Un derecho fundamental del ser humano es el de la libertad de opinión, complementado con el derecho a la libre difusión de sus ideas, así como el de la libertad de cultos. Apenas estamos iniciando la socialización y consolidación de estos derechos consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuya proclamación por las Naciones Unidas tuvo lugar el 10 de diciembre de 1948. Aún los fanatismos religiosos, políticos e ideológicos se oponen a la vigencia real de estos derechos. Sin embargo, la intelectualidad racionalista del planeta es respetuosa de los mismos y aboga por su vigencia y su práctica.
De modo que en la actualidad no son posibles hechos ignominiosos del pasado como la inquisición. Todos los credos religiosos deben ser respetados, lo mismo que todos los partidos o movimientos políticos y todas las escuelas filosóficas. Así unos crean en Jehová, en Alá o en otros dioses, hay espacio también para los ateos y los agnósticos. Para algunos son necesarios los dogmas y los cultos, para otros basta la simple comunicación espiritual con su respectivo ser supremo, dios o padre celestial.
En todo caso, esto significa un gran avance en la evolución de la humanidad, de sus ideas, del pensamiento y la conciencia. Por la misma razón no deben proliferar hoy en día doctrinas basadas en la exclusión, como el nacionalsocialismo o como el Centro Democrático, cuyos militantes se consideran depositarios de la verdad absoluta. De ahí su costumbre de anatemizar a quienes piensan diferente tildándolos de anarquistas, comunistas, terroristas, castrochavistas, y aunque el comunismo sintetiza las sublimes ideas humanistas, para ellos es la peor antidemocracia.
Aquí afloran preguntas difíciles de contestar acertadamente: ¿por qué los humanos nos hemos dividido en dos grandes grupos: el de quienes consideramos que todos los seres humanos somos iguales y tenemos derecho a una vida digna, y el de quienes piensan que hay razas, etnias, clases sociales superiores a otras, y que los inferiores deben ser esclavizados, sometidos a la voluntad de los supuestos superiores? Además, ¿por qué no podemos organizar una sociedad igualitaria donde cada individuo pueda vivir dignamente y desarrollar al máximo sus potencialidades?, ¿por qué nos quedamos aferrados al principio falso de que sin competencia no hay progreso? Parece que nos hemos basado mucho en Hobbes: “El hombre es un lobo para el hombre”. También, en Darwin: "No es el más fuerte de las especies el que sobrevive, tampoco es el más inteligente el que sobrevive. Es aquel que es más adaptable al cambio" La Declaración Universal de los Derechos Humanos ha empezado a resolver este problema y ojalá podamos llegar en consenso a una solución lógica, justa y humanista.
Lo mismo ocurre con la democracia. Aristóteles la pensó limpia, sin trampas, sin sobornos; pero hoy en día no es más que un vocablo engañoso, pues en ella se escudan infinidad de tramposos y la han tergiversado hasta el punto que el tamaño de la democracia es proporcional a la cantidad de riqueza de quienes se benefician de ella, claro, abusando de la ignorancia y las necesidades de los sufragantes. En resumen, se vota a cambio de limosnas pero no por programas, programas que también son mentiras puesto que los ganadores no los cumplen ni los votantes los hacen cumplir.
La declaración de los derechos humanos y la democracia requieren unos ajustes necesarios para que cumplan sus objetivos esenciales y dejen de ser letra muerta o la justificación de los abusos de los poderosos. Por esta razón, hasta ahora los derechos humanos solo han servido para garantizar el derecho a la propiedad privada ilimitada y la libertad de explotación de la fuerza de trabajo, y la democracia no ha pasado de ser la compraventa de la conciencia de los ignorantes.
Sin capacitación en estos valores, concebidos correctamente, no seremos capaces de cambiar esta sociedad hundida en la inmundicia (corrupción, guerras, homicidios, violaciones, destrucción del medio ambiente, dictaduras, fanatismos, intolerancia, etcétera).