Soy un gran admirador de las volteretas políticas de los colombianos. Disfruto explicándole a mis amigos extranjeros sobre este voltiarepismo maravilloso.
¿Que cómo es posible que un candidato que fue miembro del Partido Conservador, luego salte al Partido Verde, luego monte su propio partido, y luego se inscriba en el Partido Liberal? Normal amigo, en Colombia eso es normal. ¿Que cómo es posible que una campaña use la imagen de un expresidente para promover a su candidato, y que luego este al ganar la presidencia, termine partiendo cobijas con su antiguo aliado, hasta el punto que se convierten en opositores totales? Normal; mágico.
En temas de sostenibilidad urbana, la novela es similar. ¿Que cómo es posible que los candidatos que promueven la sostenibilidad de nuestras ciudades durante sus campañas, se dediquen a promover la venta de carros, bajar el precio de la gasolina y romper montañas para construir autopistas, apenas resultan electos? Normal, nada extraño compañero. Aquí tenemos senadores que cobran 24 millones de pesos al mes, pero que no pueden ir a trabajar porque la gasolina les sale muy cara. Tenemos senadores que dedican su tiempo a presionar para que el Estado compre de a dos camionetas blindadas para cada uno de ellos. Tenemos congresistas que votan reformas de la justicia sin leerlas, y lo admiten con orgullo ante el público. Normal; obvio.
Esta semana, por ejemplo, empezaremos a ver a todos aquellos personajes adictos al carro, amantes de las sillas traseras de las 4x4, montándose a la bicicleta durante los días sin carro. Los veremos en Ibagué el miércoles, los veremos en Bogotá el jueves. Lucirán cascos torcidos, camisetas estampadas con su número de tarjetón. Pedalearán incómodos, sudorosos; con una falta de costumbre penosa que no les permitirá levantar sus manos del manubrio. Pero lo lograrán; en este maravilloso país de volteretas, lograrán posicionarse como “ambientalistas”. Prometerán corregir los errores de aquellos que están en el poder, y hasta los ciclistas terminarán tomándose la foto con ellos.
Al final sin embargo, la pregunta de los extranjeros siempre es la misma: ¿y ustedes no hacen nada? ¡Cómo me molesta esa pregunta! Los suecos inocentes piensan que nosotros nos vamos a quedar de brazos cruzados mientras los políticos acaban con nuestras ciudades, ríos y selvas; ¡jamás! Piensan que nosotros simplemente elegimos a los mismos, amigos de los mismos, y engendros de los mismos. ¡Holandeses ignorantes! Piensan que nosotros simplemente llegamos a votar el día de elecciones, sin haber investigado la hoja de vida y acciones previas de los candidatos; ¡qué tal!
Para que los politiqueros y aprendices de politiqueros no se tomen el poder, utilizamos muchas herramientas. Por ejemplo, criticamos en el Facebook y le damos retuit a las noticias que no hemos leído (liberamos toda esta armada siempre y cuando no sea día de reinado, fútbol ó carnaval). Fuera de eso, cuando la situación es crítica, soltamos bombas ortográficas cojas, en cuanta sección de comentarios —al final de los artículos periodísticos— se nos atraviesa. Es así, con esta combinación ganadora, que garantizamos un futuro más sostenible para nuestra sociedad; ¿o no?
Además, ¿qué más podríamos hacer? ¿Revisar en detalle la verdadera trayectoria de los candidatos, detrás de todo ese photoshop? No, no, eso implica demasiado trabajo. ¿Comprometer a los candidatos, con su firma, para que sigan una agenda específica de propuestas en sostenibilidad? ¿Empoderar a los ciudadanos para que busquen física ó virtualmente a sus candidatos favoritos para que se comprometan con semejante Pacto? Podría ser.
Pero eso implicaría que luego, cada vez que se descarrilen durante su mandato, tendríamos que ir nosotros mismos —los ciudadanos— a pedirles que nos rindan cuentas, y digamos las cosas como son: ¿quién tiene tiempo para comprometerse tan profundamente con su sociedad?
Si algún arriesgado lector se anima a comprometerse así, aquí encuentra ese Pacto.