El Loko Quintero, tan navideño como el vino Cinzano y las galletas Caravana

El Loko Quintero, tan navideño como el vino Cinzano y las galletas Caravana

Hace un año murió quien era por excelencia la banda sonora de las festividades decembrinas en todos los estratos

Por: Ricardo Rondón Chamorro
diciembre 19, 2017
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El Loko Quintero, tan navideño como el vino Cinzano y las galletas Caravana

En los tiempos en que la gente era decente hasta para bailar y las navidades de barrio se compartían no solo al calor del hogar sino de la vecindad: cuadras cerradas con automóviles, equipos de sonido en el andén, postre de tres leches, natilla, buñuelos, la infaltable copa de vino Cinzano y las galletas Caravana que pasaban de boca en boca entre vejetes y mucharejos, la melodía de Gustavo, El Loco, Quintero era por excelencia la banda sonora de las festividades decembrinas en todos los estratos.

Quién, por estas fechas de desbarajuste emocional colectivo, "diciembre con su alegría, mes de parranda y animación", no ha azotado baldosa con clásicos del llamado chucuchuco navideño como: La maestranza, Promesas de cumbiambera, Don Goyo, Fantasía nocturna, Ojos gachos, Al compás de las polleras, La banda del vecino, Carita de ángel, La danza de la chiva, La pelea del siglo, Alumbra luna, El paganini, Las gotereras, La ballena de Jonás y El aguardientosky, entre más de dos mil canciones impresas en ciento tres producciones discográficas que resumen la vida y obra de El Loko —así con K, como él ordenaba que se le escribiera—, rey indestronable de este género en las celebraciones de fin de año.

En la madrugada de este domingo 18 de diciembre de 2016, Gustavo de Jesús Quintero Morales (Rionegro, Antioquia, 23 de diciembre de 1939) falleció a la edad de 76 años, 55 de ellos dedicados a la música parrandera, aquejado por severos quebrantos de salud.

Cuatro días atrás, el artista había sido llevado de urgencias a la Clínica Las Américas de la capital antioqueña, por un fuerte dolor en la región abdominal que él remitió a una hernia, pero el diagnóstico de los facultativos fue demoledor: Quintero padecía un tortuoso y avanzado mal innombrable en el estómago, que se lo llevó en cuatro días.

El sacerdote Italiano Andrés Rossi, párroco de la Iglesia de Buenos Aires, del barrio de Medellín que lo vio crecer, fue quien descubrió su talento de cantante cuando Gustavo oficiaba de monaguillo y hacía parte del coro.

Años más tarde abandonó su carrera de Economía para dedicarse de lleno a la música, primero con Los Teen Agers, el Combo Los Gatos, Los Hispanos, donde fue reemplazado por Rodolfo Aicardi para crear Los Graduados, y con ellos, hasta el pasado 10 de diciembre, que fue su última presentación en el complejo de eventos La Macarena, de Medellín.

Lo del Loko fue un remoquete que le impuso el recordado locutor y presentador Otto Greiffenstein por sus excentricidades en tarima, sus tics, sus gestos, el desparpajo para animar a la concurrencia, y su sorprendente capacidad de improvisación con rimas, trabalenguas, dichos y diretes de la motañerada paisa, influenciado por quien él consideró su maestro y modelo a seguir: el trovador, músico y compositor sin rival Gildardo Montoya.

De Gustavo, El Loko, Quintero se dice que grabó alrededor de mil temas en más de cien producciones discográficas, la mayoría con el sello Codiscos, como el de la serie Platino Grandes éxitos, para la celebración de medio siglo de una copiosa e ininterrumpida carrera musical.

Quintero estuvo casado durante 37 años con la abogada antioqueña Consuelo Ruiz, madre de sus tres hijos: Javier Gustavo, Piloto; Melissa, estudiante de Medicina; y Jonathan, firme promesa del fútbol. La doctora Conchi, como él le decía con cariño, también se encargaba de sus contrataciones, y según él, como era habitual con sus gracejos, “estaba en mora de recibir la Cruz de Boyacá por su tesis laureada de amor, paciencia y tolerancia para con un hombre con la cabeza desincronizada”.

Con su partida definitiva, Gustavo Quintero se erige como una leyenda de la música tropical en Colombia, revolucionario, perseverante y de una energía contagiosa en escenarios del mundo (Holanda, España, Canadá, Alaska), motivo de sendos reconocimientos, como el que recibió en Nueva York de manos del gran Tito Puente, o uno de los más significativos para él, el que le confirió la Organización de Estados Americanos (OEA), como líder de la Orquesta más original y tradicional de Colombia.

Al Loko Quintero tuve la oportunidad de entrevistarlo varias veces, sobre todo para esta época de luces decembrinas, con la estimulante convicción de que su melodía, como el vino o el vermut Cinzano y las galletas Caravana, no podían faltar en el entorno navideño, del más humilde, al más encopetado.

Como un homenaje a su memoria, reproduzco esta entrevista publicada en 2011, con motivo del lanzamiento de sus Grandes Éxitos, y la celebración de sus 50 años de vida artística.

¿Sí es cierto Gustavito que donde hoy queda el aeropuerto ‘José María Córdova’, en Rionegro, era hace más de 50 años la finca de tu papá?

“Sí, es cierto: era una finca agrícola en donde se cultivaba papa y maíz, pero también había vacas lecheras. Allí nos criamos trece hijos de don Eleuterio Quintero y de doña Ana Julia Morales”.

Menos mal que no te dio por ser piloto...

“¡Ay!, hermano, no estaría contando el cuento, porque si no he aprendido a manejarme yo a la edad que tengo, cómo fuera con un aparato de esos. Aunque me gusta volar seguido, y mejor si es gratis”.

¿En qué momento te empezó a ti la loquera?

“Como dormíamos hasta cinco en una sola cama, a mí me dejaban en la orilla y cada ratico me mandaban pa’l suelo. De modo que con tanto golpe en la motola se me fue corriendo el caspero”.

¿Diste mucha guerra en el colegio?

“Todas las que quieras. Era muy peleador, me daban en la ‘jeta’ casi todos los días, y en las huelgas tiraba piedra”.

Pero como estudiante, ¿qué tal?

“‘Regulímbis’. A mí las únicas clases que me gustaban eran: música y dibujo. De resto yo no sé cómo pasé el bachillerato”.

¿Estudiaste con curas?

“Bendito sea mi Dios, no; aunque en la iglesia participaba en los coros, porque todos tenían que ver con mi voz. Es que aunque parezca curioso, yo empecé con el canto lírico. Cuando venían las compañías de zarzuela de España me invitaban para hacer parte de ellas en el ya desaparecido Teatro Junín”.

¿Hiciste estudios universitarios?

“Cursé algunos semestres de Economía, pero terminé comprándome un marranito de barro para echar las monedas, porque lo mío era el canto”.

¿En qué momento te picó el bichito de la música bailable?

“En los barrios Boston y Buenos Aires se fue formando la fiesta de la manera más improvisada. Imagínate que los instrumentos eran tarros de galletas Noel, una dulzaina con la que me gané un premio en el Instituto de Bellas Artes, y la voz: es que yo abría la boca por la mañana y despertaba a todo el barrio”.

Y como artista profesional, ¿cómo fue tu debut?

“Aníbal Ángel, pianista de La Ceja (Antioquia), tenía un acordeón de teclado, y él tocaba en un gril detrás del hotel Nutibara. Una noche me invitó a cantar con Hernán Cuervo (en las congas), y yo con la pandereta. Ese negocio se llenó, fue la sensación y con ellos me quedé mucho tiempo. Así nacieron Los ‘Teen Agers’”.

¿Cuál fue el primer éxito?

“Del mismo Aníbal Ángel, ‘El Gordo’, inspirado en un gordo, hijo de un periodista, Jaime Jaramillo, del diario La Patria, de Manizales. Corría el año de 1961”.

¿Qué sello lo grabó?

“El sello Zeida, que funcionaba en el tercer piso del Edificio Roca, Junín con Ayacucho. Era un disco de 78 revoluciones donde además de ‘El Gordo’, estaba ‘Laura y Tommy’, ‘El Casamiento’, ‘La Gallinita Josefina’, ‘Color de Arena’ y ‘El Twist del esqueleto’, entre otros”.

¿Cuántos discos grabaste con los ‘Teen Agers’?

“Por ahí unos siete”.

¿Y quién fue el cerebro de meterle ‘chucuchuco’ al rock and roll? ¿O viceversa?

“Francisco ‘Pacho’ Zapata y Aníbal Ángel, quienes dieron en el clavo con ese ritmo que pegó en todo el país. Y, en lo que llaman salsa, fuimos lo pioneros antes del mismo Fruko, como sucedió con ‘El Paso de Encarnación’, original de la Orquesta Aragón, de Cuba, muy famosa la versión de Larry Harlow, y la mía, la de El Loko Quintero, con el sello Musart de México”.

¿Por qué no continuaste con la salsa?

“Porque la idea era vestir la música colombiana de muchos colores: del porro, la cumbia, el currulao; por supuesto la salsa, el merecumbé y hasta el joropo. Pero ahí no para la cosa. De todo esto ha grabado El Loko en idiomas como hebreo, italiano e inglés”.

¿Cómo nació Don Goyo?

“Eso es de doña Graciela Arango de Tobón, que era de la barra de Helenita Vargas, de Gladys Iragorri y Carmenza Duque, con quienes El Loko salía a los hospitales a realizar brigadas de salud con los niños”.

Eran las famosas fiestas de clubes, ¿verdad Gustavo?

“Sí, muy famosas, como las del Club San Fernando y el Club Colombia, en Cali; el Club Unión y el Club Campestre, de Medellín; el Club los Lagartos y el Club Militar, de Bogotá; y esas fiestas inolvidables del Hotel El Prado y el Club Naval de Barranquilla”.

¿De qué botella viene El aguardientosky?

“De la de Gildardo Montoya, el montañero más sabio que ha parido Antioquia, y de quien son innumerables éxitos como: ‘Las Gotereras’, ‘El Paganini’, ‘La Pelea del Siglo’ y ‘La Ballena de Jonás’, entre muchas, que si no las canto en una fiesta, no pagan el contrato”.

¿A cómo cobraste tu primer baile?

“Yo con la plata no me he metido, porque termino metiéndome en la grande. La berraca pa’negociar es mi mujer, que es la que me maneja a mí, porque como soy Loko, pues soy bien complicado. Es que eso es lo que yo me pregunto: ¿Qué hubiera sido de mí sin mi Consuelo?”.

Más bien, Gustavo, quién más que ella para aguantarte a ti…

“Yo pienso que el mejor homenaje que me ha hecho la vida es mi amada esposa, quien me ha dado tres hijos que son mis bendiciones”.

¿De dónde sacas tanta energía para seguir dando lora después de 52 años de carrera?

“Miel de abeja, cáscaras de mandarina revueltas con ajo, dormir muy bien y cero vicios, porque ese es el peor enemigo del hombre”.

¿Cuánto hace que no te tomas un ‘aguardientosky’?

“Hace 29 años, cuando empecé a ver doble sin estar borracho. Ahí me asusté y arrojé la botella al río San Jorge”.

¿Cómo recuerdas las fiestas de pobres de época?

“Como las mejores, no hay otras que se les compare, porque nunca falta comida, trago, bochinche y hembras. Y hasta los perros se emborrachan. Yo tenía uno que no pedía permiso para orinarse en la sala, detrás del equipo de sonido”.

Fuera de tu música, ¿qué otra escuchas?

“Beethoven, Bach, Vivaldi, todo eso me hace ver angelitos, y la sintonizo en la emisora de la Universidad Pontificia Bolivariana”.

Y cuando no tienes toques, ¿qué haces?

“Hago oficio, barro, plancho, hago de comer, y si estoy muy aburrido, me pongo a leer el directorio telefónico”.

¿Pesan 52 años de carrera artística?

“A mí no, aunque me duele y lloro mucho por las injusticias del mundo”.

¿Qué te dice el médico cuando lo visitas?

“El médico Miguel Ángel Ceballos va a mi casa pero a jugar ajedrez, y termina aburriéndose porque no lo dejo hablar”.

¿Y dormido también hablas?

“Sí, pero me cuido mucho, uno no sabe, la lengua es traicionera”.

¿Qué te falta por hacer en la vida?

“Yo creo que el país está en deuda conmigo. Cómo te parece que ni Sayco me llamó para felicitarme cuando celebré mis primeros 50 años de carrera”.

¿Con qué no te haces El Loko?

“Con Dios, con mis hijos y con mi mujer. De resto el manicomio sigue intacto, porque como dijo el poeta: ‘aquí venimos a reír con llanto y también a llorar a carcajadas’”.

¿Qué acostumbras hacer un 24 de diciembre?

“Si no están los hijos, hacer ‘chichí’, apagar la luz y arruncharme con mi mujer, que es la mejor Navidad que me ha dado la vida”.

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