La ya vieja y repetitiva narrativa en la cual se señala al candidato presidencial Gustavo Petro como un político de izquierda y muchas veces, de manera aún más descabellada, como un representante de ideales de “extrema izquierda”, se ha naturalizado en la sociedad colombiana. Sin embargo, dicha narrativa tiene pies de barro.
Para comprender cómo esa mentira se ha tornado un lugar común es necesario, en una primera aproximación, examinar sus fuentes y principales amplificadores.
En esa dirección es válido recordar cómo los colombianos entramos al siglo XXI con la televisión privatizada. La oferta televisiva se redujo al monopolio y dictadura absoluta de dos canales privados, y a los caprichos y delirios ideológicos de los dueños de esos canales, claramente alineados con ideas de extrema derecha.
De esa manera la información se ideologizó y el periodismo se prostituyó. En estos últimos 20 años, el periodismo estándar colombiano terminó de perder toda la objetividad, rigurosidad, diversidad, profundidad y, a su vez, desapareció cualquier vestigio de televisión educativa y cultural.
Es obvio que dentro de ese minúsculo núcleo comunicacional hegemónico, en el cual actualmente se destacan el Canal RCN y la otrora gloriosa revista Semana, existen personajes con robusta formación política que mienten intencionalmente para resguardar arraigados privilegios. Pero también existe una mayoría de elementos mediocremente formados, que cumplen el papel de obedientes animadores circenses. Estos últimos absorben sin filtro toda la burundanga ideológica que amplifican para preservar volátiles privilegios.
No son raras las fotos, reuniones, negocios, fiestas y lazos familiares entre farándula, reconocidos ‘periodistas’, altos funcionarios de gobiernos uribistas y mafiosos criminales. Desde esa rosca decadente y violenta, heredera del fascismo laureanista de los años cuarenta, reencauchado y fortalecido en los años detenta y ochenta con los dineros del narcotráfico, que percibe al país como su hacienda y a los ciudadanos colombianos como su ganado, se creó una burbuja semiótica que impregnó el subconsciente del grueso de la sociedad colombiana.
En esa matrix semiótica, todo aquel que manifieste opiniones progresistas, socialdemócratas, liberales o ecologistas comunes y corrientes en Europa, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Australia o Canadá es considerado como una amenaza, adjetivándosele como comunista, terrorista, anarquista, antipatriota, populista, etcétera.
Gracias a todxs lxs Diosxs, desde hace aproximadamente cinco años, la hegemonía de esa burbuja semiótica está siendo duramente controvertida por el carisma, creatividad, heroísmo y aguante de la juventud y los movimientos sociales articulados con la popularización de redes y tecnologías de información alternativas.
Una vez reconocido el origen y los principales amplificadores de la narrativa que vende a Gustavo Petro como político de izquierda, es pertinente explicar con argumentos históricos y políticos el por qué el ideario de Petro se enmarca dentro del centro.
Ese ejercicio puede enriquecer las reflexiones entre quienes, asumiéndose de centro y detestando al uribismo, le temen a Petro por considerarlo un “izquierdista-comunista-expropiador”. También puede alertar a quienes, asumiéndose de izquierda, consideran que el voto por Petro es el pasaporte automático hacia un paraíso terrenal libre de capitalismo y de todo tipo de opresión e injusticia.
Continuará…