Eran las 7 p.m. junto al mar Pacífico en Guapi, Cauca. Por un camino veredal venían caminando Jesús Orlando Grueso y Jhonatan Cundumi, cuando muy cerca al pueblo, según testigos, un paró un grupo de guerrilleros del ELN los detuvo. Sonó una ráfaga. Los dos cayeron muertos.
Integrantes de la guerrilla del ELN han empezado a copar zonas antes controladas por las Farc, de la misma manera que disidentes de esa guerrilla y otras bandas criminales. La pelea por el territorio y las rutas se ha convertido una de las causas más probables del asesinato de aquellos que con liderazgo en las comunidades apoyan la sustitución de cultivos. Pero además de quienes acompañan a las comunidades negras en sus luchas por la tierra. Jesus Orlando y Jhonatan formaban parte de ellos.
Pero el miedo no paralizó a la gente de Guapi. Más de 600 personas se vistieron con camisas blancas y salieron a acompañar con lamentos raizales a los dos queridos negros.
Jesús Orlando Grueso tenía una particularidad. No solo defendía los derechos, se preocupaba por evitar los abusos de las Fuerzas Militares, sino que denunciaba y se enfrentaba el constante acoso de las guerrillas y los herederos de los paramilitares. Era un hombre de paz. Además de la sustitución de la coca, Grueso creía en la política como una necesidad para cambiar las cosas. Acompañó las negociaciones de paz e impulsaba eventos políticos del partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común para que el diálogo reemplazara a las balas.
Y últimamente se la jugaba para la próxima contienda electoral, por la candidatura de Gustavo Petro para la Presidencia de la República con el movimiento de Colombia Humana. A la Cámara de Representantes por el Cauca estaba impulsando a Ancízar Barrios, quien es la fórmula de Aida Avella, que se lanzó al Senado. Los dos están en la Lista de la Decencia armada por Gustavo Petro.
En Guapi el miedo se venció durante el entierro, pero después del duelo, la soledad queda. Los guerrilleros del ELN y el Clan del Golfo están agazapados en caminos y calles.. Denunciar una amenaza es tirar una piedra a un océano: cuando mataron a Grueso y Cundimi, pasaron más de doce horas antes de que los cadáveres fueran recogidos del lugar donde fueron asesinados. Nadie, ninguna autoridad protege a la gente del pueblo, un puerto a la orilla del rio Guapi por donde circula de todo, lo legal y lo ilegal; un conector con el Pacífico como tantas veredas ribereñas que están a la merced de quien cargue las armas.