Está claro que la economía de mercado, capitalista, es una economía del riesgo y la incertidumbre. Los agentes económicos toman decisiones de gasto y de inversión apostándole a un futuro incierto, el cual esperan predecir con algún grado de razonabilidad, ayudados en última instancia por decisiones regulatorias del Estado. Las economías centralmente planificadas, socialistas, intentan reducir el riego controlando variables claves como los precios básicos, la tasa de interés, la tasa de cambio, los salarios y en lo posible la inversión y el empleo.
Ya sabemos que el modelo socialista puro colapsó (no así el chino, que es una mezcla de mercado y planificación central), en especial porque no favoreció la innovación. El capitalismo, como dice Schumpeter, es un sistema donde los empresarios son agentes capaces de correr riesgos: son innovadores por naturaleza. Generan así ciclos de “destrucción creativa”. Keynes modula un poco este razonamiento explicando que las decisiones de los empresarios dependen de las expectativas sobre el futuro, es decir sobre cómo creen que se comportará a futuro la demanda agregada, la tasa de interés, la tasa de cambio, los impuestos, etc. y a partir de esas expectativas toman la decisión clave de invertir o aplazar las inversiones y por lo tanto, determinan el nivel de empleo.
Disculpen los especialistas la simplificación, pero lo que importa destacar aquí es que la economía real funciona en ciclos. Solo los teóricos neoclásicos y sus malos alumnos, los neoliberales, creen que la economía es estática y puede funcionar sin crisis, en especial si se controla la inflación. Ilusos que son.
El problema que enfrenta la humanidad hoy es que el gobierno del presidente Trump escaló la incertidumbre en los mercados internacionales a niveles sin precedentes en tiempos de paz, con sus amenazas de políticas arancelarias por fuera totalmente de las reglas de juego establecidas desde la Segunda Guerra Mundial.
Con la parálisis de las cadenas de abastecimiento durante el período de la pandemia, entre 2020 y 2021, ya el mundo había experimentado un cimbronazo al modelo de globalización vigente, mediante el cual Asia se insertó de forma competitiva como proveedor en el mercado europeo y estadounidense. Pero ahora se trata del reconocimiento expreso, por parte del Gobierno del presidente Trump, de que la pérdida de competitividad industrial, agrícola y en algunos sectores de los servicios, frente al resto del mundo, solo puede ser detenida mediante el unilateralismo agresivo, es decir, por fuera del marco comúnmente aceptado de regulación del comercio mundial establecido por la Organización Mundial de Comercio, OMC.
Aparentemente el gobierno estadounidense está dispuesto a emprender una guerra comercial global, no solo mediante aranceles sino recurriendo a múltiples restricciones al comercio y al financiamiento externo del mismo. En este contexto, es absolutamente claro que el mundo enfrenta una disparada de la inflación, no solo en proporción a los nuevos aranceles. Como dice Keynes, los empresarios anticipan las expectativas de desabastecimiento de insumos y de reducción de las demandas (de consumidores y de inversionistas), con lo cual retraerán la inversión planeada y de nuevo habrá escasez y mayores precios.
Es absolutamente claro que el mundo enfrenta una disparada de la inflación, no solo en proporción a los nuevos aranceles
Ante las expectativas inflacionarias, ya la Reserva Federal (RF) de Estados Unidos anunció el miércoles pasado que mantendrá altas las tasas de interés este año, y el Banco Central de Brasil subió sus tasas de referencia. Solo el Banco Central Europeo redujo marginalmente los tipos, el 6 de marzo, por el riesgo de recesión que asumen.
Nos enfrentamos entonces a un muy probable escenario de inflación y estancamiento (estanflación). La RF estima que el PIB estadounidense no crecerá 2,1 % sino 1,7% y la inflación no será de 2,5 % sino de 2,8 %, y son estimaciones conservadoras, sin que apliquen los nuevos aranceles.
Pero el verdadero problema que enfrenta la humanidad es que adicional a la Guerra de Ucrania, Estados Unidos e Israel amenazan no solo con extinguir a Gaza sino con emprender una guerra con Irán. Aparentemente la reactivación de la economía espera hacerse por la vía de la industria militar. La Unión Europea ya anunció 800 mil millones de euros para el rearme. China escala sus amenazas sobre Taiwán y el Pacífico en general se calienta.
No estamos frente a expectativas racionales y menos ante un nuevo orden internacional. Enfrentamos la incertidumbre y el riego de la locura total, el riesgo de la tercera y última guerra mundial.
Pero la humanidad tiene recursos inexplorados a los cuales recurrir. Como lo recuerda Harari, lo específicamente humano es la cooperación. Lo animal, que ha dominado por millones de años a la especie humana, nos lleva a la supervivencia del más fuerte y hábil en la guerra. Pero el homo sapiens ha sobrevivido por sobre las otras especies gracias a que aprendió a cooperar. Y la cooperación solo es posible mediante el establecimiento de reglas comúnmente aceptadas, instituciones como la OMC y similares. Las naciones, antes o después de la locura, establecerán de nuevo instituciones que nos permitirán ser específicamente humanos. Todos estamos llamados a actuar, en Colombia, en Estados Unidos, en Gaza o en Turkistán. La paz bien vale la pena cooperar.
Del mismo autor: La impostura