Sentí orgullo cuando la dirección de la unidad guerrillera a la que pertenecía, me hizo saber que hacía parte del parte del personal que tomaría el curso de seguridad y protección. Eso representaba un honor para mí, pues mi destino sería responder por la seguridad de nuestros líderes, un verdadero privilegio. Pero en medio de la alegría me asaltó una preocupación, quienes se encargarían de nuestra preparación era personal perteneciente al Estado, no sabía cómo me iría en una escuela de formación dirigida por quienes en el pasado fueron nuestros adversarios en la guerra.
Llegada la hora, debemos salir para el curso. Antes de salir de la Zona, nos despedimos de nuestro querido comandante Timo, y luego tomamos por la carretera en pésimo estado que la une a Tibú. Allí nos untamos de barro hasta las rodillas, empujando los carros que se supone iban a trasportarnos a nosotros. Tres horas después llegamos al aeropuerto.
Ya a bordo del avión y con este en vuelo, no dejaban de mortificarme los nervios. Era la primera vez que viajaba en un aparato de esos, y simultáneamente no dejaba de pensar en el curso, en la necesidad que tenía de desempeñarme lo mejor posible. Eso me impedía apreciar como debiera el paisaje que divisaba por la ventanilla. A las cinco de la tarde estuvimos en la capital del país.
Sentí alegría por hallarme en Bogotá. En ella viven Laura y Laura Sarita, la mujer y la niña que más amo en la vida. Me sentía feliz al saber que estábamos respirando el mismo aire. El contraste de los climas era demasiado grande, en Caño Indio hace un calor de horno, ahora comenzaba a experimentar un frío muy intenso. Me dije que era la primera prueba que debía enfrentar. Lo confirmé cuando nos condujeron a Facatativá, a la escuela, el frío era todavía mayor.
La llegada a la escuela de la Unidad Nacional de Protección y el conocimiento de los instructores representó algo inesperado para mí. Sentimos que nos recibían y saludaban personas muy sencillas y amables, gente humilde del pueblo colombiano, iguales a nosotros que habíamos sido guerrilleros de las FARC-EP.
A partir de entonces me veo obligado a reconocer la preocupación constante del cuerpo de instructores por nosotros. Es cierto que son funcionarios del Estado, pero debo resaltar que han hecho un gran esfuerzo por capacitarnos y formarnos, a hombres y mujeres, como auténticos miembros de la Unidad Nacional de Protección. Me he encariñado con la academia de la UNP y con sus instructores, lo que me condujo a componerles una canción que titulé TODOS SOMOS HERMANOS. Al interpretarla en ritmo de rap, sentí cuánto les agradaba mi gesto.
Ahora me atrevo a decir que el logro más importante de Colombia en los últimos tiempos ha sido detener el desangre que padecía. La guerra entre hermanos de la misma patria nos hacía enorme daño a todos. Lo que nos queda ahora es luchar, pacíficamente, porque los Acuerdos que pusieron fin al conflicto se cumplan. Eso no nos corresponde solamente a las FARC, sino a todos los colombianos. La paz es el bien más grande de cualquier pueblo. La convivencia y el trabajo conjunto con el personal de la academia me han servido para comprenderlo mejor.
La invitación es a defender los Acuerdos de La Habana, a luchar unidos por su cumplimiento. Eso sí que garantizará definitivamente la paz en nuestro país. No permitamos que regrese la guerra, todos tenemos derecho a vivir tranquilos, en completa paz.
El coro de mi canción dice así: Hermanos cantemos todos/ por Colombia y por la paz/ que de esta escuela saldremos/ como ejemplo de unidad.
Que vivan Colombia y la paz, que la guerra muera para siempre.
Facatativá, 5 de agosto de 2017
