Cuentan los historiadores que a comienzos siglo XX, la isla de Manga se urbanizó gracias a la iniciativa de Dionisio Jiménez. Con la vanidad que regocija a todo fundador, bautizó la primera avenida con su apellido; y una segunda, como Real de Manga. Manera de concretar la tradición monárquica y el linaje familiar que sigue prioridad a ciertos círculos cartageneros.
Unos cuarenta años después, Manga se convirtió en el sitio apropiado para escapar de los olores, ratas, alimañas, aguas alcantarilladas, inmundicias y pestilencias, que para mediados del siglo XX “caracterizaba” al Centro Histórico. La isla de Manga tenía hermosas quintas de reposo, con generosos jardines, árboles frutales y un acogedor verdor insular que hicieron de Manga sinónimo de confort y placidez.
Fue el poeta Pedro Blas quien para los años 80 llamó a Manga, Manghatan, mucho antes que la ambición rascacielante comenzara a destruir casas (patrimonios históricos), talar árboles, destruir jardines y construir edificios residenciales de espejos azulados y paredes blancas.
Pedro Blas profetizó como lo hacen los buenos poetas.
La burbuja inmobiliaria está hoy al mismo nivel de sus viejas alcantarillas, que se han convertido en fuentes en mitad de sus calles. El pasado 25 de junio, con unas cuantas gotas de lluvia que cayeron, las alcantarillas rebosantes dibujaban fuentes por calles y callejones como el mejor espectáculo acuático al estilo de la metrópolis neoyorquina.
Luego comenzó lo que parecía un espectáculo pirotécnico. La explosión de redes y transformadores al cuidado de Electricaribe. Eso dejó a varios sectores sin energía, e inútiles a un buen número de aparatos eléctricos, pero regresó el silencio que caracterizaba al barrio de los años 30 y 40. ¡Qué placidez!
El sábado 30, minutos antes del partido Colombia-Uruguay, volvió la lluvia. Las chispas y la candela salían de un poste frente al Edificio Antonella. Era la manera como Electricaribe animaba al equipo nacional, otra explosión de alegría. La luz se fue una vez más. Así Electricaribe propuso que la gente saliera de sus casas, y conformara una gran ola amarilla para apoyar al equipo, con el desespero de llegar pronto a al televisor más cercano. Eso fue una dura prueba de amor por el equipo, comentan algunos manghateros.
El 27 de junio Electricaribe recibió el premio de la asociación de empresas de servicios público y comunicaciones, Andesco, por su labor y su buen gobierno corporativo. Toma uno el recibo en busca de algún teléfono para felicitarlos por ese logro, y se encuentra que no hay un indicativo, una señal, que lo conecte con Cartagena. La dirección y el teléfono que publican son de Barranquilla, vaya servicio.
Las aventuras en Manga, me comentan algunas residentes, es contante. Me sugieren tomar la avenida tercera, desde la Dian hasta el Icultur, pasando por la Gobernación de Bolívar, y será regocijado por un añejo aroma de boca de hiena, proveniente de alguna alcantarilla cercana. Si va a pie, por ejemplo, no pasará una cuadra en la que no encuentre plastas de una variedad de caninos. Con un análisis superficial a cada deposición, se aprenderá a reconocer a qué raza pertenece, dada su forma, tamaño, color y textura. Es la manera en que los habitantes de Manga alardean de sus hermosos caninos y van marcando el territorio exclusivo de su lugar de residencia.
“Es lo más cercano a una Mierdópolis, a eso se está pareciendo Manga”, me dijo un habitante desesperado. Al final accedió a usar un calificativo menos procaz y no tan popular: Coprópolis, palabra de difícil pronunciación, de sonoridad más elegante y refinada propia de los viejos lugareños y fundadores de esta isla que decae en sus propias inmundicias.
Si por casualidad usted recorre la Bahía, que es lo más vistoso de Manga, será impactado por un añejo olor a aceite que no es más que el motor del progreso de muelles y clubes náuticos por donde pasan nativos de muchos países que dan al sector un ambiente de pequeña babel de los mares. A pesar de todo, la gente de Manga está feliz con su barrio. Lleno de carros y camionetas en sus aceras, eso sí, con el aviso del político de turno que apoyan. Abra usted un pequeño tabloide gratuito que se distribuye, según me cuentan, de manera exclusiva en Coprópolis y Bocagrande, y encontrará a sus habitantes sonrientes, en familia, de paseo con sus perros por la bahía, claro está y eso jamás debe faltar, con sus zapatos de suelas especiales a los que la mierda no se les pega.