La primera idea ingenua con que habría que romper es la de creer que en Venezuela un monstruo dictatorial está aplastando a una inocente oposición, vulnera las libertades, censura la libre expresión e impone su mano de “hierro” y somete al pueblo. Esas son fábulas que todavía se difunden, principalmente por los medios de comunicación masiva, que si no se tienen criterios para filtrar críticamente lo que dicen, se es presa fácil de la intención de su mensaje.
Así no han sido nunca ni los procesos sociales, ni la historia de los pueblos. Y lo segundo que habría que repetir sobre Venezuela, es que están enfrentadas dos maneras, dos visiones y dos propósitos opuestos, donde está de presente una intensa lucha de clases por el poder del Estado, los recursos y riqueza de la nación y su distribución así los medios y voceros del capitalismo lo traten de negar y ocultar.
Esas profundas contradicciones sino encuentran una solución por canales institucionales y el diálogo, pueden llevar al desenlace de una guerra civil, ya que es una sociedad, como la colombiana, polarizada, enfrentada y dividida.
Hay dos visiones enfrentadas que tienen los rasgos de la vieja lucha de clases, pero de una manera particular. Se enfrenta la oligarquía venezolana, que no es lo mismo que las burguesías capitalistas europeas aunque las una la defensa del sistema capitalista, a un nuevo sujeto y actor surgido desde abajo, popular, mestizo, indígena, afrodescendiente, blanco, empoderado del legado de Hugo Chávez y consciente de su papel como constituyente primario.
Este nuevo sujeto histórico del cambio, plebeyo, se enfrenta a esa minoría que ha estado en el poder desde la declaración de Independencia de España el 5 de julio de 1811, la primera República, hasta su derrota en 1999 con el ascenso al poder de manera democrática y en elecciones libres, de Chávez quien emprende una tenaz e intensa batalla de ideas para cambiar la sociedad, entregarle poder a los de abajo y modificar radicalmente la manera como se venía conduciendo el Estado y distribuido las riquezas de la nación, principalmente petroleras, inaugurando la fase de la quinta República, que está en construcción (http://bit.ly/2uWtLHg) y es la que quiere la oligarquía abortar. No es de su conveniencia su fortalecimiento.
La vieja “clase dirigente” como le gusta a ella y los grandes medios llamarla, tiene una alianza estratégica por motivos económicos (petróleo y recursos naturales) con la potencia norteamericana y está atacando desde 1999 el proyecto de nueva República con la firme intención de destruirla, pues es completamente ajena a sus intereses de clase.
Eso lo saben muy bien los que diseñan las matrices de opinión, tienen bien claro cómo influenciar la “opinión pública” o “estado de opinión” como prefiere llamarlo los jefes uribistas, y construir un consenso en la mente de las mayorías (Chomsky, 1990, Los Guardianes de la Libertad), pues saben que esa gran “masa” adolece de criterio, de consciencia histórica de su pasado, de su condición de oprimida, además iletrada, a la que hay que atiborrar con un solo mensaje, difundido diaria y sistemáticamente para impresionar y generar sentimientos de odio y rechazo hacia su objetivo, en este caso, Maduro y el gobierno que encabeza, ya que son los que tienen el comando del Estado y la decisión de qué hacer con las riquezas tan apetecidas por la oligarquía y el imperio norteamericano.
Entonces tras el suculento plato de “noticias”, “opinión”, “debate” e “información” la masa reacciona y opina como desean los estrategas de la campaña mediática. De esas artimañas y mecanismos no necesariamente son conscientes los que creen que están “informando imparcialmente” porque narren con lágrimas, dolor, fotos y vídeos en sus textos que a Venezuela hay que salvarla de la “dictadura” y ayudarla a llegar al paraíso de Alicia o al parque Disney World. Esa misma actitud jamás se ha visto con la misma intensidad y unidad ante el verdadero baño de sangre que sufre el movimiento social y sus líderes y lideresas, que son asesinados diariamente en esta “democracia”.
La mayoría de la gente no alcanza a entender por qué los grandes medios de comunicación al unísono y como si desearan ver correr sangre, como si no fuera suficiente con la que ha corrido aquí, están tocando con rabia y odio la única nota que sonó el 30 de julio en Venezuela: la derrota en do mayor que sufrió la oposición golpista y la injerencia gringa, con la elección de la Asamblea Nacional Constituyente.
No se lo esperaban, creían que con la presión, saboteo, asesinatos, cortes de avenidas, miedo y terror de los golpistas el pueblo no saldría a participar masivamente en la elección de la ANC. Y como instrumentos destemplados por la amarga derrota hacen una gran bulla donde todos los medios, sin excepción, en eso de defender los intereses de sus patronos son celosos, enfilan y desatan su odio y furia contra el gobierno de Nicolás Maduro y la ANC electa por más de 8 millones de votos, y anteponen como democrática, el referendo que convocó la oposición del cual no hay registros y cuyas urnas quemaron para no dejar evidencias: “Fuera de Venezuela votaron 693 mil personas, pero el registro electoral de los ciudadanos de ese país en el exterior es de 101 mil. Se documentó cómo sufragaron niños de 10 años y una sola persona lo hizo en 17 ocasiones (https://goo.gl/1FKnWt). Y, para que no quedara huella de la estafa, quemaron las papeletas de votación.” (Luis Hernández Navarro, La Jornada, 1 de agosto 2017)
Desesperados y abatidos por la derrota, ¿qué será lo que temen? Intentan justificar lo que no harían con su país: que le impongan sanciones, que la invadan, que su propia Fuerza Armada Nacional Bolivariana de un golpe de Estado, que el mundo la cerque, la asfixie y le imponga su modelo de “democracia”; que Cuba intervenga para que le de asilo a Maduro y sus ministros; que Santos y otros cuantos hagan de mandaderos del imperio y se pongan en su contra; que señalen al gobierno de dictadura y a Maduro de dictador, hasta que lo asesinen han insinuado algunos peleles disfrazados de abogados, todo esto y más de la larga la lista de agresiones y ataques y acusaciones que ha sufrido.
No les importa que se llegue a violar la perla de la corona que ha sido el Estado liberal-burgués en la defensa de sus intereses como clase, con tal de impedir que en Venezuela el pueblo avance y construya su propio destino, sin injerencias extranjeras ni presión de sus vecinos lacayos, lo único que los obsesiona es que sea derrocado por la fuerza y suplantado por sus adláteres de clase: la derecha golpista que desesperadamente busca retomar el poder del Estado petrolero más importante del continente.
Si provocan una guerra civil, quién sabe cómo les va a ir. ¿Se prestará Colombia que ha vivido la guerra por más de 50 años para tal exabrupto?, ¿traicionará el espíritu de hermandad latinoamericana que Venezuela y Cuba le ayudó a construir con tanto esmero para alcanzar un acuerdo de paz?