El domingo 19 de junio se dio un trascendental acontecimiento histórico en Colombia, un potente bloque político progresista y democrático se ha impuesto con una importante votación a los sectores de ultraderecha y la derecha representados por la candidatura de Rodolfo Hernández, un empresario multimillonario de la industria inmobiliaria, oriundo del departamento de Santander, quien se presentó como una alternativa renovada del régimen oligárquico dominante en el Estado y el régimen de poder hegemónico.
El senador Gustavo Petro conquistó el respaldo de 11 millones 300 mil colombianos que entendieron su mensaje de cambio y transformación de la vetusta estructura social, económica y política colombiana.
En términos porcentuales estamos hablando de 50.45% de la votación. En esa poderosa corriente fue clave el activismo de las mujeres, la acción de los jóvenes (especialmente los de la Primera línea sometidos al atropello policial y judicial del actual gobierno que ordenó su encarcelamiento en días recientes).
Las demandas de millones de ciudadanos sumidos en la pobreza, la defensa de una paz total, la lucha contra la corrupción, la movilización agraria, el rechazo del nefasto gobierno uribista de Iván Duque y la normalización de las relaciones con el gobierno legítimo de la República Bolivariana de Venezuela.
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El triunfo de Gustavo Petro es el resultado de una prolongada lucha (de décadas), contra el régimen fascista oligárquico montado sobre la violencia sistemática contra los partidos de izquierda, contra los sindicatos, contra los líderes sociales, contra los campesinos perseguidos por la poderosa casta de terratenientes y ganaderos que monopolizan casi 40 millones de hectáreas de tierras productivas.
El triunfo de Gustavo Petro y del Pacto Histórico, y la caída del uribismo bien puede compararse con la caída de la hegemonía conservadora en 1930 (iniciada con las Constitución de 1886) que pretendió aferrarse al poder con masacres, como la de las bananeras, el asesinato de estudiantes y con el fraude electoral promovido por la jerarquía católica y del partido conservador.
Ciertamente Rodolfo Hernández alcanzó una importante votación, cercana a los 10 millones 500 mil votos, el 47,2% del electorado que intervino en las urnas este domingo. Era la apuesta de la ultraderecha reagrupada alrededor de una estrategia con sentidos contra populares y regresivos.
Hernández intentó canalizar la indignación ciudadana contra la corrupción de los clanes oficialistas que han protagonizado en los últimos años un desfalco masivo de los tesoros del Estado, asunto de no poca trascendencia teniendo en cuenta el antecedente del referendo anti corrupción que en el segundo semestre de 2018 movilizó 13 millones de ciudadanos.
Sin embargo, esa candidatura derivó hacia un protagonismo grotesco que lastimó y desafió las luchas de género, el sentimiento religioso y la humildad de millones de trabajadores.
La verdad es que en la medida en que la campaña y el debate electoral fue avanzando (desde el pasado 29 de mayo), y se proyectó a los escenarios más complejos de la nación, la opinión publica pudo identificar un personaje comprometido con procesos de corrupción como concejal de su natal Piedecuesta y como Alcalde de Bucaramanga, que llevó a que la Fiscalía lo imputara por sobornos y otros delitos en un contrato para el manejo de las basuras de la capital de Santander.
Anclado en formas de patriarcalismo y de violencia machista, en el “volteo” y acaparamiento de tierras; y en un aberrante sistema de explotación de miles de compradores de vivienda (los hombrecitos trabajadores) de interés social, que hoy tienen tramites de embargo y despojo por parte de este grotesco ricachón de la provincia.
En estos términos, el sólido triunfo del Senador Gustavo Petro es reflejo de la potente movilización del pueblo colombiano desplegada desde el 2019 con un pico excepcional en la explosión popular del 28 de abril del 2021, duramente ensangrentada por la demencial arremetida policial y militar que se llevó por delante la vida de líderes sociales, campesinos, femeninos, juveniles y estudiantiles.
Es, por lo demás, reflejo de la profunda indignación de millones de colombianos que viven en terribles condiciones de pobreza como consecuencia de la crisis sanitaria del coronavirus y la recesión económica, que lograron entender que era necesario consolidar una potente fuerza política de cambio como el Pacto Histórico, que también ha consolidado una significativa bancada parlamentaria abierta a la acción política radical.
No es poca cosa lo que acaba de suceder en Colombia y su trascendencia para la lucha de los pueblos latinoamericanos. Nos quitamos de encima la peor de las camarillas oligárquicas de la región.
Lo que viene es una dura lucha para ir concretando soluciones inmediatas que atiendan las más sentidas demandas del pueblo.
Me refiero a aspectos como la Renta básica para 5 millones de hogares (20 millones de colombianos); el derecho a la pensión con un salario mínimo para 3 millones de adultos mayores; la reforma al sistema de salud para quitárselo a los pulpos financieros que se embolsillan billones de pesos con los aportes de los afiliados a las EPS.
La garantía de la gratuidad de la educación superior, la realización de la reforma agraria democrática que entregue 3 millones de hectáreas a los campesinos sin tierra y titule otros 8 millones de hectáreas.
La recuperación de la ruta de la paz para que ella sea completa en el dialogo con las neo insurgencias revolucionarias; la profundización de la democracia participativa y el fortalecimiento de las veedurías y auditorias sociales sobre la gestión y el gasto público; el castigo ejemplar de las bandas corruptas de la partidocracia liberal, conservadora y uribista.
La depuración de los aparatos militares y policiales encuadrados en desuetas doctrinas de la seguridad nacional; el impulso a la industria y a las fuerzas productivas nacionales para construir una nueva economía; la consagración de los derechos de la mujer; la transformación de los sistemas culturales y comunicacionales.
En síntesis, el saldo neto de la jornada política es el desplome de la hegemonía política del fascismo y la emergencia de una nueva contra hegemonía que debe trabajar en la construcción de nuevos consensos; en la proyección de un cuerpo ideológico que alimente desde la familia, la escuela, la vida religiosa y los medios de comunicación la idea de la democracia popular y del socialismo.
También, que propicie la disputa que permita construir nuevas subjetividades comprometidas con la construcción de una sociedad solidaria, anti patriarcal y anti oligárquica.
En Colombia ha triunfado la esperanza y hemos derrotado una mafia siniestra y violenta que acumulo toda suerte de arbitrariedades y ultrajes contra las mayorías a lo largo de décadas.
Vienen nuevos retos que se deben ir asumiendo en sus condiciones concretas.