Acabo de escuchar por internet en la National Public Radio desde Washington D.C. (NPR, 5 de marzo, 2015) un importantísimo debate que me obliga a intentar resumirlo en esta columna. La discusión se centra en un próximo número de National Geographic Magazine (marzo, 2015) que se dedica a la pregunta: ¿Por qué tanta gente razonable duda hoy de la ciencia? Dice la revista:
Vivimos hoy un momento en que todo tipo de conocimiento científico —desde la vacunación hasta el calentamiento global— enfrenta una furiosa oposición. Hay hasta quienes dudan que el hombre haya llegado a la luna en 1969.
Es paradójico que esto ocurra en la actualidad cuando dependemos de la ciencia y la tecnología como nunca antes en nuestra vida cotidiana. ¿Quién no tiene cerca de su domicilio torres repetidoras de señales electromagnéticas, y no está asociado esto a leucemias? ¿Quién no se coloca en su pabellón auricular un teléfono celular, y no está asociado esto a tumores malignos en el cerebro? ¿Quién puede comerse una hamburguesa con tocineta, en combo con papas fritas y gaseosa, con tranquilidad de conciencia haciendo caso omiso de lo que se ha dicho sobre la carne roja, grasas y azúcares en la dieta? Todos los días debemos tomar decisiones personales basadas en lo que se considera conocimiento científico. Si hiciéramos caso de todas las recomendaciones publicadas, probadas o no, viviríamos en una jaula científica. Y no podemos romper los barrotes de esa prisión porque tenemos miedo de las consecuencias.
Entonces vivimos en una cárcel que no entendemos del todo, la Ciencia, y eso quizás nos lleva a la rebeldía irracional de no creer en nada. ¡Ustedes no saben nada y nos engañan!, gritamos a los científicos. Pero el miedo sigue ahí: ¿que tal que me dé cáncer? ¿Y si los huevos en la dieta son malos? ¿Y si las vacunas son un peligro? Somos como un niño a quien le apagan la luz del dormitorio y se dice él mismo en voz bajita: No hay ningún monstruo… pero no se atreve a mirar bajo la cama.
Tememos lo que no comprendemos, el conocimiento científico, pero dependemos de él para nuestra vida diaria. Eso explica en parte nuestra desconfianza en los hombres de ciencia y sus conclusiones según el panel de la National Public Radio. Pero hay otras causas de esa “guerra contra la ciencia” en la cultura de hoy.
Tenemos una visión errada de la historia de la ciencia creyendo que ella avanza gradual y ordenadamente impulsada por la labor heroica de grandes sabios: Newton, Galileo, Einstein, Hawking, etc. No percibimos que el conocimiento científico da saltos atrás y delante, a veces azarosamente. Lo que es considerado verdad puede ser juzgado falso en un año o dos. Esto lleva al escándalo público de los errores científicos. Pero así son las cosas: los hombres de ciencia se equivocan y se equivocan mucho por eso la ciencia avanza. Una vez le preguntaron a Turing (el de la excelente películaThe Imitation Game) si se podía construir una máquina que pensara. Turing dijo que las máquinas inteligentes eran posibles. El periodista especuló entonces que esa máquina no cometería errores. Turing le precisó: “No, esa máquina se equivocaría y por eso sería inteligente”.
Todo lo cual lleva a que nuestro miedo y duda del conocimiento científico se haga más insidioso: en nuestra vida hay un poderoso Monstruo que no entendemos y peor aún ese Monstruo puede, y debe, equivocarse algunas veces. Por eso preferimos no mirar bajo la cama para conocerlo mejor, optando simplemente por no creer los gruñidos de la ciencia.
Porque la ciencia gruñe y su lenguaje no es fácil ni amable. Cuando uno lee un artículo nuevo en una revista de investigación debe repetir la lectura cuatro o cinco veces para entenderlo más o menos bien. Avicena el “príncipe de los médicos” durante la Edad Media, cuenta que tuvo necesidad de leer la Metafísica de Aristóteles cuarenta veces. Por eso las publicaciones de ciencia necesitan expertos que nos indiquen cuando un artículo es serio y confiable. El sistema no es perfecto y puede corromperse pero es el único que tenemos. En los últimos años se reciben frecuentemente correos electrónicos invitando a publicar en revistas sin revisión de pares científicos, a veces por un módico precio. Por supuesto que no debemos confiar en la información difundida por esos medios. Debemos recordar que Google o cualquier motor de búsqueda no es un árbitro de confiabilidad. Si hay avisos de peligro para fumadores en los paquetes de cigarrillos, algunos sitios de internet deberían tener un anuncio: RECUERDE QUE LA INFORMACIÓN ENCONTRADA AQUÍ NO ES NECESARIAMENTE LA VERDAD.
Leamos bien, repitamos la lectura pensando, discutamos aunque sea con nosotros mismos en nuestra soledad. Sino la guerra contra la ciencia tendrá víctimas: nosotros mismos.