Un primer análisis sobre lo que se ha venido conociendo sobre el atraco que han sufrido los recursos privados, pero sobre todo los fondos públicos, lleva a la pregunta de cómo ha hecho el país para no caer en un abismo. La verdad es que, con todas las limitaciones, eso si a paso lento, Colombia sigue su ruta complicada de tratar no solo de avanzar un poco pero definitivamente de no retroceder. No se trata solo de las cifras de corrupción que se han vuelto inimaginables sino del manejo en general de todo lo que afecta la economía y el bienestar de su población.
Claro que hay que empezar por las acusaciones que hoy recaen sobre los responsables de lo público, de los legisladores con las mayores votaciones, de políticos miembros de familias ya sancionadas que repiten con pecados mayores y aun así aspiran a llegar a la presidencia del país. Pero no se pueden olvidar las fallas de sectores de la actividad privada que conforman carteles para controlar los precios de bienes básicos, como tampoco se puede ignorar el comportamiento de muchos ciudadanos que explotan miserablemente al gobierno quitándole oportunidades a quienes realmente necesitan el apoyo del Estado.
Colombia un país de leyes, como siempre se le había reconocido, ahora puede dar esa dolorosa cátedra de cómo estafar a la gente tanto en actividades privadas, como Interbolsa y los famosos carteles, o de enriquecerse con los dineros que todos aportamos con nuestros impuestos. Para bien de nuestra sociedad el destape actual que a todos nos abruma cada mañana, como afirma la columnista de El Tiempo, Adriana La Rotta, es muy positivo y lejos de criticarlo como hacen algunos, debe estimularse hasta que la sanción social ejerza como castigo.
Con razón, los ojos están puestos en los políticos, pero que los ciudadanos que usan tutelas para lograr números injustificables de pañales para adultos y de medicinas costosas para revenderlos en los llamados mercados negros, son tan ladrones como aquellos que se embolsillan miles de millones de pesos. Robar es robar. En eso no se equivoquen los vivos que se enorgullecen de estafar al Estado, como los colados en el Sisbén.
En la búsqueda de razones que expliquen cómo el país resiste semejante ola de atracos, lo obvio es que frente a estos bandidos hay mucha gente trabajadora y honesta que en medio de este caos mantiene vivos esos valores que lejos de pasar de moda hoy se reconocen como vitales para construir sociedades en paz y en proceso de modernización. Pero si esta gente de bien que tenemos en Colombia no se reconoce y estimula, se sentirá impotente frente a la avalancha de pícaros especialmente de aquellos que precisamente por tener privilegios deberían dar ejemplo.
Si la gente de bien que tenemos en Colombia no se reconoce y estimula,
se sentirá impotente frente a la avalancha de pícaros
especialmente de aquellos que precisamente por tener privilegios deberían dar ejemplo.
También debe reconocerse que ante la debilidad de muchas instituciones que han permitido que la corrupción las desborde, hay otras que contribuyen a que se sigan conociendo, juzgando y castigando los delitos, vengan de donde vengan. Necesitan también el reconocimiento de esa parte de la sociedad colombiana que está escandalizada por todo lo que se está descubriendo.
Por el bien del país, la "transparencia" en el manejo de todos los recursos debe ser una meta, hasta que la noticia diaria deje de ser el saqueo permanente y sea más bien el éxito de hacer las cosas bien, como mandan las leyes y los principios de una sociedad que alaba el buen comportamiento y los valores que toca.
Recordando a Paul Collier, importante académico que vino a Colombia en 2003, junto con el profesor Stiglitz y Dani Rodrik entre otros, a un seminario de Agenda Colombia, en uno de sus documentos sobre corrupción señalaba que con mucha frecuencia era mejor estimular la transparencia y no solo castigar la falta de ella. Esa sociedad sana que aún tenemos, debe empezar a mostrarse porque gracias a ella es que Colombia sobrevive en esta etapa de escándalos diarios.
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