Camila proyecta una misteriosa mezcla de distancia y amabilidad. De cercanía y desconfianza.
Desde mis primeros desplazamientos a Cuba para cubrir el proceso de paz, me llamó la atención la joven guerrillera, que toreaba con sorprendente habilidad las ambiciones de los medios de comunicación de lograr «la chiva de los diálogos».
Menuda, pero fuerte, con una dentadura perfecta y una mirada siempre atenta, a Camila se le ve entrar cada mañana con la delegación del grupo insurgente para después escuchar y recibir las solicitudes de decenas de periodistas que se agolpan a su alrededor, después de cada comunicado leído por sus superiores.
Vestida generalmente de civil, sobria, pero siempre con algún símbolo de las Farc, que contrasta con pendientes o anillos de colores vivos u otros detalles coquetos, Camila recibe también los cuestionarios que los periodistas le envían a los voceros, llenos de preguntas. «A veces viciadas» dice, mientras cuenta que en las noches, el teléfono no para de sonar. «Al principio de los diálogos me ganaba permanentemente vaciadas de los periodistas que me insultaban a mí cuando un comandante decidía no dar una entrevista».
Sin embargo, con una sonrisa y algo de ironía asevera «yo respiro profundo y siempre encuentro la forma educada de responderles».
Entre uno y otro encuentro por los corredores del Centro de Convenciones de El Laguito, Camila respondía a nuestras inquietudes lanzando preguntas sueltas, como tratando de entender las dinámicas de los medios y lógicas de los periodistas colombianos y del mundo, que de un momento a otro tuvo que enfrentar después de permanecer más de 16 años en la clandestinidad.
A pesar de su extrema amabilidad era difícil abstraer su historia personal. En la única entrevista que ha dado, (Kaos en la Red) asegura que su vinculación fue en el año 1994.
Calculo que Camila hoy no supera los 35 años. En ese entonces, dice, «era estudiante de segundaria, en una pequeña ciudad del valle del Cauca, fui militante de la Juco donde aprendí a diferenciar entre lo justo y lo injusto para después conocer a las Farc-EP». Según esa entrevista, Camila es hija de padres de origen paisa, también militantes de izquierda e incondicionales con su decisión revolucionaria.
Con ganzúa y después mucho provocarla me contó que en algún momento, mientras realizaba una misión urbana, fue detenida, interrogada y torturada por militares. En sus brazos pude constatar, cicatrices y señas de ese capítulo que según dice «nunca va a olvidar».
De las pocas cosas personales que manifestaba Camila, por estar en La Habana, era el sacrificio que implicaba estar lejos de su pareja, cuya identidad guardaba con recelo. Para entonces, yo no sabía que hablaba de Jorge Torres Victoria, miembro del secretariado de las Farc y conocido como Pablo Catatumbo: junto con Iván Márquez, el hombre más influyente en los diálogos de paz.
Los medios colombianos según Camila
Cuando le pedí a Camila que me resumiera las preguntas que tenía sobre el funcionamiento de los medios de comunicación, en segundos sacó una extensa lista… Antes de preguntar me dijo estar convencida que «la imparcialidad nunca ha existido y mucho menos en los medios colombianos».
En su versión «cuando las Farc han dado muestras de confianza y de respeto a la labor periodística, en numerosas ocasiones han sido traicionadas», dice «esto es la consecuencia de que periodistas buenos en esencia, deben al final, doblegarse para defender los intereses de los dueños de los medios».
Pero, ¿cómo creer en ustedes?, le digo, no sin antes recordarle que recientemente, en relación a la tregua bilateral, le fallaran una vez más al país. «Si quiera toca ese ejemplo», me dice y añade «el mismo gobierno colombiano, la Cruz Roja, las ONG constataron que las acciones militares nuestras bajaron de forma radical durante ese tiempo. Ahora, si a nosotros nos atacan, tenemos que defendernos, y eso fue lo que hicimos».
Según alega Camila «después de un bombardeo o una balacera, los medios se lanzan a asegurar, sin verificar, que los únicos responsables son las Farc, olvidando que tienen que investigar, más aún cuando se trata de un conflicto en que no hay uno sino muchos actores irregulares, o un ejército que también comete irregularidades».
En ocasiones rectifican, le digo y me responde «sí, cuando ya es demasiado tarde».
Tratando de tomar el control de la conversación Camila me pregunta «¿cuántos medios de comunicación se han preocupado por los militares que ellos tuvieron cautivos, esos que le entregaron su juventud a una patria y a un Estado que los tiene olvidados?» Prosigue: «nosotros hemos cometido errores, pero ahora le estamos dando la cara al país», y con aire solemne asegura « por eso estamos aquí sentados, y como muchos colombianos, las Farc también queremos que en Colombia se esclarezca la verdad».
Para concluir le pregunto si le van a responder al país sobre crímenes probados, como el reclutamiento de menores. «Nosotros no reclutamos a la fuerza», asegura mientras cuenta que «muchos de los niños que entran a la guerra, es porque han sido recatados de la orfandad». Según Camila «sus padres han sido asesinados por los paras y son ellos, en su abandono, los que nos piden ingresar».
Quizás, le digo en tono escéptico, pero si a los 20 años esa persona que ingresó a los 13 quiere salirse de las filas para estudiar, tener una vida de pareja y vivir en paz, son considerados desertores y fusilados por las Farc. Camila me responde apasionada que «esos jóvenes no tuvieron preparación, son rechazados por la sociedad y no tienen ninguna opción de entrar a una universidad».
En vano, la joven compañera de Pablo Catatumbo intenta convencerme que mis preguntas surgen por las condiciones privilegiadas de quién nace ajeno a la miseria y la violencia. Y me repite con absoluta convicción «por esa miseria e injusticia me alcé en armas y nunca me arrepentiré, si me tengo que volver a Colombia a empuñar un fusil estoy lista, y si me toca morir por esta causa lo voy a hacer».
Produccion: José Mendez