Gustavo Petro y su pacto con el demonio

Gustavo Petro y su pacto con el demonio

Los hechos develados por los videos son graves y escabrosos, y dejan al descubierto la esencia, la médula de aquello en lo que ha terminado convertido Petro

Por: Henry Mesa Balcázar
junio 09, 2022
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Gustavo Petro y su pacto con el demonio
Foto: Canva

Los videos de la cúpula petrista filtrados en el transcurso de las últimas horas dejan al descubierto una oscura y terrible verdad: Gustavo Petro, quien alguna vez pretendió ser el cambio en Colombia, en su desesperación infinita por lograr el poder al precio que fuere, ha terminado por encarnar un siniestro pacto con el demonio, del cual evidentemente no quiere ni podrá de manera alguna escapar.

Llegados a este punto es imprescindible comenzar por el origen de esta debacle que está a punto de devorarse a Colombia y el destino de los colombianos:

Sí, es cierto, Gustavo Petro es una hiena hambrienta de poder y venganza, que ha construido una narrativa poderosa que ha logrado seducir a millones de colombianos en su afán de llegar a la Presidencia y que, con ese fin, se ha rodeado de las ratas y sabandijas más asquerosas que le ha sido posible atraer a su orilla.

Empero, las condiciones históricas, sociológicas y políticas que le han posibilitado a un enfermizo narciso vengador como Petro estar ad portas de hacerse con la presidencia del país, residen en las intolerables condiciones de miseria, inequidad, violencia, manipulación, corrupción, desprecio, incredulidad y desesperanza al que las élites sociópatas y hediondas que durante doscientos años han tomado a Colombia y a su gente como su botín personal, han sumido y condenado a millones de individuos y familias colombianas, quienes simplemente ya no son capaces de soportar el tener que vivir en medio del hambre y la incertidumbre mientras ese despiadado grupúsculo de élites, clanes y mafias se embriagan de riquezas y poder a costa de sus vidas, sueños, derechos y esperanzas.

Esas mismas élites y sepulcros blanqueados de "apellidos bien" que ahora salen a rasgarse las vestiduras y clamar por justicia ante la evidencia de la podredumbre de Petro y su banda de hampones, deben aceptar y asumir esta cruda verdad: Petro existe, subsiste y está a un paso del poder precisamente gracias a ellos. Petro, ese que pareciera ser su némesis, no es más que su propia creación.

Los hechos develados por los mencionados videos son supremamente graves y escabrosos, y dejan al descubierto la esencia, la médula de aquello en lo que han terminado convertidos Petro y su Pacto Histórico: una auténtica conspiración para delinquir entre politiqueros, mafiosos, criminales, empresarios corruptos y narcisos sociopáticos con el oscuro propósito de tomarse por asalto el poder, las instituciones, los recursos y el destino de todos los colombianos, un poder largamente deseado que una vez hayan conquistado no van a querer soltar de ninguna manera, y ya queda demostrado que están dispuestos a utilizar sin el más mínimo grado de decencia o empatía todos los medios -legales y/o ilegales- que para sus fines sean necesarios.

Aquí no es momento de llamarse a engaños; pase lo que pase judicialmente con esos videos, el caudal de votos de Petro no va a disminuir para la segunda vuelta.

Los diez o diez millones y medio de colombianos que ya han decidido votar por Petro el próximo 19 de junio no van a cambiar su decisión por causa de esos videos o las consecuencia legales que de ello pudieran desprenderse. Y ello es así debido a que esos colombianos han tomado esa irrevocable decisión porque han comprado a rajatabla la narrativa falaz pero poderosa de Petro, porque ese relato disruptivo ha calado hondo en su estructura límbica y en sus más profundos y viscerales anhelos: revancha y castigo contra esa casta sociópata que los sumió en tal estado de frustración y desesperanza como para beber extasiados esa pócima envenenada que les han ofrecido Petro y sus secuaces.

Esta historia truculenta de drama, bajas pasiones, crimen y engaño en la que estamos ahora atrapados encierra una variable aún más siniestra y desoladora: los únicos perdedores de esta armagedónica batalla final entre viejas y nuevas élites, ambas consustancialmente enfermas, no son otros que los restantes cuarenta millones de colombianos que ansían -ansiamos- un cambio real, genuino y decente, un cambio de raíz pero que no ponga en peligro la poca libertad, la poca prosperidad y la poca democracia que con tanta resiliencia hemos logrado construir.

Dados los antecedentes y la cultura de impunidad que rige en este país, lo más probable es que finalmente nada suceda con estos videos y el ahora denominado "Petrogate"; pese a que allí se hace evidente que al menos un puñado de esos personajes debería terminar en prisión por delitos que en una sociedad realmente madura, decente y al amparo de la Ley no serían de manera alguna dejados sin un severo castigo: complicidad -por acción u omisión- con narcotraficantes y corruptos, concierto para delinquir, daño al buen nombre de contrincantes políticos, atentado contra la democracia y unos cuantos más.

Y al amparo de esa atávica impunidad estaremos un paso más cerca de una debacle nacional sin precedentes: la llegada a la Presidencia de un banda de mafiosos ataviados de redentores y ungidos por una parte del pueblo cegado por el dolor, la ira y el palpable deseo de venganza.

Es por todo ello imperativo que esa mayoría silenciosa de colombianos que, pese a ser conscientes de lo que realmente nos ha traído al actual estado de cosas, no se ha dejado cegar por el primitivo sentimiento de retaliación y de "no dejar piedra sobre piedra", se manifieste de una buena vez con determinación y carácter, para darle un castigo moral sin precedentes tanto a quienes con su corrupción desaforada nos han dejado al borde del abismo, como a aquellos que pretenden aprovecharse de ello para montar una nueva élite y un nuevo régimen aún más podrido y dañino que su predecesor.

Ese castigo moral está al alcance de nuestras manos, y configura así mismo una posibilidad relevante -que tal vez no volvamos a tener en dos o tres decenios- para darnos una nueva oportunidad cómo país y como sociedad, y no es otro que manifestarnos en las urnas de la democracia el próximo 19 de junio votando por Rodolfo Hernández.

Aquí es también necesario ser descarnadamente pragmáticos: tal vez sea cierto que Hernández no sea el molde perfecto de estadista que muchos anhelan, pero sí representa la oportunidad que no tuvieron otros pueblos del continente de escapar con más esperanza que incertidumbre de ese monstruo real que es el neomarxismo mafioso, ese que encarnan en toda regla Petro y sus secuaces.

Rodolfo Hernández ya derrotó (duélale a quien le duela y niéguelo quien lo quiera negar) a ese cáncer de los viejos clanes tradicionales que, como ya se anotó, fueron los padres putativos de Petro, brinda la irrevocable certeza de que dentro de cuatro años tendremos un traspaso de poder en plena democracia, transparencia, tranquilidad y orden institucional, y es ahora nuestra última oportunidad de frenar en seco (y tal vez definitivamente) al petrismo y su oscura agenda de odio, venganza y usurpación totalitaria de la vida y el destino de todos los colombianos.

Así pues, estamos ante una decisión vital, de esas que sólo se presentan una vez en el curso de la existencia de los individuos y las naciones. En nuestras manos está.

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