Cuando el presidente Duque lanzó el Programa Guajira Azul en la Alta Guajira, con un atuendo personal que incluía sombrero típico, collar de tumas y manillitas en las muñecas, parecía convencido de lo que decía sobre las bondades del programa que se lanzaba; hasta Jhonatan Malagón, representante guajiro en el gabinete ministerial, casi se sale de la ropa por lo entusiasmado que estaba: los oyentes en el acto público de lanzamiento y el resto de colombianos pensamos, que en verdad, había llegado la redención a La Guajira, porque por fin un gobierno cogía el toro por los cuernos y se invertirían miles de millones de pesos para que no hubiera sed en el territorio. Y para los sedientos guajiros, eso sería estar cerquita del cielo.
Miles de millones de pesos y agua para las zonas rurales de La Guajira, allí donde se mueren los niños, decía Iván. Incrementaremos la cobertura en la zona rural del 4 al 70%. Agua potable para todos. No más muerte de nuestros niños wayús. Yo, confieso que le creí.
Pero, transcurrido el tiempo, nos damos cuenta que nos engañaron. El tal programa era un espejismo, a lo mejor una ilusión óptica, de esas que generalmente se producen con las altas temperaturas en nuestra zona desértica Guajira, cuando vemos algo que realmente no existe y que solo es producto de la refracción de los rayos del sol en la atmósfera y que engaña a nuestros sentidos. Malagón y Duque, o viceversa, vieron un espejismo y nos lo vendieron como una realidad.
El programa terminó siendo un espejismo porque resultó más de lo mismo. Elevar la cobertura, incrementar la continuidad del servicio de agua en la zona urbana, aumentar la población con acceso a agua para consumo humano y aumentar la población cubierta con tratamiento de aguas residuales, eran los objetivos, cuantificados todos y por lo mismo sabemos hoy, con los mismos datos del Ministerio de Vivienda, que las metas no alcanzan ni al 33%. Y, por ejemplo, solo el 22% de los residentes en zona rural tienen acceso al servicio de agua. Y este gobierno ya está en sus estertores.
Guajira Azul prometió construir en los cuatro años de Duque diecinueve complejos denominados Pilas Públicas, que son pequeñas plantas de tratamiento con un megarrecipiente artesanal de almacenamiento. Se conectarían con puntos de entrega para aumentar la cobertura. De las 19 solo se han construido 5 y benefician a escasas treinta mil personas de las quinientas tres mil residentes en la zona rural.
El programa terminó siendo un espejismo, porque la principal fuente de suministro de agua para la comunidad wayú sigue siendo la que a veces cae del cielo y que se deposita en los jagueyes donde también tienen acceso las vacas, los burros y los chivos. Claro, por injerencia de Duque, el Ejército Nacional también construyó más de un jaguey para tratar de aliviar la problemática así no estuviera contemplado en Guajira Azul.
Guajira Azul se quedó en espejismo porque no ataca cambios estructurales. Mucha inversión, pero sin llegar a la raíz de la problemática. No es posible hablar de soluciones de agua para La Guajira cuando no se menciona en el programa la terminación de la Represa del Río Ranchería que de paso habilitaría más de dieciocho mil hectáreas para la producción de alimentos. Desconoce por ende que el agua debe ir de la mano con los alimentos para acabar con las muertes por hambre y/o desnutrición y desconoce también que ayudaría a solucionar el problema de suministro de agua en nueve de los quince municipios guajiros.
Guajira Azul se queda en espejismo porque a las dichosas pilas públicas no se les garantiza sostenibilidad. No se aprende de la historia porque es bien conocido que en la Alta Guajira han salido de servicio cientos de molinos, por daños, falta de mantenimiento o porque las fuentes dejan de producir agua mínimamente apta para su uso. En el caso de Guajira Azul se prevé la entrega de las pilas públicas, pero no su sostenibilidad que deberá correr por cuenta de las comunidades usuarias. Como si tuvieran con qué.
Y por último, se queda en espejismo porque desconoce la realidad cultural y habitacional de nuestros indígenas. Desconoce que en el municipio de Uribia, por ejemplo, existen no menos de veintidós mil puntos poblados dispersos y esa macro extensión no es posible cubrirla con pilas públicas como las proyectadas.
Esperamos que el nuevo gobierno tenga más visión de servicio, que entienda la magnitud del problema en toda La Guajira, que impulse proyectos hacia la seguridad alimentaria, que el río Ranchería sea sujeto de derechos y que en general, se dé cumplimiento a las órdenes dadas en la Sentencia T-302 de 2017. Cuando eso suceda, seguramente se acabarán los espejismos.