En el trabajo de Gustavo Zalamea no hay sumisión ante la pureza de las formas
Gustavo Zalamea Traba partió de este mundo mientras buscaba dos aguas que no se juntan en el rio Amazonas. Nació el 6 de enero de 1951 y murió en el 12 de julio del 2011. El agua fue siempre un tema de su trabajo. Inundó la plaza de Bolívar, algunas avenidas de Bogotá y, la ballena de Mobby Dick fue uno de sus personajes preferidos en su trabajo. Ese enorme animal que se zambullía en todos los lugares.
Zalamea desarrollaba sus obsesiones y creaba esquemas de pensamientos donde en el papel tiene unas rutas que muestran todas muchas de las posibilidades del agua.
La ballena de Mobby Dick fue uno de sus personajes preferidos en su trabajo
Sus cuadros con carga figurativa llevan el peso nostálgico de los personajes de pintor nicaragüense Armando Morales cuadro que tuvo que vender en momentos difíciles. Pero realizó todo un ejercicio de color muy característico de su trabajo pictórico. También recordemos su maravillosa serie objetos, que nos dejan ver ese lado lúdico, en unas construcciones espontáneas que son la suma de elementos formales organizados alrededor de sus temas recurrentes. Los objetos, las postales son parte de una obra contemporánea que indaga otros significados del arte.
La obra de Gustavo Zalamea es tan única como multifacética porque todo importa y todo tiene significado. La caligrafía era también un argumento plástico. Como bien lo escribió él mismo en el Diccionario de la Sabiduría: “El diseño y el trabajo gráfico son elementos claves en mi escritura. Los caracteres de mi escritura son la armazón que sostiene y construye un espacio sensible”.
Son obras directas realizadas durante varios años que nos enfrentan alusiones sobre la realidad del arquitecto pintor, que escribe dibujos, arma cuentos con alusiones cercanas a la historia del arte, comenta propuestas sociales con pequeños objetos, dibuja ideales sociales con la imagen de la torre que realizó la maqueta Vladimir Tatlin, construida para que la Revolución Rusa la tuviera como estandarte utópico.
En su trabajo no hay sumisión ante la pureza de las formas. Todo en cada obra se encuentra al servicio de un universo tanto exterior como interior. En los Estudios de Estética Manuel Ramos define la esencia del conflicto entre el clasicismo y el romanticismo. Mientras que en los clásicos, el artista debía esconder el alma tras la forma pura, los románticos, por el contrario, descuidaban la forma para que saliera espontánea la decisión que representa un sentimiento. Gustavo Zalamea tocaba ambos lados porque era un artista polifacético, lleno de virtudes que creía en la profundidad del alma, en la condición humana, en la infelicidad del hombre que, además, como Baudelaire, se sabe reír de sí mismo. Conocía y escribía su geografía interna, sus sueños, sus discursos estéticos, sus propuestas libres, siempre con posibilidades de varias lecturas, con preguntas, con respuestas o sin ellas. Siempre deambulaba su obra entre la realidad política y la condición natural de un artista que no se cansó de preguntarse a qué vinimos, qué sociedad tenemos, cuáles son las grandes injusticias. Un hombre democrático que siempre tuvo como norte un orden social más justo y menos atropellador de esta cotidianidad irremediable.