Escribo esta nota desde otro departamento diferente al mío, porque me tocó salir de allí. Y ya me estoy motivando para no volver a escribir sobre la península norte de Colombia, no porque no me interese, sino porque es absolutamente frustrante.
Uno se cansa de salir, ver nuevas cosas, progreso, desarrollo, y volver a su hogar y ver lo mismo. El mismo polvo, los mismos carteles políticos en las paredes, las mismas noticias trágicas, los mismos muriendo de hambre… Allá, donde hay mucha brisa, me ha resultado difícil intentar explicarle a los demás que hay cosas diferentes, se pueden andar otros caminos, pero la brisa, la brisa se lleva palabras de otros colores a los que ellos no están acostumbrados escuchar.
Por pensar diferente, tácita y expresamente se me han cerrado mil puertas. Me duele salir a otros lugares a buscar lo que desearía encontrar cerca a los míos. La Guajira, que antes amaba intensamente porque era lo único que conocía, porque era mi tierra, porque yo soy península; pasó a ser una tierra péndulo, que iba y regresaba en mis quereres. Tanta desidia, la exagerada lisonja, lo predecible de su futuro, el tremendo Status Quo que los acaba lentamente; todo eso fue borrando el tremendo querer que le tenía a La Guajira.
Vino luego una etapa de resistencia, en la que intenté hablar, explicar, vender otra visión, hacer reaccionar; lo hice en varias oportunidades, apoyando diferentes causas, en diferentes territorios y con diferentes gentes; pero cada vez se me abofeteaba más fuerte. Fui lo más creativo que pude, pero cuando encontraba otro camino, siempre llegaba al mismo punto: El desinterés por cambiar, el amor por la zona de confort. Querían más de lo mismo.
Posteriormente, apareció la etapa de frustración. Cuando emprendía algo con personas que pensaba que querían un cambio, al poco tiempo los encontraba a ellos apoyando eso que rechazábamos. Me sentí muchas veces traicionado, herido, solo.
Luego llegó la rabia, el antónimo de aquel gran querer que le tuve a mi tierra. Y ahora la resignación y el desinterés. Antes las noticias que provenían de allá, que las leo desde acá, me indignaban. Ahora, no las escucho o las obvio. Cada vez soy más consciente de que los pueblos merecen sus realidades, merecen sus gobiernos. Y La Guajira, ¡vaya que merecen lo que tienen!
Aunque va absolutamente en contra de uno de mis principios: Participar en democracia; esta vez desisto. El 6 de noviembre, que La Guajira misma escoja a su nuevo gobernador; que ella misma siga escribiendo su presente y forjando su futuro a su antojo. Yo dejo de votar por y para La Guajira. Siempre termina ganando el que yo menos apoyo, por el que nunca yo votaría, siempre; por eso, esta vez, desisto.
No me gusta, hoy en día, llamarme guajiro. Es mucho lo que me separa de allí, poco, y cada vez menos es aquello lo que me une al desierto. Y como no me siento suyo, ¿Qué derecho tengo yo de elegir gobierno allá? ¿Por qué levantar la voz una vez más, si siempre me han callado? ¿Por qué aportar si ya me han devuelto?
No espero que comparta mi opinión ni mi sentir, pero sí que la comprenda. Cuando son muchas cosas que te desilusionan, por muy grande que sea el afecto, éste se va desvaneciendo.
Ya no voto por ni para La Guajira. Esta fue mi última línea sobre la tierra que ya no es la mía. Que sean otros los que luchen por ella, me rindo.
@BenvenutoCelli.