Aquí un presidente se ve en la obligación de pedir la extradición de una compatriota presa en Venezuela a un presidente sin gobierno, pero elegido a dedo por unos países extranjeros. Aquí los que más patrimonios económicos tienen, pagan menos rentas. Aquí le prestan más rápido un avión a un extranjero para que se pasee por otros países, que a unos compatriotas urgidos de salir de una nación con una pandemia.
Aquí mueren a diario miles de personas por hambre, por falta de una buena atención en salud, se va la luz a cada rato en millones de hogares, reprimen con severidad las marchas de protestas, pero cuando ocurre lo mismo en otros países, como por ejemplo en Venezuela, esos mismos sucesos son reprochados por el propio gobierno.
Aquí pasan tantas cosas malas que ya no alcanzamos a dimensionarlas en un contexto general y por eso tal vez nos queda más fácil ver la paja en los ojos de los países ajenos, que la viga en los ojos nuestros.
Vivimos aún en el realismo mágico que nuestro único Nobel literario dio a conocer al mundo a través de sus libros. Un realismo que, más que mágico, posee las contradicciones más increíbles de todo el planeta y el universo, como por ejemplo:
Aquí promueven una ley en honor a un ilustre condenado, un comandante del Ejército le envía un mensaje de solidaridad a la familia del sicario con más muertos encima por su triste fallecimiento, una excongresista condenada por compra de votos revela los nombres de sus compinches, pero no le hacen caso porque es una prófuga de la justicia, además, porque está en un país hermano que ahora es un enemigo por su gobierno.
Aquí somos unos "buenos colombianos" si pensamos como un expresidente, pero si no lo hacemos, somos unos "miserables izquierdosos, mamertos, castrochavistas, petristas, flojos y vagos que quieren que todo se los de el Estado", cuando la verdadera realidad, que no es la mágica, es que ellos son lo que dicen que somos nosotros.