A mí me gustan las películas que tienen los efectos especiales en las palabras. Diálogos, monólogos, soliloquios que me acompañan después de salir del teatro, que me siguen hablando en sueños, que me dicen algo cuando estoy mirando a ningún lugar. Personajes que pueden ser distantes pero no distintos a los sentimientos de mi vecino. Gente ordinaria que vive a veces historias extraordinarias o no. La pantalla del cine de estos días proyecta la vida.
Stephen Hawking no es el protagonista de la historia de Stephen Hawking, es la mirada de Jane Wilde —su novia, la madre de sus hijos— pero más que la ratificación de la frase “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer” es la demostración de que el amor tiene y contiene solidaridad, ternura, admiración, atracción e imperfección. El hombre de sus sueños hace parte de su realidad y la realidad es de pronóstico reservado: Stephen sufre una extraña enfermedad y tiene dos años de vida. Ella decide, sin saberlo, apoyar la divulgación científica de manera determinante: se casa con él. Todo relato público tiene una versión íntima, doméstica. Mientras los reflectores aplauden la actuación de Eddie Redmayne encarnando al célebre científico yo me detengo en la interpretación contenida, sutil, emotiva de Felicity Jones en el papel de Jane. La teoría del todo o la hipótesis comprobada del lado femenino de las cosas.
Adentro de Boyhood palpita un reloj biológico. En un tiempo en que la factoría de asombros de la industria cinematográfica tiene fondo de telón verde y la inteligencia artificial de una computadora parafabricar imágenes imposibles justo aparece esta película de Richard Lynklater en que la inteligencia de un pequeño grupo de personas casi inventa un nuevo género entre el documental y el argumental. Aquí la vida casi es ficción y la ficción es vida. Doce años de filmaciones hechas con la pasión, paciencia y método de un biólogo que se detiene a ver una flor crecer. En esta película no pasa nada, es decir: pasa todo.
El excéntrico John Dupont —anómalo puede ser un término más exacto— es uno más de aquellos millonarios que piensan que todo puede comprarse con dinero. No es de extrañar; su madre le pagó a un chico para que fuera amigo suyo en la infancia. Si su madre compra caballos como símbolo de la dinastía que constituye este apellido él decide ser dueño de una selección nacional de lucha libre (la de EE. UU.) para comprar una reputación. Y lo hace. Y es una historia real. Y no puedes creer que se haya vivido algo así. Y Mark Ruffalo merece cien premios por su actuación. Y Steve Carrel merece mil premios por su actuación. Y el cine merece más películas como esta: Foxcatcher.
La argentina Relatos Salvajes no se llevará el Oscar a casa, dicen. La competencia contra la película polaca Ida está perdida, dicen. Yo solo puedo decir que en ese juego de relatos acerca del desespero incontenible protagonizados por algunos de los mejores actores que puedan encontrarse a este lado del río es imposible no pasar de la ira a la risa ante los hechos que se dejan venir como cascada de momentos absurdos ante los que ningún ser humano podría quedarse con la camisa bien puesta bajo el cinturón, adentro del pantalón. #AyudameBombita a que la sorpresa diga que el Oscar hable en español cuando digan and de Oscar goes to… Algo es seguro, habrá alguna voz que diga Gracias en nuestro idioma sobre las alas de Birdman y su reflexión sobre el ego y la fuerza que cada ser humano encuentra para levantarse cada día de la cama aunque lleve años de caídas al piso. Un actor con una carrera venida a menos en la piel cuarteada de Michael Keaton es la constancia y afirmación de esto que digo. La vida es un plano secuencia, ya lo dije antes.
¿Qué tiene Robert Downey Jr que interpretándose a sí mismo en cada papel sigue enamorándonos a todos? La gran excepción a esta regla es su laureado Charles Chaplin, en las demás puede ser Iron Man o Sherlok Holmes o el abogado que intenta defender a su padre en El Juez el resultado es exactamente el mismo: un sensual cínico de magnífico humor que nos seduce a todos. Dejando la testosterona y las feromonas de lado está Robert Duvall en uno de los mejores papeles de su vida siendo El Juez, la película que habla de un hombre que ha dado su vida en el intento por ser justo y no tiene mayor enemigo que él mismo al sentarse en el banquillo de acusado en un estrado. El hombre que juzgó a miles ahora será juzgado. Y es la vida única que puede dar el veredicto.
Aunque su elenco no desfile esta vez por alfombras rojas de galas y premios y estén presentes todos los efectos digitales no puedo olvidar a Cristopher Nolan y a Interestelar: ese viaje al interior de nosotros mismos, metáfora perfecta de la existencia y de la insistencia por sobrevivir. Tal vez las matemáticas sean el idioma de Dios, pero los números no entienden de amor y ese es el motor invisible por el que vale la pena buscar nuevos mundos. De vez en cuando es filosofía lo que habla por el haz de luzdel proyector.
Vamos a cine, dejemos que el cine venga a nosotros. Estamos hechos de historias y siempre nacemos al contarlas, al oírlas, como aquellos primeros hombres y mujeres que se sentaban alrededor del fuego encendido en la fogata de la noche para contarse cómo estuvo el día antes de irse a dormir a la cueva.
Hablemos de cine, corazón.