"¡Que las iglesias paguen impuestos!". Estas fueron las palabras de Katherine Miranda, representante a la Cámara por Bogotá de la Alianza Verde, esta semana. Las mismas generaron una agitada discusión en redes sociales y en medios de comunicación. Sin embargo, no es la primera vez que alguien sale con esta clase de ideas (populistas que generan exposición mediática), las cuales aparecen cada vez que se habla de una reforma tributaria, sobre todo ante la urgencia del gobierno para conseguir 25 billones para cuadrar caja y pagar parte de la deuda ocasionada por el coronavirus.
Es evidente que a nadie le gusta que le toquen su bolsillo, y ante la necesidad de estos recursos, en la lógica de estos políticos, toca apuntarle a todo lo que genere dinero o tenga dinero. Las iglesias entran en esa definición, porque esa es la concepción que se tiene de las iglesias en general, y sobre todo cuando no están obligadas a pagar renta. Si se gravaran, seguramente, el Estado recaudaría algo, eso sí, no los exagerados e imaginarios 1.8 billones que dijo la representante Miranda sin ningún sustento.
En este momento se supone que todos debemos ayudar, que muchos colombianos no la están pasando bien, y que los que tienen deben dar. Entonces, ¡que las iglesias paguen impuestos!, ¡que no se hagan los de la vista gorda!, ¡que apliquen lo del amor al prójimo que tanto predican!, y, ¡que lo demuestren, pagando! Así suena el razonamiento de los promotores de esta idea, pero la realidad es que se equivocan, porque su sesgo ideológico no les deja ver el cuadro completo, porque estas organizaciones hacen y mucho por la sociedad.
Es verdad, las iglesias funcionan con los aportes (limosnas, diezmos y ofrendas) de sus asistentes. No obstante, gravarlas sería un error conceptual porque se estaría gravando a las personas doblemente, ya que el dinero del cual salen sus aportes es el que les queda libre después de pagar impuestos (IVA, renta, predial, vehículos, sobretasa a la gasolina etc.)
Las iglesias, dentro de sus múltiples actividades y misiones sociales, alcanzan y ayudan a personas que están atravesando por conflictos personales, problemas de salud mental, son redes de apoyo para personas que no tienen para comer (tienen comedores comunitarios), ayudan a las familias mejorando el dialogo entre ellas, evitan conflictos, fortalecen las relaciones entre padres e hijos, educan (no solo académicamente sino en valores y principios, que son el fundamento del ser humano), trabajan con habitantes de calle, población desplazada, han dado refugio y ayuda a los migrantes venezolanos, brindan espacio para que los niños y jóvenes puedan ocupar su tiempo libre, ayudan a niños que han sido abusados, ayudan a mujeres que son víctimas de violencia, empoderan mujeres para ayudar a otros, forman valores ciudadanos, fomentan la responsabilidad por lo público, ayudan a personas víctimas de adicciones, fomentan la creatividad de las personas para emprender y salir adelante, y contribuyen a la sana convivencia lo cual disminuye los índices de violencia en la sociedad.
Su aporte a la sociedad es incalculable, gravarlas desincentivaría y disminuiría toda la labor que hacen, sí se pudiera buscar una cifra para que la gente entendiera la magnitud del impacto de la iglesia, los 7,3 billones de pesos que para este año tiene como presupuesto el ICBF, se podrían asemejar a esa cifra, porque la iglesia que está en los 1103 municipios de Colombia y atiende casi todas las problemáticas y poblaciones que atiende el Instituto.
Así que señores políticos, opinión pública, en vez de estar imaginando cómo coartar la libertad de las personas para manejar su dinero, deberían abrir los ojos y darse cuenta de que hacer que la iglesia pague impuestos es una terrible y costosa idea.