Creo que pude ser de los que vaticinó que Trump sería un pedo aislado, y no una gloriosa carrandanga de pedos improvisada cual puesta en escena del partido republicano, válidos de la más recalcitrante derecha del mundo e inspiración fatal de la nuestra.
Desde un principio hedía a podrido todo lo que tocaba. Cualquier parecido con algún personaje nacional muy solicitado por las cortes es pura y simple coincidencia, aunque este pedo esté durando más.
Claro, pueblo chiquito, pedo grande.
La gracia de Trump radicaba en que para olerse lo que expedía organizaba un espectáculo de mentiras circenses de corte histriónico que vendía periódicos: hacía de su pedo algo chistoso. Su ideología neoliberal no daba para más. El filósofo coreano Byung Chul Han, doctorado en Alemania, ha demostrado que la teoría económica del neoliberalismo sería un chiste si no matase tanta gente. De prueba irrefutable: la pandemia del coronavirus. ¡Le quedó grande!
El chiste todavía continúa. Algunos periodistas, y sobre todo nuestra lánguida prensa, hablan del Fin de la Era Trump. ¡Cuál era! Se atreven a insinuar genuflexamente algo así como un Neolítico (o Antropoceno osarán decir algunos) Mefítico. Algo así como el gobierno de un hombre superior en Colombia según el eximio (¿así se escribe?) Pepe Obdulio.
La verdad monda y lironda que no acepta ninguna refutación es que Trump deja única y exclusivamente un país enfermo, plagado de muertos, y todavía muriéndose. Blande ahora en la hora de su muerte una última consigna fatua: America dead first again.
Muriéndose en la ciudad. Muriéndose en el campo. Y él mismo estaría muriéndose también porque todavía no se saben las secuelas graves o inclementes que le haya dejado su infección del coronavirus. En sus despachos de la Casa Blanca cunde el virus pues nadie usaba la más mínima protección, llevados de la obnubilación grotesca de su jefe. Hay una prueba irrefutable de la hediondez en que deja su país: ¡No desea visitarlo nadie!
Ante esta aseveración, ¿qué escasa investigación puede hacerse acerca de las causas de su derrota? Es inevitable: ante Trump aparece otro Trump en el espejo, el de El Aprendiz, diciéndole implacable con el dedo índice marcando la puerta de salida:
You are fired!
El grito ha atraído al concierto de payasos contaminados que se precipita sobre el féretro.
Alguien ha hecho casi un meme de su último pataleo en las cortes que, entre otras cosas, algo debe estar pasando en ellas para que Trump sienta que puede ser socorrido desde allí. Trump se ha ganado a sí mismo acreciendo su votación popular anterior: 72 millones de votos ahora; luego se siente vencedor y es lo que promueve de su espectáculo. Una simple regla de tres le dice que, si en 2016 con menos votos ganó, ahora se hace mucho más merecedor. ¡Y se cree un genio al proponer tal comedia! Con los pantalones rotos no menciona que su contendor ha obtenido en franca lid 78 millones de votos y obtenido 290 delgados del Colegio Electoral, 20 más de los que necesitaba para derrotarlo. Hay algunas tragedias que van por dentro: tomo al aire esta coda que encuentro por ahí: “Cuando Trump tuitea para socavar el voto por correo, el objetivo es asegurarse de que los votantes negros no ejerzan sus derechos democráticos. Es solo un pequeño ejemplo, hay muchos”.
No, no es que Trump no sepa de matemáticas. Su ideología neoliberal las desprecia. Solo acepta gobernar para el 1% del churubito oligarca del mundo.
A pesar de todo lo anterior es mejor sonsacar un aspecto que siempre me ha parecido insondable del sistema político norteamericano: cuando Obama, se recaudaron raudales de dinero para su campaña, sin que se viera que los grandes capitales, mayormente en manos de gente blanca opositora, le hubieran aportado más que lo donado por los ciudadanos de a pie. Con tantos beneficios tributarios fluyendo hacia los grandes capitales según dispuso Trump en su mandato, ¿cómo es posible que sus ingresos de campaña no reflejaran los efectos de esas políticas, obteniendo Biden mayor financiación en cambio.
Aquí se advierte un fenómeno que entre nosotros es imposible: la gente de a pie en Estados Unidos defiende su democracia a punta de meterse la mano al bolsillo. La democracia en Estados Unidos es un honor que cuesta. Entre nosotros no se cree que aportando de $1.000.oo o de $5.000.oo se pueda llegar a elegir a alguien que no esté comprado de antemano por el gran capital. Lo que quiero decir es que es posible que en algún momento surja la posibilidad de un socialismo democrático en Estados Unidos, financiado por el dinero de sus ciudadanos.
En cambio, acá lo que siempre se ha buscado es que el Estado pague unas elecciones que beneficiarán a la oligarquía colombiana.
Todavía no se conocen las cuentas de cuánto han gastado las campañas de presidente, como tampoco las de Senado y Cámara en Estados Unidos. Serán sumas exorbitantes.
Serán tan excesivamente grandes para nuestro entorno que una sola campaña a Senado serviría para financiar varias campañas a presidente entre nosotros.
Entonces el histrión muere envuelto en su propia miseria de concupiscencia del poder. El mar de billetes se sumaría a su féretro. William Shakespeare estaría necesitándose urgentemente: ¡algo se pudre en Dinamarca!
Ahora un imperio se derrumba. Aquellos reyes sangrientos que dominaban una pequeña isla organizaban un infierno todavía a imagen y semejanza de la fuerza de los hombres.
Pero hoy es distinto.
Cuál el verbo del ese poeta inmortal al pie del catafalco.
Ningún rey de aquella época habría podido heder tanto.
Bueno, y de Biden, ¿qué?
Contesto así por ahora: de Guachicono yo no digo na! Porque la trampa la tienen armá!
Nota. La cita aparece en Traumas americanos, un artículo de Karin Pettersson en 8 de junio de 2020.