En un artículo titulado El último de los miserables, publicado en la revista Arcadia, hace un tiempo, si mal no recuerdo, en la postrera edición de 2010, Lina Vargas, relacionó el caso de Bertrand Cantat con Diomedes Díaz.
En Colombia aún permanece en la memoria el asunto de Doris Adriana Niño. En la noche del 14 de mayo de 1997, ella, quien sostenía una relación sentimental con Diomedes Díaz, murió en el apartamento del cantante, en Bogotá. Fue una sobredosis de cocaína que produjo en la mujer un paro cardíaco, eso se dice. Un campesino encontró el cadáver de la mujer en el municipio de Cómbita, Boyacá. El Cacique de las Juntas fue condenado a prisión. Los doce años de pena se redujeron a 6, más solo cumplió tres años siete meses. Después se le dio libertad condicional y, en 2007 pagó 67.000 dólares a la familia Niño.
A su vez, el rockero, Bertrand Cantat, el 15 de octubre de 2007, salió de la prisión de Muret (departamento francés de Haute Geronne). Permanecía allí cumpliendo la condena, pues asesinó a Marie Trintignant. El cantante declaró que solo le había dado una cachetada. Más la autopsia demostró que Marie había recibido diecinueve golpes. Los hechos ocurrieron en Lituania, más exactamente en Vilna. El gobierno lituano lo llevó a la cárcel. Condena de ocho años. Con el tiempo fue trasladado a Francia y se le permitió la salida de la prisión bajo fianza. Después los jueces estimaron que Bertrand Cantat “no pretendía las consecuencias de sus actos”. Mucho más, en el Tribunal de Toulouse, el encargado de aplicación de las penas: “basó su decisión en los esfuerzos de readaptación social del condenado, así como la perspectiva de la inserción social y profesional”. El cantante resultó libre. Ella, Marie Trintignant, falleció el 1 de agosto de 2003, en una clínica parisiense de un edema cerebral.
Louis Althusser, filósofo francés, quien fue ingresado (1980) en una clínica psiquiátrica después de haber matado a su mujer, al sentirse comparado con Issei Segawa, asesino japonés, se sentía aterrorizado. En efecto, escribe Élisabeth Roudinesco en Filósofos en tormenta: “Se le comparaba con un criminal que había logrado evadir la justicia mediante una parodia de sí mismo, un criminal cuyo destino había sido radicalmente el suyo”.
El japonés Issei Segawa, en París, asesina a una mujer holandesa, Luego procede a despresarla, cocinarla y comérsela. Al ser aprehendido se le declara enfermo mental y se le encierra en un psiquiátrico. El gobierno francés por petición del padre de Segawa, concede que este cumpla la condena en Japón. Al llegar allí el criminal no va a un psiquiátrico. Se le deja libre. Es declarado “normal”. Pronto se convierte en un personaje mediático, autor de best sellers y experto en criminología.
Louis Althusser se sentía mortificado de que se le comparara con el antropófago japonés puesto en libertad. Louis Althusser asesinó a Hélène Rytmann, la mujer con la que había vivido durante treinta y seis años. El crimen tuvo lugar el 17 de noviembre de 1980. El artículo 64 del Código Penal francés, de entonces, decía: “que no hay crimen ni delito cuando el acusado está en estado de demencia en el momento de la acción”. A Althusser luego de reivindicar su acción se le declara “enfermo mental”. Por lo tanto, no pudo asumir su responsabilidad psíquica y jurídica, ni se le condenó a la pena capital, existente en ese momento, para quien asesina a un hombre o una mujer. Es más al declarar a Louis Althusser enfermo mental, el criminal no podía ser castigado, pues el acto carecía de existencia jurídica. Como consecuencia, Louis Althusser quedó sin ciudadanía, en el reino de las sombras. Pero Althusser no estaba loco. Él hubiese preferido que se le declarase un criminal ordinario y, por lo tanto, condenado a la pena capital. En 1985, decidió reconstruir el crimen. Este se encuentra publicado, en el libro El porvenir es largo. Quizá debería llevar como título: La escena del crimen.
El crimen de Hélène Rytmann, según Louis Althusser fue así: “Arrodillado muy cerca de ella, inclinado sobre su cuerpo, estoy dándole unos masaje al cuello. A menudo le doy masajes en silencio, en la nunca, en las espaldas, en los riñones: aprendí la técnica de un camarada de cautiverio (…) Pero en esta ocasión el masaje es en la parte delantera del cuello. Apoyo los dos pulgares en el hueco de la carne que bordea lo alto del esternón y voy llegando lentamente, un pulgar hacia la derecha, otro un poco sesgado hacia la izquierda, hasta la zona más dura por encima de las orejas. El masaje es en V. Siento una gran fatiga muscular en los antebrazos: es verdad, dar masajes siempre me produce dolor en el antebrazo (…) La cara de Hélène está inmóvil y serena, sus ojos abiertos miran al techo. (…) Y de repente me sacude el terror: sus ojos están interminablemente fijos y sobre todo, la punta de la lengua reposa, insólita, apacible, entre los dientes y los labios.(…) Ciertamente, ya había visto muertos, pero en mi vida había visto el rostro de una estrangulada. Pero ¿cómo? Me levanto y grito: ¡He estrangulado a Hélène!”
Ahora bien, ¿sucede lo mismo con el hombre sin importancia colectiva? Cuando me hago esta pregunta recuerdo un suceso, que mojó con tinta en los periódicos hace tiempo. Fue en una de las grutas de Calipso, un motel a la salida de Fontibón, por la vía de occidente. En el juicio, el padre de la mujer muerta (arrojada en el separador de la Y que da entrada a Fontibón con la variante) dijo: “Yo sabía que mi hija salía con alguien. Más este no es el hecho que me causa pena. Lo que me duele y por lo que pido justicia es por haberla arrojado a la calle, después de que ella murió”.
El hombre viajó de la ciudad de provincia hasta la capital. Debía asistir a un seminario para asumir la gerencia en un banco. A lo largo de la semana, vestido de paño inglés, camisa de seda, zapatos de charol, acudió puntualmente al curso para conseguir el ascenso. La fortuna le sonreía. El viernes en la tarde terminó el evento. Confirmó por vía telefónica, los tiquetes aéreos para el primer vuelo de avión, el día sábado, a la ciudad donde residían la esposa y los hijos. Luego llamó a la “amiga”. El resto sucedió en el motel. Ocurrió algo inesperado pues ella en el colmo de la pasión murió. Desconcertado, el hombre trató de reanimarla, pero poco a poco el cuerpo fue perdiendo calor. Sin saber qué hacer, la vistió como pudo. La subió al coche y lentamente se dirigió a la Y. Allí la dejó, en la madrugada. El hombre fue condenado a varios años de prisión, a la esposa se le concedió el divorcio, los hijos lo despreciaron…
¿Cómo obra la justicia? En el caso Diomedes Díaz hay algo que no se entiende: Si no hubo asesinato, pues se dice que fue una sobredosis ¿por qué al cantante se le condena? ¿Fue Diomedes Díaz quien arrojó el cadáver de Doris Adriana Niño en el campo? Y si eso fuera cierto, ¿ese es el motivo para apresarlo tres años siete meses? El rockero francés queda libre luego de una pena leve, como si el hecho de la muerte de Marie Trintrignant no fuera grave. Mas el crimen no fue un acto premeditado. Sin embargo, a Issei Segava que es responsable de sus actos, en Francia se le envía a un psiquiátrico. No obstante, en el Japón se le deja libre y además se le reconoce socialmente. En el caso de Althusser no se le condena, a pesar de que él acepta su responsabilidad en el crimen, sino que se procede a declararlo “enfermo mental”. Por otra parte, es curioso que se condene al hombre que no asesinó a la mujer sino que la arrojó en la vía. ¿Por ese hecho merece varios años de cárcel?