Mientras los políticos martillaban entre guerra y paz creyendo que de ese debate saldría el próximo presidente de la República, los medios de comunicación destapaban ollas podridas que hervían sobre el binde de la corrupción, en todos los órganos del poder. La olla más nauseabunda de 2017 fue, por desgracia, la de la Justicia, pero en dañado y punible ayuntamiento con el Ejecutivo y el Legislativo. Sin embargo, Odebrecht seguía arrojando noticias y reviviendo procesos por parapolítica que dormían una larga siesta por las manipulaciones de la sociedad Bustos, Ricaurte, Tarquino, Moreno y de sus filiales de más bajo perfil.
Esta vez se nota en los sondeos de opinión el fastidio de la gente con la corrupción y sus consecuencias por encima de los miedos urdidos contra una paz que morigeró los estragos de una guerra que parecía eterna. Algún día tenía que reventar ese fastidio contra unos dirigentes políticos que hicieron del Estado un botín de cuantiosos dividendos, canalizados a través de cacaos electorales y como si la zafra no acabara gracias a un electorado masoquista que, de todas maneras, vota por ellos –sin interrupciones– bajo aguaceros, truenos y relámpagos.
Es sintomático que Sergio Fajardo y Gustavo Petro vayan punteando en tales sondeos, porque del resto de conglomerados de partidos, facciones, movimientos y alianzas nadie puede lanzar la primera piedra. A Humberto De la Calle, que es un hombre inteligente, preparado, serio y correcto, lo estigmatizan por haber presidido el equipo negociador de los Acuerdos de La Habana. Debería ser lo contrario. Ojalá a los que amedrentan intonsos con el castrochavismo no se vean sorprendidos con un efecto contrario si el país rememora las escachadas inmarcesibles como la parapolítica (“voten mis proyectos antes de que los pongan presos”), las chuzadas del DAS, la operación Yidis Medina, Agro Ingreso Seguro, las subrogaciones a los congresistas amigos de la Seguridad Democrática con las incautaciones en la Dirección Nacional de Estupefacientes y los falsos positivos.
La corrupción, más que cualquiera otra banderola para oportunistas,
está agitando la ira general
contra la “legión de los mismos con las mismas”
La corrupción, más que cualquiera otra banderola para oportunistas, está agitando la ira general contra la “legión de los mismos con las mismas”. Es por eso por lo que candidatos buenos pero mal apadrinados marcaron bajito en el muestreo de fin de año, pues los consideran hipotecados a su “mentor”. El desarrollo de la campaña dirá si Colombia se sacude, si explora otras posibilidades de redención con otros nombres y otro estilo y otras ideas, o se somete de nuevo al rejo de caporales concupiscentes que piensan más en sí mismos que en los infortunios de Colombia, sus regiones, sus departamentos, sus distritos, sus municipios y la gleba pobre que les vende el sufragio para comer tres veces, y no una sola, en un día de elecciones.
Tiene que aflorar el fastidio contra una élite cuyos ministros, jefes de Departamentos Administrativos, secretarios generales de la Presidencia, gerentes de empresas oficiales y entes descentralizados, gobernadores, alcaldes, contratistas, magistrados de altas cortes y militares de elevado rango han ido a dar con sus huesos a las cárceles por peculado, tráfico de influencias, cohecho, concierto para delinquir y hasta lavado de activos. Este desfile del poder a las celdas acerca más al castrochavismo, por reacción o indignación, que formalizar un pacto de paz sin cambiar el sistema político. Venezuela llegó allá por los desafueros de Carlos Andrés Pérez, Lusinchi y Caldera.
El poder no puede ser palenque de delitos e inmoralidades. Tiene que ser una fuerza gigantesca al servicio de ideas que refuercen los fines del Estado, y los ciudadanos el resorte político de un modelo de dirigentes, como decía Burdeau, caracterizado por la cultura y la razón. Es la primera vez que noto al pueblo inclinando la balanza hacia donde la contaminación política no apeste. Pidámosle que su voluntad castigue y no periclite en esta encrucijada que aconseja dolerse de una patria lacerada por la codicia de su oligarquía. Corrupta, sin duda, e insaciable.