Llevamos los dos últimos años tratando de ganar una licitación pública y no lo hemos logrado.
Nuestros ingenieros de licitaciones consultan todos los días el portal de compras del Estado (Secop) con instrucciones precisas de preparar ofertas únicamente para las entidades que cuelguen pliegos transparentes.
En un estudio de la Sociedad Colombiana de Ingenieros se demostró que en el 90% de los procesos licitatorios se presenta un solo proponente.
Los pliegos están estructurados para que la licitación se la gane el contratista escogido, comprometido a entregar parte del anticipo como comisión.
Es muy fácil saber cuáles licitaciones no son transparentes porque tienen requisitos subjetivos como solicitar una experiencia específica absurda, un plan de inversiones o un plan de calidad que solo conoce el proponente destinado a ganar.
Con esta relación simbiótica, muchos políticos se financian para comprar votos a través de los contratistas que juegan a ganar contratos de esta forma.
La aprobación normativa en el Congreso del pliego único que eliminaría este juego sucio es bombardeada incesantemente con micos por estos políticos que no les interesa para nada cambiar esta dinámica perversa diseñada para apropiarse de los recursos del Estado.
A las licitaciones transparentes se presentan más de cien proponentes y las posibilidades de ganar no llegan al 1%
Nosotros, optimistas irremediables, seguimos jugando al 1%, esperando que el país se reinvente en un Estado eficiente que logre derrotar la corrupción.
Ahora bien, cuando me enteré de la muerte de Guillermo Perry, llegó a mi memoria un episodio que quiero contar:
Hace aproximadamente 20 años nos presentamos a una licitación de construcción y suministro de equipos para una torre de enfriamiento para la refinería de Ecopetrol en Cartagena.
Constituimos un consorcio con otra firma colombiana para lograr completar la experiencia exigida por la entidad y para poder competir contra los demás proponentes, todos extranjeros.
Dos semanas después del cierre de la licitación, llegó a nuestra oficina un señor recomendado por alguien que no recuerdo que ofreció ayudarnos a ganar el negocio mediante el manejo que él tenía sobre el grupo de ingenieros evaluadores, sobre el comité evaluador y finalmente sobre el comité de la junta directiva que adjudicaba.
Dentro de esta oferta “comercial” ofrecía entregar copia de las propuestas de la competencia para que las analizáramos y ayudáramos al grupo de ingenieros evaluadores a eliminarlas. Esta maravillosa gestión costaba el 4% del valor de nuestra oferta.
Llamé a mi socio que tenía el 50% del consorcio para contarle el tema de la visita. Él me dijo que si no pagábamos ese 4%, nos iban a eliminar y consideraba muy importante cerrar el trato.
No estuve de acuerdo y entramos en conflicto.
Afortunadamente, tres días después llegó a nuestra oficina otro señor más elegante que el anterior, con maletín de cuero de marca, vestido y camisa de marca y naturalmente corbata de marca.
Este señor comenzó por explicarnos que su trabajo en Estados Unidos se llama lobby y nos ofreció un lobby que consistía en manejar a los ingenieros evaluadores, al comité de evaluación y al comité de evaluación de la junta directiva de Ecopetrol. También nos ofreció entregar copias de las ofertas de la competencia para poder asesorar a los ingenieros evaluadores a eliminar la propuesta que nos pudiera ganar la adjudicación de la licitación. Esta maravillosa gestión costaba el 5%.
Le dije a este señor elegante que tres días antes había venido otro señor a ofrecer exactamente lo mismo y que era muy importante para nosotros saber quién era el verdadero gestor “comercial”.
El señor de la ropa de marca contestó que no tenía ni idea de quién era el otro supuesto intermediario y que nos comprobaría paso a paso los resultados de su gestión.
Muy contento volví a llamar a mi socio para darle una razón contundente para no pagar ni un centavo de comisión.
Además le ofrecí buscar una cita con Guillermo Perry, que en ese entonces pertenecía a la junta directiva de Ecopetrol.
Perry me recibió amablemente y después de escucharme con mucha atención me dijo: “Esos señores son los típicos paracaidistas que aprovechan la información para armar estas estafas. Yo casi que me puedo quemar las manos por los demás miembros de la junta directiva. No haga nada y espere el resultado de la apertura de ofertas”.
En el informe del comité de evaluación, como pronosticó mi socio, quedamos eliminados, pero la junta directiva no lo tuvo en cuenta y nombró el comité evaluador de otro departamento para que preparara un nuevo informe.
Nuestra propuesta fue mucho más barata que las de la competencia y nos adjudicaron la obra.
Perry personificó una excepción a la regla. Lo lógico es que todos los funcionarios actuaran como él, pero eso no pasa en nuestro país.
Importamos los equipos especializados de Francia y los instalamos en una hermosa torre con un acabado impecable construida con concreto reforzado.
Cada semana asistíamos a los comités de obra en Cartagena y registramos el avance del proyecto con muchas fotos.
Entregamos la torre de enfriamiento a tiempo y trascendimos con una obra inédita realizada por una firma colombiana.
Perry, siempre brillante, divertido, honesto y preocupado por el país, es una luz de esperanza que nos anima a seguir.
