Como en los peores tiempos del conflicto armado colombiano, el Cauca registra durísimas cifras de homicidios y existen enfrentamientos activos en varias zonas de nuestra geografía. Este Gobierno es como un bombero apagando incendios que él mismo propició cuando se propuso a boicotear a toda costa los acuerdos de paz. La paz está rota en el Cauca. La gente de derechas lo consiguió.
Hay guerra, sangre, confusión y miedo. Es insólito que existan tendencias de pensamiento político que busquen este tipo de objetivos. Parece más bien el reflejo de una mente enferma que se goza en el dolor, que no concibe un escenario social pacífico, de concordia y tolerancia con las ideas diferentes. Y lo más triste es que haya un ejército de seguidores que las respaldan, incluso con la vida. A veces uno entiende que la gente defienda a sangre y fuego el statu quo. Sobre todo si lo que se defiende es un patrimonio absurdamente grande.
Y eso es lo que tienen ciertas élites en este país: un patrimonio absurdamente grande sobre el que fundamentan una filosofía que no es otra que evitar que otros se apoderen de él o que lleguen a acumularlo en ese mismo nivel hasta el punto de controvertir su dominio. Entonces alrededor de esa idea son capaces de inventar guerras y levantar ejércitos.
Eso es entendible, forma parte del instinto de conservación y adaptación del ser humano. Unos instintos evidentemente primitivos que necesariamente tienen que ver con la violencia, con la imposición de las ideas por la fuerza. Pero que lo haga un Gobierno no se entiende, parece más un ejercicio autodestructivo.
Y ahí están los resultados: casi una decena de muertes violentas el fin de semana y un rosario de líderes asesinados desde que se empezaron a estropear los acuerdos. El Gobierno nacional hizo caso omiso del clamor de un pueblo por la paz. En municipios golpeados históricamente por el conflicto hubo lágrimas de amargura cuando miles de colombianos salieron aleccionados a votar por el No en el plebiscito.
En esos pueblos, cuyas fachadas aún conservaban como cicatrices indelebles los agujeros de las balas, hubo un respiro cuando finalmente los acuerdos de La Habana empezaron a materializarse. Vientos de paz recorrieron las callejuelas polvorientas azotadas por décadas de guerra y la gente se asomó con esperanza e incredulidad a las ventanas. Pero dada la postura destructiva de este gobierno, ese respiro solo fue el preludio del horror en el cual estamos de nuevo sumidos.
Es pues el momento de reflexionar ahora que se acercan las elecciones. ¿Queremos seguir así? ¿Le vamos a dar la estocada final a una paz anhelada o queremos cambiar el rumbo? Este es el momento histórico para pensar en un futuro distinto para nuestros hijos.