Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla, frase atribuida al presidente argentino Nicolás Avellaneda (finales del Siglo XIX) o al filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás (principios del Siglo XX), ello en el espectro de distorsión de aquella, uno de los padecimientos de nuestra atribulada matria (solo hay una).
Prefiero la matria por encima de la patria, un neologismo de la crítica literaria femenina para referirse a la crisis de los sistemas patriarcales, el colombiano durante estos dos siglos de vida republicana, que ignora en la construcción de este escenario el rol de mujeres: Policarpa Salavarrieta, Manuelita Sáenz, Manuela Beltrán, María Cano y Esmeralda Arboleda.
El tema agrario ha sido tergiversado por los historiadores del establecimiento; en los tiempos de la Patria Boba, en los que solo quienes tuvieran propiedad inmobiliaria podían votar por Asambleas o Colegios Electorales que escogían al Presidente y a los Congresistas, no obstante que Bolívar había propuesto otorgar tierra a los valientes lanceros.
Y esta es la semilla de las grandes desigualdades en Colombia, en la que de la mano de la Iglesia Católica los terratenientes conservadores perpetuaron el poder en una constante puja con las ideas liberales, como las de Bolívar desde su periódico “El Correo del Orinoco” (1818 a 1822), dirigido por Zea como importante fuente sobre la campaña libertadora.
Fueron editoriales liberales de Bolívar: “El ignorante, que siempre está próximo a revolcarse en el lodo de la corrupción, se precipita luego infatigablemente en las tinieblas de la servidumbre” y “El derecho de expresar sus pensamientos, y opiniones de palabra, por escrito, o de cualquier otro modo, es el primero y más estimable bien del hombre en sociedad”.
No se puede ocultar a “El Insurgente” con 13 ediciones (agosto a noviembre de 1822), que ventiló las discusiones de los conceptos políticos fundamentales al inicio de la República, cuestionándose el halo de perfección que exhibía la prensa estatal, los funcionarios y el sistema político instaurado. No fue el conspirado Ezequiel Rojas el fundador del Partido.
En el periódico liberal “La Noche”, que fundó y circuló en Bogotá durante 1845 y 1846, Juan Nepomuceno Vargas, refutaba a la prensa conservadora “El Día” con una estocada lapidaria: “La noche es madre del pensamiento: en medio de la calma majestuosa que ella inspira, callan las pasiones turbulentas, y ceden su lugar a la razón”, ahí las disertaciones nocturnas.
La liberal y federalista Constitución de 1863 reconoció a los “Estados Unidos de Colombia” con sus 9 estados soberanos (Antioquia, Bolívar, Boyacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena, Panamá, Santander y Tolima), organizado como gobierno popular, electivo, representativo, alternativo y responsable, para garantizar derechos y garantías individuales.
Consagró inviolabilidad de la vida sin pena de muerte ni cadena perpetua, privación de la libertad solo por motivo criminal o por pena correccional juzgada conforme leyes preexistentes, libertad de pensamiento escrito sin limitación, libertad de circulación, libertad de empresa y de trabajo, derecho de petición con resolución, inviolabilidad de domicilio, y otros.
Estas ideas lograron su auge en el Liberalismo Radical (1863 a 1885), pregonando las libertades individuales y las garantías sociales a través del progreso para enfrentar la pobreza, con la enseñanza de las artes y oficios, la educación superior y la cultura, promoviendo la producción agraria, construcción de caminos, ferrocarriles y la navegación por el río Magdalena y el Telégrafo.
Pero estas ideas fenecieron a partir de la Constitución de 1886, con la alianza entre los conservadores y los liberales convivialistas, fortaleciendo a la iglesia católica despojada de poder y de riqueza en el Liberalismo Radical, consolidando las castas y sus privilegios, así como las desigualdades, y el bipartidismo con su Frente Nacional entre 1958 a 1974.
No obstante, el esfuerzo de la Asamblea Nacional en 1991 a partir de la Séptima Papeleta que rompió la hegemonía de esa esclerótica y centenaria Constitución, prevaleciendo la voluntad popular con grandes avances, estos fueron diezmados por el Congreso de la República, la Corte Suprema y el Consejo de Estado, bajo la égida de los Partidos Conservador y Liberal.
La consagración de la exclusiva soberanía popular en la Carta del 91, sumada a la prevalencia del derecho sustancial está por encima de los escleróticos procedimientos de reforma constitucional, defendida por grandes gremios empresariales, gamonales electorales, iglesia católica y protestante, gran y pequeña burguesía, y la intelectualidad del establecimiento.
Pero la triste realidad no avizora posibilidad de una gran alianza popular y ciudadana que emprenda esta tarea, quienes ya han iniciado solo concitan espacios políticos que no logran convocar a los distintos estamentos de la sociedad civil, la que pensaron Gramsci y Gorz, como aquella que no está mediada por la injerencia del gobierno.
Recordemos que el disenso es creador, por ello lograr ese cambio estructural implica un gran esfuerzo político alternativo de nosotros. Gaitán lo dijo antes de su inmolación en 1948: “Nos hallamos apenas en el período inicial de toda revolución: la emoción. Por eso no somos revolucionarios sino simplemente rebeldes, es decir inconformes”.
Un moderno “Tango de mi Revolución” (2018) de Juan Robles dice: “Armo la revolución, desde mi habitación / Con tan solo un lápiz y un papel / Escribo lentamente / Se que la puedo hacer / Observo mi rostro en el espejo / Mucho tiempo queda por aguantar / Veo luces que se apagan, sin cesar / Y no entiendo a qué lugar iremos a parar”.