La guerra de Colombia no tendrá fin empleando las armas, simplemente porque ellas son instrumentos de violencia. Si se quiere lo contrario a la guerra, no utilicemos mecanismos de guerra. La paz llega por el diálogo, la comprensión, el respeto y el perdón.
La posición de la opinión pública en Colombia frente a los diálogos de paz no es positiva, hasta el punto de establecer recias oposiciones. Estar en contra de las conversaciones de paz es razonable, pero querer acabarlos es apoyar la posición de querer acabar la guerra con guerra. Guerra más guerra: destrucción, pobreza y muerte.
Las razones de muchos para no creer en el proceso son razonables, pero querer continuar con la guerra es inadmisible. Algunos argumentan que las Farc se sirven de los diálogos para fortalecerse, basándose en experiencias pasadas. Otros, sin argumentos válidos, expresan que en La Habana todo es una mentira, y que el gobierno del presidente Santos solo está negociando la soberanía de las Fuerzas Armadas.
Las Farc, por medio de atentados, también reducen la fe de los colombianos. Se hacen necesarias muestras de paz contundentes, para que un país lleno de incredulidad y dolor por tanta violencia acepte que dialogar con los promotores de la violencia es la solución.
Las críticas con argumentos son aceptadas. Sean falsas o no las conversaciones, han avanzado más que cualquier otro intento. Algo que invita a creer.
Durante 50 años de conflicto interno en Colombia con las guerrillas (Farc), las armas no han sido la solución. Entonces, ¿por qué no intentar algo diferente a la guerra?, algo así como un proceso donde se escuchen las razones del conflicto, se diriman las diferencias y se establezcan soluciones que imposibiliten la creación de nuevos conflictos a futuro.
Colombia debe cambiar el chip. El país debe eliminar de la memoria cualquier información de guerra y odio e introducir gigabytes de paz y perdón. Existen países donde han finalizado conflictos por medio de conversaciones, en Colombia se puede hacer lo mismo. Los procesos no son fáciles, mucho menos cortos, por eso es necesario llenarse de paciencia.
La intolerancia, una de las principales causas del conflicto, debe erradicarse de nuestra naturaleza, asimismo el odio (promotor de la violencia), debe salir de los corazones, para poder establecer la paz. Consumando el odio podremos perdonar sin guardar rencores.
Aceptar que toda persona en el mundo tiene una segunda oportunidad, lo cual permitiría integrar los excombatientes a la sociedad, representaría el fin de la guerra. La reconciliación es la salida.
La paz depende de nosotros: de los sacrificios que estemos dispuestos asumir; de los retos que estemos dispuestos afrontar para acabar con el conflicto; de los conocimientos que estemos dispuestos a compartir y, sobre todo, del interés y deseo que tengamos de lograr la paz.