Como casi siempre ocurre en el Cauca, ese día el ambiente se enrareció después de un hostigamiento de un grupo armado en contra del Ejército. Lo primero que se escuchó en la vereda La Capilla, San Luis, Páez, fueron ráfagas de fusil y tatucos. Luego el humo empezó a invadir la cumbre de la montaña y llegó hasta las fincas de los campesinos de la zona.
Días antes, el domingo 26 de junio, vieron a miembros de una brigada móvil del Ejército instalarse en una vivienda privada.
A pesar de que la norma dice que, por seguridad, los militares deben mantener una distancia mínima de 500 metros de las casas de familia, los uniformados armaron su campamento a menos de 50 metros.
Los vieron bañarse, peluquearse y comer muy cerca de esa casa. El hostigamiento no los hizo salir de allí. Al contrario, decidieron quedarse para esperar el contraataque del grupo armado.
Al ver el peligro que corrían las familias con la presidencia de los uniformados en una zona de tensión, el presidente de la asociación de campesinos, Alexander Ordóñez, habló con el presidente de la junta, Felipe Tiafi, para que convocara a toda la comunidad a salir con banderas blancas y camisetas, pues es símbolo de paz. Pero la gente de la comunidad no atendió al llamado del Tiafi y el ejército siguió allí.
Un día después del hostigamiento, el 29 de junio, todo quedó en silencio. Los campesinos sintieron miedo de que hubiera enfrentamientos cerca de sus viviendas, por lo que Didier Medina, líder de la guardia, y cinco personas más, decidieron desplazarse hasta la vereda La Capilla a hablar con los militares asentados allí.
Encontraron al ejército acampando al lado de una casa donde vivía una pareja y dos niños. La guardia habló con los uniformados para que se retiraran de allí, pues una cosa es transitar y otra distinta es instalarse cerca de casas de familia, con menores de edad.
“El ejército nos respondió que fuéramos a reclamar al alcalde y al gobernador del Cauca, pues eran ellos los que los habían enviado, por petición de las comunidades campesinas, indígenas y el presidente de junta, para hacer control público en la zona”, relató María Ruth Salazar, campesina de San Luis.
“Nosotros como campesinos no teníamos nada que ver con la solicitud que ellos estaban diciendo que habíamos hecho, pues no recurrimos a esos medios. Para eso nosotros contamos con la guardia campesina y tenemos también el apoyo de la guardia indígena”, dijo Salazar.
Los uniformados respondieron que esa era la orden y que ellos las cumplían a cabalidad. Empezaron a preguntar quién era el líder. “Es que líderes somos todos”, respondió la guardia. “Y tenemos conocimiento de que ellos deben estar a mínimo 500 metros de las viviendas. No tenían por qué estar allá”.
Anderson Medina cuenta que el ejército les dijo que escogieran a tres personas para hacer veeduría mientras levantaban el campamento, pero al final se quedó todo el equipo. Medina insistió para que se retiraran del lugar. Sin embargo, un miembro del ejército respondió que tenían que esperar a que almorzaran para empezar a recoger.
Ante la reticencia de los uniformados, la guardia decidió buscar al presidente de la junta. Tres horas después, cuando regresaron a la vereda, encontraron que el ejército se había retirado de la casa, pero no de la vereda. Se instalaron a 50 metros de la escuela sede La Capilla Félix María Pena y dijeron que se irían de allí en horas de la noche.
Pero esa noche no se fueron. Hasta el otro día en la noche, el jueves 30 de junio, levantaron el campamento. “Una señora de una tienda que les vendió a ellos me contó que dijeron que iban a esperar a los que hicieron el hostigamiento, que no les tenían miedo porque eran tres pelagatos, y ellos eran 400”, contó Luz Enid Vitopia, habitante de La Capilla.
El ejército decía que no había por qué sentir miedo, pues no iban a matar a nadie. De hecho, decían que quienes habían ido a llamarles la atención eran también guerrilleros.
“Nos sentimos mal como guardia campesina porque el ejército utiliza ese argumento de que somos guerrilleros para dejar por ahí falsos positivos”, dijo Salazar.