En nuestro mágico país subsiste la creencia que, para poder ser considerado como pudiente, es necesario hacerse miembro de algún club.
Clubes hay de todas las clases, categorías y presupuestos. Los hay elitistas a morir, en los cuales solo aceptan como socios a los dueños de fortunas de muy vieja data; pasando por los más democráticos para la clase media hasta los centros recreativos de las cajas de compensación, verdaderos clubes campestres de los menos favorecidos por la economía.
Ingresar a estas instituciones no es fácil, ya que además del pago de la acción y el derecho de ingreso, el aspirante deberá someterse al escrutinio de los socios actuales, quienes pueden vetar el ingreso de alguien que no consideren digno de juntarse con ellos.
Ahora, en el ocaso de su terriblemente largo mandato, estamos a punto de ingresar a un club de ricos de la mano de un presidente de quien se podrá decir de todo, menos que alguien lo haya pillado alguna vez diciendo la más mínima verdad, por insignificante que ella sea; y de un ministro que en su momento de mayor ímpetu juvenil llegó a confesar que era 95 % honesto. Me pregunto cuáles serán los requisitos para ser admitidos en semejante cofradía. Veamos algunos datos que seguramente serán requeridos en la solicitud de ingreso diligenciada por nuestro mandatario y su ministro.
En desempleo solo somos superados por Brasil, Bahamas y Jamaica. Notable. Un país como el nuestro, en donde el crecimiento del producto interno bruto bajó de 3,1 a 1,8 entre 2015 y 2017, debería ser admitido de inmediato en el club.
Somos de los más desiguales en distribución de la riqueza;
estamos entre los de mayor aparato burocrático,y los de mayor concentración de poder político en unas cuantas familias
Somos de los peores de la región en carreteras, al punto que enviar un contenedor de Buenaventura a Medellín cuesta casi tres veces más que enviarlo a China. Somos de los más desiguales en distribución de la riqueza; estamos entre los de mayor aparato burocrático del Estado, con una de las mayores cifras de congresistas por cada millón de habitantes; los de menor credibilidad en las instituciones, los de mayor concentración de poder político en unas cuantas familias; de los que menos invertimos en ciencia y tecnología; una nación donde todavía mueren mujeres y niños de física hambre por causa de la corrupción; para citar solo algunas perlas.
Y no lo dice la extrema derecha. Lo dice la Cepal, organización a la que nadie puede acusar de haber recibido dineros de Odebrecht, ni que haya hecho negocios 95 % honestos con el Chiqui Valenzuela; o que tenga a sus funcionarios enredados en mil escándalos de corrupción y cinismo.
Julius Henry Marx, más conocido como Groucho Marx, fue ese filósofo estadounidense disfrazado de humorista dedicado a hacer pensar a más de una generación de personas que gozaban y se identificaban con sus cáusticas frases y alucinadas ocurrencias. Detrás de unas cejas y un bigote pintados al carbón se escondía un pensador profundo, capaz de llegar a todo tipo de personas con sus reflexiones acerca de la vida y de las costumbres. Entre sus frases más recordadas está esta: “jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera como miembro a alguien como yo”.
Oportuna frase que parece haber sido escrita bajo pedido y con un propósito específico. Si el club de la OCDE recibe a países con los indicadores de desempeño tan lamentables como los que presenta Colombia, muy seguramente no vale la pena pagar el precio de la membresía, y menos las onerosas cuotas mensuales.
Propongo que declinemos ese dudoso honor y nos dediquemos a mejorar las condiciones de vida de todos los colombianos.
Ellos se pueden ir al club cuando abandonen la administración pública de una vez y para siempre.