En la última semana de mayo un grupo de personas agredió con piedras, fuego y panfletos la casa de un querido profesor de la Universidad Nacional de Colombia. Estas acciones delictivas no corresponden con el sentido de la vida académica, como tampoco corresponde el crimen que denuncian los panfletos. ¡Pongamos fin a las violencias!
Soy feminista, y estoy convencida del papel fundamental del feminismo en el tránsito hacia una humanización sensible y solidaria. Hace unos días escuché a un líder cultural decir que la violencia es propiedad de los hombres… eso es una barbaridad. La violencia es de propiedad de la insensatez, la ineptitud y el barbarismo. El feminismo es el movimiento que puede llevar a todas las diversidades al centro del interés humano, para allí asegurar el respeto a sus derechos.
Los hombres también tienen un papel en la construcción de una sociedad del cuidado mutuo. Hay muchas razones sociales, históricas e incluso animales por las que los hombres terminan agrediendo a las mujeres, pero una razón poco discutida es que los hombre cosifican y deshumanizan una parte de su propio cuerpo, asocian sus genitales con armas bélicas: flechas, pistolas… Los hombres hacen gestos de penetración cuando quieren insultar o tomar venganza porque piensan en su sexo como un arma de guerra. Si el órgano del placer se piensa como una cosa producida por la industria; entonces, por metonimia, el hombre todo se vuelve desalmado. Como resultado no es raro que confundan el deseo sexual con el deseo de destrucción.
Una revolución del pene debe rediseñar la manera como ellos, y todxs, lo imaginamos. Es urgente repensar al pene, restituirle la capacidad de cuidar, proponerle tiempos rituales en oposición a los industriales de efectividad, eficiencia y consumo masivo. Los hombres, todos, tendrían que entrar en estado contemplativo cada mañana para resignificar su sexualidad destrozada por las guerras que ya no tienen justificación alguna. Y los profesores universitarios tienen que dar ejemplo de una masculinidad nueva promotora de la equidad y el respeto. Así mismo, en las universidades tenemos que repensar los lugares, mecanismos y propósitos para ejercer poder.
En fin, es a través de la palabra, la palabra que pone a circular imágenes, la palabra que diseña futuros como podemos zanjar las dificultades. El profesor que recibió la violencia y los panfletos debe recibir, de todos, actos reparadores que le permitan tejer de nuevo la confianza en la comunidad a la que pertenece. Las estudiantes demandantes necesitan un espacio en el que sean escuchadas con todas las garantías. Y los profesores abusadores deben responder por sus actos tanto legal como académica, científica y argumentalmente haciéndose cargo de que esto no vuelva a ocurrir ni en las universidades, ni en los colegios, ni en las iglesias, ni en las prisiones, ni en los hogares, ni en ningún lugar.
¡El diálogo es la puerta que se abre y nos invita!