Güireo y chacaleo, convenciones contra la juventud
Opinión

Güireo y chacaleo, convenciones contra la juventud

Dos términos de los jóvenes en sus enfrentamientos en los márgenes de la ciudad están poniendo en entredicho estrategias oficiales trasnochadas que no funcionan

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febrero 16, 2024
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El lenguaje suele ser un campo expresivo maravilloso, aunque manipulado socialmente puede ser muy peligroso. Para ejemplificar hagamos una breve revisión de dos términos:

Chacal es un animal depredador que habita en el África, Güiro es un instrumento tradicional de las músicas afro mulatas. Chacaleo en diccionarios recientes puede significar según el contexto, rodear, arrebatar, cortejar, observar detenidamente. Chacaleo en los últimos tiempos de América Latina también puede ser situación de matoneo, de agresividad, enfrentamiento. El término “güireo” proviene del Güiro, del alboroto que genera ese instrumento de percusión. En las músicas urbanas se habla del güireo cuando se refiere a la “guaracha electrónica”, expresión de la cultura reguetonera. Los términos en mención se han domiciliado ampliamente entre los sectores populares, son polisémicos, no referencian un solo asunto; en el caso del Oriente de Cali, lugar donde he desarrollado investigación social por largo tiempo, chacaleo implica encuentro, movimiento, competencia, agresividad, cuando lo agresivo no necesariamente implica un valor negativo; güireo suele relacionarse con ritmo, rumba, bullaranga, baile, competencia, seducción; los dos términos también han sido usados marginalmente para referir situaciones de violencia, pero principalmente hablan de una cotidianidad abierta a la contingencia y al rebusque; por ejemplo, en alguna ocasión una vecina me dijo que estaba amanecida porque a fuerza de no poder acoger el sueño por la bulla se salió a ver dónde estaba el güireo y bailó un rato en el vecindario; un trabajador informal me dijo un día que se iba temprano al mercado móvil porque allá era donde estaba el chacaleo sabroso, y ninguna de las personas referidas estaba hablando de matar o agredir a nadie, remitían a bailar y a trabajar respectivamente. 

Sin embargo, en Cali recientemente se ha producido una noticia institucional asociada a un fenómeno histórico y cíclico de enfrentamiento entre jóvenes en las márgenes de la ciudad, al cual ahora se le ha denominado chacaleo y güireo; en términos metafóricos se ha producido un gran chacaleo, en el sentido del periodismo mexicano, que indica la acción de producir noticias públicas que cojan pueblo, que se difundan ampliamente y sean efectivas en términos de audiencia, en este caso como justificación de medidas sobre los territorios populares y las nuevas generaciones; el asunto es que esto se hace muy a la ligera, a expensas de profundizar el estigma sobre los territorios y la juventud urbana.

Dicen las fuentes oficiales, para instalar una narrativa, que el güireo y el chacaleo son prácticas violentas de enfrentamientos entre grupos de jóvenes de las barriadas que han venido creciendo en magnitud y contundencia a nivel urbano; se dice que iniciaron como un juego inocente de niños en el Oriente de Cali y se han convertido en la mayor preocupación de los habitantes en el sector. En una reciente sección plenaria del Concejo de la ciudad que reunió a toda la institucionalidad se construyó el perfil que ya comienza a difundirse masivamente por las redes y medios de comunicación; se trata de señalar que las reuniones de los jóvenes para bailar, sus músicas y sus jergas, sus sitios de encuentro, han devenido en prácticas que incitan a la violencia y a enfrentamientos letales, con piedras, garrotes, cuchillos, y armas de fuego, que las autoridades no logran controlar  y tienen desesperados los vecindarios.


Las reuniones de los jóvenes para bailar, sus músicas y jergas, sus sitios de encuentro, han devenido en prácticas que incitan a la violencia y a enfrentamientos letales, que las autoridades no logran controlar 


Se desprende de este puntual llamado institucional la acción inmediata “preventiva”, “disuasiva”, “integral” de las “pandillas” y los “territorios”, con medidas “eficaces” que más o menos implican reactivar programas trasnochados que usan terminologías acumuladas en años de estereotipos sobre las nuevas generaciones, por ejemplo “ocupación del tiempo libre”, “resocialización”, “ fronteras invisibles”, “superación del caos del estallido”, “disputas territoriales”, “los niños, adolescentes y jóvenes son víctimas y victimarios” y con esas reducidas nociones se trazan estrategias, respecto a una precaria caracterización de las y los jóvenes de sectores populares como trasgresores de normas, protagonistas de hurtos y asonadas. Toda la problemática se sitúa y se mapea en las comunas “vulnerables”; esto aparentemente es beneficioso para llamar las “intervenciones sociales” sobre los sectores más “necesitados”, pero ¿con qué enfoque?, ¿con qué participación de los jóvenes y de sus territorios?, ¿con qué consecuencias y resultados?

Claro que preocupa que nuestros jóvenes estén dedicados a citarse en parques y calles de las barriadas más humildes a golpearse y a atacarse entre sí, claro que el uso de las redes sociales amplifica y aumenta el impacto de los choques juveniles, también sabemos que eso es producto de la falta de condiciones de vida y de oportunidades educativas, culturales y laborales para cerca de ciento cincuenta mil jóvenes que habitan los sectores populares de la ciudad; pero el asunto no es tan simple como agregar unilateralmente cifras punitivas y delegar una o dos intervenciones que se vienen repitiendo con la misma retórica estigmatizante desde hace décadas. Por supuesto tenemos juventudes en riesgo, algunas de ellas que se enfrentan violentamente, involucrando varias generaciones, esto no es nuevo; además la situación no la estamos descubriendo ahora, pasa por el déficit de condiciones de crianza, protección familiar, educación, por el precario urbanismo y la falta de oportunidades de vida que implica barreras de acceso a la formación y el empleo, pero especialmente, por la ruptura de las relaciones generacionales y los mecanismos de socialización. En ese contexto, es necesario recordar que abordar el conflicto juvenil en el país urbano requiere que tratemos la segregación social y étnica, la injusticia encarnada en las relaciones de género y generación; hablemos de rectificaciones que implican cambios en las formas de ser adultos, de la necesidad de transformar estrategias que por más que se perfumen para traerlas trasnochadas, no funcionaron y menos van a funcionar ahora, si no se construyen las alternativas con las juventudes a partir de la escucha, del diálogo intergeneracional y social; es difícil, pero es la única opción, tenemos la tarea de salir de la lógica perversa de promocionados programas que profundizan el estigma y el estereotipo, porque modelan una única forma de vida sobre los territorios urbanos y una sola forma “buena” de ser joven.

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