En las elecciones presidenciales de Colombia 2022 se podría dar un maracanazo político. Si el lector no sabe nada de fútbol, le cuento en breves palabras la historia del catastrófico fracaso de la selección brasileña en 1950, para que comprenda la comparación. El exceso de confianza, el triunfalismo fanático, la obsesión por tener que ganar sí o sí sin tomar precauciones o medidas prudentes condujeron a una derrota estruendosa y trágica. Ahora, en el contexto político como en cualquier juego, la presión la tiene siempre quien asume el rol de favorito. Dicho rol es una desventaja e incluye un grave riesgo.
En las elecciones presidenciales del 2018 la historia comenzó más o menos lo mismo: a Petro lo inflaron los medios de comunicación, las encuestas…. El resto es historia patria, con el grave precedente de que los colombianos tienen muy mala memoria y no saben aprender las lecciones del pasado. Para colmo, el fanatismo político es escandaloso como lo es en términos biológicos la sangre por su olor y color y textura.
Por otra parte, nadie llega al poder a punta de un coro angelical de fanáticos que hijueputean día y noche a sus opositores o enemigos. Ese no es el camino, porque los extremos se juntan. La mejor manera de demostrar categoría sobre el enemigo es con el ejemplo; es decir, dando muestras de que uno es mejor ser humano que él. El camino es la tolerancia, no el odio como método para combatir el odio. Como dijo alguna vez el iluminado Buda: el mal tiene que existir para que el bien pueda probar su pureza por encima de él.
Regreso a mi reflexión inicial, acerca de esa estrategia innombrable a la que se está prestando el señor Gustavo Petro y sus fieles seguidores: en este río revuelto de la división, de las pugnas propias de la egolatría, de la vanidad, de la gula de poder, de la histeria colectiva generada por los fanfarrones de las redes sociales deja como saldo, hasta el momento, a un solo ganador: Álvaro Uribe Vélez. El expresidente es experto en capitalizar los errores de los demás, especialmente sabe mucho de usufructuar los vientos de división de sus rivales. Diga lo que se diga del señor Uribe (el cual tiene asuntos pendientes con la justicia), es un astuto estratega político y militar. Y les advierto que se acordarán de esta columna si no siguen las instrucciones de las voces prudentes y sensatas que están pidiendo concertación, tolerancia, acuerdos, flexibilidad, puntos de encuentro, autocrítica, reflexión. En esencia, menos tripas y más seso, más inteligencia y menos pasión enferma, mayor unidad y diálogo interpartidista.
Las próximas elecciones serán las más importantes en la historia de nuestro país, y hay que tener visión y sabiduría para tomar el toro por los cuernos. Disculpen mi sinceridad, pero a mí me duele Colombia. Además, yo no estoy en contra del cambio. Por el contrario, quiero el cambio, pues también soy progresista. Pero el cambio es una obra colectiva, no de un solo personaje porque de ser así será un fracaso anunciado. Y la verdad, un maracanazo político con ataques de histeria y suicidios colectivos de gente apasionada y enferma todavía se puede evitar. Señores de izquierda y de centroizquierda, háganle un inmenso favor al pueblo colombiano: dejen de lado esos egos inflados para que se pongan de acuerdo. Sería una esperanza en medio de este naufragio.