Un personaje irremediablemente ligado al sentimiento de los colombianos y cuyo nombre nunca pasará de moda, es Guillermo de Jesús Buitrago Henríquez, el célebre intérprete de La víspera de Año Nuevo y compositor de por lo menos 30 melodías que por su particular estilo y su entrañable sabor decembrino han hecho las delicias de varias generaciones.
A Buitrago ―además de su inmenso legado― se le debe reconocer que fue el músico que más discos grabó en los años cuarenta cuando los cantantes y las orquestas grababan en vivo en las pocas emisoras de radio de entonces o en los estudios artesanales montados por empresarios interesados más en la música que en el billete. Fue él junto con Julio Bovea, quien inició la grabación de viejos y nuevos vallenatos con guitarras y, como si fuera poco, fue el primer intérprete de dos ilustres desconocidos de entonces: Rafael Calixto Escalona Martínez y Emiliano Zuleta Baquero, el Viejo Mile. Al primero le grabó nada menos que El testamento ―con los Trovadores de Barú, conjunto del cual formaba parte José Benito Barros―, y al segundo le interpretó La gota fría, paseo que durante muchos años se conoció con el título nada comercial de Qué criterio. Por esa y otras razones, el Nobel Gabriel García Márquez, al contrario de otros gurúes del vallenato, dijo hace algunos años que Buitrago tenía el doble mérito de haber sido el primer artista en comercializar la música vallenata y de promocionar las obras de otros compositores que después ganaron renombre.
Buitrago, un hombre alegre, dicharachero, de buena pinta y caribeño total, supo transmitir su alegría a públicos diversos, desde aquellos que atiborran las casetas populares y los clubes de socios linajudos, hasta aquellas familias modestas que viven en los campos y las barriadas de invasión. Pero su vida fue áspera, trepidante, fugaz y tan diferente a su regocijo artístico que bien podría contarse en cine o televisión con rotundo éxito. Muy niño perdió a su madre, oriunda de Ciénaga, y para ayudar al sostenimiento de la casa tuvo que aprender el peligroso oficio de polvorero y colaborar con su padre, un comerciante paisa. Apenas entrado en la adolescencia, aprendió a tocar guitarra y a cantar en su Ciénaga natal, ciudad del Magdalena donde se desarrollaron casi todos los acontecimientos que motivaron sus canciones. Tan pronto llegó a los veinte años, el hambre de triunfo, los apremios económicos y su capacidad artística lo obligaron a recorrer pueblos, veredas y ciudades como un auténtico juglar que buscaba espacio para contar la vida cotidiana en forma de canciones.
Radio Magdalena, Emisora Atlántico, La Voz de la Patria, Ecos de Córdoba, Emisora Variedades y Emisoras Unidas, lo vieron nacer como artista y le ayudaron en sus triunfos como músico genuino. Los éxitos lo abrumaron casi sin darse cuenta y muy pronto fue contratado para presentaciones en emisoras y clubes de Bogotá, Cali y Medellín. Mientras tanto, sus discos llegaron con rapidez a México, Argentina, Venezuela, Ecuador, Perú, Cuba, Panamá, Costa Rica, Honduras, Nicaragua y otros países que lo admiraban como sólo ocurre con los ídolos.
De Guillermo Buitrago y sus muchachos ―como se llamaba el conjunto de guitarras, guacharaca y a veces clarinete e integrado por Carlos El Mocho Rubio, Efraín Torres y Ángel Fontanilla― se conservan unas 150 melodías que gracias al prodigio de la tecnología digital hoy se pueden disfrutar como hace seis décadas cuando la gente hacía cola en los almacenes para comprar un disco de 78 revoluciones por minuto que se le entregaba al cliente ocho días después. Del apreciable listado de paseos, merengues, sones y porros de su autoría grabados casi todos con unos cuantos rones entre pecho y espalda en los estudios de Discos Fuentes, de Cartagena, sin lugar a dudas, los más populares son Ron de vinola, Grito vagabundo, El huerfanito, Compae Heliodoro, La araña picúa, La piña madura, La hija de mi comadre, Las mujeres a mi no me quieren y La Capuchona.
Capítulo aparte merece La víspera de Año Nuevo, que se escucha en gran parte de América Latina en la versión original del Mono Buitrago a quien de manera equivocada, durante casi medio siglo, se le atribuyó la creación de este merengue que en realidad es de la autoría de Tobías Enrique Pumarejo, Don Toba, quien decidió relatar en una ambiente entre nostálgico y jocoso, ‘la perdida’ el día de Año Viejo con su novia Doris del Castillo Altamar. Este personaje, respetado en el viejo Magdalena por su alta posición social, sus memorables parrandas e importantes cantos como Callate corazón y Mírame fijamente, tan poco le importó la fama que sólo admitió la autoría de la composición que lo hizo famoso poco años antes de fallecer en 1995.
Guillermo Buitrago pasó a la historia por su extraordinaria obra musical ―desempolvada todos los diciembres en un extraño revoltijo de nostalgia, sinsabores, alegrías, satisfacciones y cumplidos― pero también por su vida azarosa que, como si fuera el remate de una película de misterio, terminó en tragedia el 19 de abril de 1949. Según versiones de la época no demostradas y que al parecer son simples rumores novelescos, el famoso Mono apareció muerto junto a la puerta de su casa con una botella de cerveza en una mano, 19 días después de haber cumplido 29 años de edad. Falsa o cierta esta versión, lo que sí está probado es el arribo a Ciénaga aquel día aciago de un empresario artístico con quien se había comprometido a firmar un contrato que lo haría famoso en el mundo: la grabación de varios discos con la Orquesta Casino de La Playa, una de las más importantes agrupaciones de música tropical de Cuba.
Como todas las partidas intempestivas de las estrellas de la música, el cine o la literatura, mucho se dijo sobre las causas de su muerte pero nada se ha probado y quizá nunca se sabrá la verdad. Algunos dijeron que murió desnutrido y tuberculoso, otros afirman que lo mató la cirrosis asociada a su vida desordenada, unos más hablan de una pulmonía severa y hay quienes especulan con una sífilis mortal contraída por sus múltiples relaciones con mujeres que lo asediaban.
Sin embargo, en su pueblo natal ―donde todos los años se le recuerda con la celebración del Festival Nacional de Música con Guitarra que lleva su nombre― amigos y parientes decían que murió envenenado por un músico envidioso que nunca pudo soportar el fulgurante ascenso del llamado ‘Trovador del Magdalena’. Cualquiera que haya sido la causa de su muerte, su obra ya un patrimonio nacional que hace décadas traspasó las fronteras de la inmortalidad al presentarlo como uno de los padres del vallenato.