¿Ha valido la pena el retorno a la presencialidad en las universidades?

¿Ha valido la pena el retorno a la presencialidad en las universidades?

Un docente evalúa el retorno a las aulas. Desde su perspectiva, el panorama es inquietante y alarmante. ¿Qué se puede hacer para darle la vuelta a la situación?

Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
diciembre 16, 2022
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¿Ha valido la pena el retorno a la presencialidad en las universidades?
Foto: Facebook Icfes

Estando ya este año de 2022 en su recta final, se impone un interrogante natural, uno entre muchos que cabe plantear: ¿ha valido la pena el retorno a la presencialidad en las universidades? Al fin y al cabo, esta pandemia no solo continua sin final obvio a la vista, sino que, más bien, tiende a complicarse más y más.

Para comenzar a responder a este interrogante, partamos del tono habitual de los mensajes navideños de estos días. Por ejemplo, se me viene a la mente uno de la Sede Medellín de la Universidad Nacional de Colombia que destaca, del retorno a la presencialidad, el haber vuelto a los abrazos y demás manifestaciones por el estilo. Claro está, esto estaría bien si... la pandemia fuese un vago recuerdo. Empero, no es así y, por supuesto, los abrazos y otros gestos por el estilo tienen como resultado el incremento de contagios y fallecimientos. Por lo visto, la inteligencia no es una virtud burocrática.

Por otro lado, al comparar con los resultados de los cursos impartidos antes mediante plataformas diversas, como Google Classroom, Microsoft Teams, Zoom y otras, no cabe detectar un cambio dramático en el rendimiento académico, bajo de por sí. Al fin y al cabo, entre los factores determinantes del mismo, cabe tener en cuenta la disciplina, la ascesis, puesta en juego por el estudiantado. Esto es toda una verdad de Perogrullo. Empero, esta es la era en la que la ascesis y la disciplina son evanescentes.

Para colmo, ha tendido a incrementarse el plagio a la hora de realizar exámenes y trabajos. Botón de muestra, en un examen de Termodinámica que puse hace poco tiempo, llevado a cabo mediante la herramienta Google Forms, el cual constaba de seis problemas, más bien exigentes y cuya solución requería entre 2 y 3 horas, hubo casos de estudiantes que entregaron la solución completa en menos de 40 minutos. Naturalmente, estamos aquí ante un "trabajo colaborativo" apoyado en el uso de herramientas como WhatsApp.

Junto con esto, ha sido también evidente la disminución enorme de las capacidades intelectuales del grueso del estudiantado, un fenómeno harto notorio en lo atinente a la comprensión lectora, la habilidad para escribir, las dotes de razonamiento para resolver problemas, la precariedad en asuntos de análisis y síntesis, etcétera. Estamos hablando de una situación que, sin que fuera a la sazón algo halagüeño, era menos dramática hasta antes del inicio de esta pandemia.

De hecho, esta horrida problemática no difiere sobremanera de la que se vive en otras latitudes. Sin ir muy lejos, Jonathan Haidt y Greg Lukianoff, en su libro La transformación de la mente moderna, brindan con lujo de detalles el panorama dramático y dantesco vivido en las universidades norteamericanas hacia los últimos diez años.

Así mismo, tampoco ha sido impresionante lo atinente a la bioseguridad en los espacios académicos. En concreto, 2022 ha sido un año en el cual ha sido menester insistirle constantemente a los estudiantes que, al permanecer en las aulas, usen correctamente las mascarillas y mantengan las ventanas bien abiertas.

Del mismo modo, el grueso de los profesores y empleados ha hecho gala de manera constante e insensata de un descuido en materia de bioseguridad: secretarías y altos funcionarios que no usan mascarillas en oficinas y auditorios, profesores que tampoco las usan en aulas y oficinas, un cierto hostigamiento procaz contra las pocas personas que insisten en no bajar la guardia en materia de bioseguridad, etcétera. En suma, estamos moliendo con yeguas.

Lo dicho hasta aquí pareciera sugerir que no ha sido una buena idea el retorno a la presencialidad en los ámbitos universitarios en este año 2022.

Con todo, lo que permite justificar, al menos en parte, tal retorno es el hecho que no todos los estudiantes caen en la problemática señalada antes. Todavía queda un porcentaje, algo así como un 20 o 25%, de estudiantes que dan muestra de querer apuntalar sus capacidades de razonamiento y su disciplina académica lo más posible. Es en ese porcentaje, algo exiguo sin duda, que cabe abrigar esperanzas de que no colapse del todo lo mejor de la ciencia y la cultura en este tiempo de evidente crisis civilizatoria.

En conclusión, para lo que siga de aquí en más en las universidades, lo más práctico será el apuntalamiento de modalidades híbridas de trabajo académico, esto es, presencialidad con trabajo remoto.

Por lo demás, queda una especie de espada de Damocles pendiendo sobre las cabezas de esta civilización en crisis, a saber: ¿qué hacer con ese porcentaje tan alto de estudiantes que dan muestras de precarias capacidades intelectuales y de marcada tendencia al plagio? Es todo un vacío ético que nos oprime de forma ominosa.

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