Es obvio que la paz no se alcanza con la firma final de un acuerdo definitivo con las guerrillas de las Farc, y menos en un país con múltiples conflictos y complejidades. También es comprensible, que con las Farc desarmadas, se abren enormes posibilidades para ese país profundo donde habitan campesinos y colonos, que no tienen cédula de ciudadanía, que claman oportunidades y que requieren ser incluidos en el mundo donde habitan la mayoría de los colombianos.
Como principio espiritual, la paz hace referencia a ese estado interior desprovisto de sentimientos negativos como el odio, el rencor, el deseo de venganza.
En su estado ideal, la paz evita hacer el mal y está por encima de cualquier ideología, credo, filosofía, o corriente política. Es responsabilidad de todos los colombianos y se construye en todos los hogares, en escuelas y colegios, en las universidades, en las calles, en los puntos de encuentro de los campos y ciudades, en cualquier espacio de participación ciudadana.
Cada colombiano debería practicar como regla de vida cincelar con su buen comportamiento la paz que soñamos, el país que queremos. Enorme desafío es construir paz y para alcanzarla en su estado más avanzado, se debe comenzar por dialogar fluidamente con el mundo que nos rodea, establecer con mayor decisión un mejor bienestar para todos los ciudadanos, apartarnos cuanto antes del monstruo de la venganza, de los celos, de la polarización que nos destruye a mordiscos.
Sobre los campos y caminos de la Colombia profunda, viven colonos, campesinos y los nobles seres que conforman cabildos indígenas y consejos comunitarios; ellos sin duda, son los más optimistas por los resultados alcanzados hasta ahora en la mesa de conversaciones instalada en La Habana; en esas latitudes no aplican las encuestas.
Sobre la Colombia urbana, la desconfianza debe abrir paso al diálogo. Es preciso que sobre cada hogar, sobre las calles y sitios de trabajo, en las ciudades, sobre cada pedacito de los valles y montañas, sobre cada ribera de los ríos que adornan la profunda, auténtica y desconocida ruralidad colombiana, todos los días se hable de la paz con la que soñamos.
Paz es… caminar sin miedo en línea recta entre Zambrano y San Onofre, atravesarnos desde Arauca hasta Bahía Solano, sin advertencias. Paz es... caminar por la tocha de Orejón hasta el río Cauca, recalando sobre el Paramillo, antes de encontrarnos con Tierralta; Paz es... navegar por los manglares desde Tumaco hasta Buenaventura, sin salir al mar, atracar sin temores en La Tola, probar sin afanes los palmitos y chontaduros de las palmas húmedas de Güapi.
Paz es... decidir en familia desde el comedor de un hogar en Bogotá, que mañana nos vamos para los cerros de Mavecure, remontando el Inírida; paz es... entrar por el río Atrato hasta Riosucio, desde Necoclí, pasando por las playas donde esconden sus huevos las gigantes tortugas cana; paz es... subir con morral en la espalda desde el cañón del Araracuara en el Caquetá, hasta la Sierra Chiribiquete, con raciones para tres semanas sin que nos secuestren.
Paz es… caminar sin miedo entre Zambrano y San Onofre,
atravesarnos desde Arauca hasta Bahía Solano, sin advertencias;
subir al Transmilenio sin preocuparme del robo, decidir en familia desde el comedor
Paz es... subir al Transmilenio sin preocuparme de que me roben; es hablar sin miedo por celular en la calle sin que nos maten; paz es... decir lo que pensemos sin que nos hagan bullying, enviar a los hijos al colegio con la seguridad que los educan, usar las direccionales de mi carro con la certeza de que el de atrás me deja cambiar de carril, cuidar el nivel de ruido de mi establecimiento o el de mi fiesta, medir el impacto de mis actuaciones, respetar el bienestar de mis semejantes.
Paz es... usar más el diálogo que el debate, cambiar el tono rivalizante que en el fragor de la defensa de los argumentos, del frenesí y de la pasión, conduce a pasar por encima de quien piensa distinto, sembrando posiciones irreconciliables.
Para construir paz, necesitamos crecer en la unidad del país, creer que si es posible un país distinto, reconciliado y justo, lejos de lo que nos ha dividido. La nación que soñamos será posible, en la medida que controlemos la omisión, en la medida que derribemos el conformismo que nos ha despedazado.
Para transformarnos en una nación reconciliada, moderna, justa, equitativa y respetuosa con sus habitantes, territorios y recursos naturales, es preciso que termine la lucha de intereses particulares y se privilegie el interés general; ese apotegma que ha caracterizado las expresiones trascendentes de la vida nacional, ha venido aplazando el crecimiento, la competitividad, el desarrollo, la productividad y el buen uso de nuestras potencialidades.
Es por eso que todos los días debemos hablar de Paz... ¡es necesario persistir hasta alcanzarla!