacerse odiar.
Yo nunca había visto a Carlos Antonio Vélez. Ocurrió en el vuelo de regreso a Bogotá. Viajé a Barranquilla a ver el debut de Colombia en la Eliminatoria y ahí estaba el analista, junto a su fiel escudero, Farid. Me llamó la atención la soledad en la que estaba. Nadie se le acercaba a pedirle un autógrafo o una foto.
Estuve tentado de ser bien groopie y pedirle a Vélez y a Farid, tengo muchos amigos petristas en redes, la rabia que les hubiera dado. Pero no, no me gusta importunar. Carlos Antonio es el orgullo de sus hijos Luis Carlos y de sus nietos. Fuera del personaje es un tipo leal, de convicciones fuertes, al que no le importa decir públicamente lo que piensa de Petro y de Uribe.
Mientras otros se mueren en la sopa fría de su aburrimiento, Carlos es una caja de música que es lo que dice. Pero ojo, él es solo una máscara exitosa. Su máscara le ha dado nombre y trabajo en un país que desprecia a sus opinadores y subestima a los que escogen una profesión tan improbable como la de analista de fútbol. Sí, una de las mejores ideas de la televisión fue juntar, a comienzos de este siglo, a Iván Mejía, Hernán Peláez y Carlos Antonio en los Tres Tenores, una idea de Guillermo Díaz Salamanca que naufragó simplemente porque era demasiado buena para ser verdad. Las conversaciones que nos perdimos, Dios.
Carlos Antonio habla duro y no le importa, se bajó del avión y el resto de la humanidad éramos invisibles. El único que parecía notar su importancia era Farid, quien a pesar de su 1.90 parecía chiquito a su lado. Con una sonrisa socarrona Carlos Antonio demostraba que el resto de la humanidad estamos equivocados: sabe que en esta vida es mejor ser odiado que ninguneado. Él estuvo en esta vida, pasó. Con eso hace rato que ya cumplió.