Vergüenza siente uno al leer los argumentos de Antonio Caballero sobre por qué no votará por Petro. Son razones de tan poco peso que causan pena en cuerpo ajeno. Le brotó su elitismo bogotano, su racismo clasista y el miedo al pueblo. El señorito burgués mostró el cobre.
Lo que ocultan esos intelectuales es que la historia demuestra que los pueblos son los que hacen y moldean a sus líderes. Y además, aquellas comunidades que han perdido hasta la esperanza son las que construyen mesías o salvadores supremos en una especie de trance político-religioso que se torna en una fuerza imparable. Ha sucedido en todo el mundo y en épocas diversas.
En diversos grados fue lo que hicieron los pueblos en América Latina cuando llevaron a la presidencia a un Chávez, un Correa, un Evo o un Lula. Y en Colombia, en un proceso de signo negativo eligieron a un gobernante con ciertas similitudes pero derechista: Álvaro Uribe Vélez.
Ese fenómeno se había expresado en América Latina en los años 40s del siglo pasado (XX) con Perón (Argentina), Vargas (Brasil), Cárdenas (México), Pérez Jiménez (Venezuela) y otros. En Colombia, con Gaitán y después de su asesinato, Rojas Pinilla quien recogió parte de su legado.
En la actualidad, Gustavo Petro es un líder con esas características. Todo indica que su sueño es emular y superar a esos dirigentes históricos. Pero, si quiere permanecer en el gobierno los 4 años de su período y construir un proyecto político de mediano plazo —de ser elegido en 2018— tendrá que hacer todo lo contrario a lo que hicieron los gobernantes progresistas de los países vecinos.
Lo alentador es que él parece saberlo. Todas las señas que envía —en discursos, debates y entrevistas— indican que es muy consciente de los riesgos que enfrenta. Sufrió los rigores de una obtusa y fanática oposición que estuvo a punto de sacarlo de la alcaldía de Bogotá y de inhabilitarlo políticamente de por vida. Lo más seguro es que ha aprendido. Y el pueblo también.
Pero, lo más interesante del momento que vive Colombia es que por encima de cálculos políticos, de trapisondas oligárquicas, de miedos inculcados, de amenazas siniestras y de temores ciertos, nuestro pueblo está dispuesto a empujar en esa dirección porque no hay otra salida.
Hay consenso en que Colombia necesita de un proyecto político transformador de mediano y largo plazo para superar la falsa democracia existente y aminorar la enorme desigualdad que es la causa principal de todos los demás conflictos.
Lo paradójico es que las castas dominantes tratan de asustar con que Petro generará un “trauma institucional” o “un salto al vacío” cuando, precisamente, el entusiasmo que despierta es porque las mayorías quieren una verdadera ruptura histórica, un cambio sustancial, que haga posible la construcción de verdadera democracia.
Los otros candidatos han demostrado que no son capaces de iniciar un verdadero proceso de cambio en Colombia. Se necesita un talante especial para intentarlo. La gente se dio cuenta de ello y no van a perder la oportunidad de concretar esa aspiración. Es decir, ya no es un problema solo de Petro sino de millones de personas; es una situación realmente nueva y estimulante.
Hasta hace pocos meses todo indicaba que el miedo a las Farc impedía que como sociedad nos atreviéramos a encargarle a un líder de izquierda la tarea de continuar el proceso de paz y de iniciar la transformación de nuestro país derrotando a las castas políticas ineptas y corruptas.
Varios factores han contribuido para que los frenos que tenía gran parte del pueblo se hayan soltado en forma inusitada. Está en marcha una oleada de indignación y, a la vez de optimismo, que es el factor determinante en esta campaña electoral. Es un hecho, ¡la gente está lanzada!
Por un lado, la debilidad de las Farc ha quedado tan expuesta que hasta generan lástima. Hoy nadie cree que puedan ser una amenaza cierta; sin necesidad alguna, el gobierno, el Fiscal y la DEA se concertaron y cebaron hasta llevar a sus dirigentes a la humillación victimizante. Les quitaron la sábana blanca del fantasma y el velo de la desinformación se hizo humo.
Igual, la incapacidad de los candidatos tradicionales es tan grande que los coloca en evidencia. Corrupción a granel que no pueden esconder, poses y simulaciones de una torpeza infinita, alianzas oportunistas y desesperadas, todo eso y mucho más, los han desnudado ante la sociedad como nunca antes había sucedido. Hasta ellos mismos son conscientes de su precariedad.
Pero también, el otro candidato “alternativo” que parecía liderar la indignación tranquila y moderada, el que se suponía iba a ser capaz de reconciliar a los colombianos pero, a la vez, enfrentar la corrupción, en el momento justo de hacerlo se dejó tentar por camino fácil de atacar a Petro por supuestamente representar el miedo y la venganza. No superó su tibieza y se desinfló.
Además, en los debates Petro ha demostrado que es el más capaz. Maneja bien todos los temas, improvisa sin perder el hilo, no se deja encerrar de los medios, hace pedagogía y se arriesga a plantear propuestas que muchos de los otros candidatos terminan por copiar. Aunque copian mal.
Pero lo de mayor trascendencia es que Petro y los dirigentes de organizaciones sociales que vienen agrupándose en su entorno cuentan con unas condiciones excepcionales para avanzar por nuevos caminos muy diferentes a los de los gobiernos progresistas de América Latina. No se trata de que la tengan fácil sino que la misma dificultad los obliga a tener que acertar.
Primero, no llegan a administrar una bonanza económica lo que los obliga a buscar nuevas alternativas productivas. Es lo que plantea con claridad y determinación el candidato Petro frente a la dependencia de las economías extractivistas. Esa circunstancia crea enormes condiciones para construir una amplia base política y social entre los pequeños y medianos productores (rurales y urbanos) que existen en Colombia y que son un potencial enorme hacia el futuro.
Esa tarea exige y propicia una alianza con el enorme número de “profesionales precariados” que necesitan de una nueva economía, moderna, globalizada, industrializada y con alto nivel tecnológico. Educación, salud e infraestructura tendrán una nueva ligazón y un motor integrador no dependiente del Estado que fue lo que le faltó a los procesos de cambio de los países vecinos.
Segundo, al no contar con una mayoría parlamentaria en el congreso nacional tendrán que buscar —con pausa y buen pulso— apoyo en la opinión pública, entre las organizaciones ciudadanas y populares y en las regiones. Y la verdad, no va a ser tan difícil ante el desprestigio que ha acumulado la clase política tradicional. Además, de esa forma es como se puede construir el bloque político histórico que se requiere para empujar hacia adelante.
Lo anterior puede ser un buen antídoto para evitar que los dirigentes de la Colombia Humana se involucren exclusivamente en la gestión burocrática del “Estado heredado” y dediquen sus principales esfuerzos a fortalecer el movimiento social y nuevas formas de organización ciudadana, entendiendo que ese es el verdadero soporte y puntal de los cambios hacia el futuro.
Y tercero, Petro tiene que gobernar apoyándose en la institucionalidad existente, en el ejército, en la burocracia, en las fuerzas económicas y en una sociedad que quiere reconstruir la nación en paz. No están las condiciones para aventuras de corto plazo y ello los obligará a gobernar con mucho tacto y paciencia, con visión estratégica y mirada de mediano plazo.
Se podría decir que de salir elegido en primera o segunda vuelta, Petro gobernará con el contenido del programa de la Colombia Humana pero con las formas moderadas de Fajardo. ¡Y eso es muy bueno!