En contravía a la “pujante raza paisa”, la gente del barrio Guayaquil de Medellín nunca aceptó a cabalidad las banderas de la moral católica, el trabajo y el ahorro que los gobernantes y religiosos quisieron imponer. Guayaquil: barrio de prostitutas, drogadictos, obreros y comercio, nació para ser el centro más importante de la capital antioqueña, pero se transformó en uno de los lugares más despreciables de la ciudad.
En pleno centro de Medellín, a tres cuadras del Parque Berrío, las casas más grandes y bellas se levantaron a finales del siglo XIX. Los hombres honorables de la sociedad antioqueña montaron sus negocios en la zona mientras mantenían sus extensas fincas que alimentaron el mercado, que al mismo tiempo terminó volviéndose el centro duro donde se concentraba la vida: hoteles, restaurantes, trilladoras de café, prostíbulos, iglesias y todas las gentes inimaginables. Y en la vida nocturna el aguardiente era el dueño de las conciencias borrachas de los trabajadores mientras el tango sonaba en cada cantina. Según el escritor Jorge Mario Betancur, fue un hombre de guerras de la independencia al final de su vejez quien le puso Guayaquil al barrio. Después de tomarse un tibio trago, y resoplando, aseguró que el calor solo era comparable con la ciudad ecuatoriana.
La energía siempre brotó por todo el mercado y como se dice todavía hoy en sus calles, “lo que no se encuentra en Guayaquil, no se encuentra en Colombia”. Sin embargo, pasó de ser el sector de las contradicciones de la felicidad al barrio empobrecido por los demás mercados que fueron apareciendo en una Medellín expandida y transformada por los años. Las casas fueron abandonadas por sus dueños al ver cómo había mutado el lugar. Varios edificios con un gran valor arquitectónico fueron derribados para ampliar vías como la San Juan. Entre la suciedad y el olvido, solo quedó una gente que vivía alrededor del negocio de la droga y la dependencia de su efecto.
Desde el 87 la administración pública quiso entrar al barrio y después de comprar decenas de propiedades golpeadas por el tiempo para ser demolidas, levantó el Centro Administrativo La Alpujarra. Guayaquil fue reapareciendo poco a poco, pero sin el mismo color y actividad que antes. Había comercio, pero ya no era el que se alimentaba de la producción de sus habitantes, sino un lugar de despacho. La población que visita el sector es en su mayoría ajena a la historia de un lugar que atrapó a más de uno con sus plazas, y hoy solo llega para cumplir con los trámites públicos.
El barrio Guayaquil, en contradicción con el resto de la ciudad, no surgió de una tradición antioqueña y arraigada en la zona, sino de lugares como el mercado y los prostíbulos que le dieron otro aire a la ciudad. La abundancia y el desorden convivieron con la pobreza y se mezclaron en la identidad de Medellín.