“Salió bien al final. No lo quería nadie a este loco de mierda y jugó el refuerzo más grande que tuvo Boca en el último año que fue Amarilla” se escucha con vehemencia a Julio César Grondona en el audio. Al otro lado de la línea, siendo el destinatario de estas palabras, está Pablo Gnecco, representante de Argentina en la Comisión de Árbitros de la Conmebol. En días previos a esta conversación, Boca Juniors había enfrentado a Corinthians, para entonces campeón vigente del Mundial de Clubes, y en un insólito partido, rodeado de polémica, lo eliminó de los octavos de final de la Copa Libertadores. Carlos Amarilla, juez designado para pitar aquel encuentro, anuló dos goles válidos del equipo brasileño por supuestos fueras del lugar. Los xeneizes avanzarían de ronda gracias al empate de esa noche. Y es a Amarilla, precisamente, a quien Grondona se refiere como ‘el refuerzo más grande que tuvo Boca en el último año’.
¿Por qué tiene relevancia, entonces, esta frase? Porque fue pronunciada, nada más y nada menos, que por el presidente de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA). Y, a su vez, porque demuestra que este, en su afán de favorecer a los equipos de su país, influyó en la designación de Amarilla como árbitro. Actos como este fueron parte del historial de Julio César Grondona, dirigente del fútbol y cabeza de la AFA por 35 años consecutivos, y salieron a la luz pública en 2015, un año después de su fallecimiento. Este acontecimiento, su deceso a causa de una aneurisma, coincidió con la debacle deportiva y administrativa del balompié argentino y demostró que detrás de los campeonatos mundiales y las medallas olímpicas se escondía una maraña de clientelismo y corrupción sin precedentes.
Grondona, como futbolista, tuvo una carrera discreta. Posicionado como volante creativo, comenzó en la quinta división de River Plate y, luego, lo intentó en Defensores de Belgrano. Su talento, quizá, no estaba destinado a emerger en el terreno de juego. En el fútbol sí, pero en otros espacios.
En 1957, ya sin los botines, fundó el club Arsenal F.C, en la ciudad de Sarandí, junto con su hermano, Roberto. Inmediatamente fungió como presidente. Duraría en el cargo por 19 años, siendo multado en múltiples ocasiones por extralimitarse en sus funciones. En alguna ocasión llegó a agredir a un árbitro.
Abandonó Arsenal en 1976 y migró al barrio bonaerense de Avellaneda. Sus ojos estaban puestos en la presidencia del “Rey de Copas”, como apodan a Independiente. Fue el máximo dirigente de la escuadra roja, que contaba con un joven Ricardo Bochini en sus filas, y obtuvo dos títulos nacionales y uno internacional. Su gestión llamó la atención de Carlos Alberto Lacoste, vicealmirante de la Armada Argentina y uno de los cerebros del Proceso de Reorganización Nacional que dio origen a la dictadura de la Junta Militar que gobernaría el país durante varios años. El militar, involucrado en las decisiones importantes del deporte, sugirió a Grondona como una potencial opción para tomar las riendas de la AFA.
“No sé. No lo conozco y eso es bueno. Significa que no anda en algo raro. Parece que vive de su trabajo” fue su respuesta al ser consultado sobre las razones que lo llevaron a proponer el nombre de Julio César Grondona.
Se posesionó en 1979, un año después de que la albiceleste se alzara con su primera copa del mundo, y el éxito no tardó en aparecer. Aprovechando el ascendente talento de Diego Armando Maradona, Argentina ganó la Copa Mundial de Fútbol Juvenil de 1979 que se disputó en Japón. Campeones del mundo en mayores y en inferiores, todo parecía indicar que dos generaciones doradas se cruzarían en España 1982. Sin embargo, en tierras ibéricas el resultado no fue el esperado. Brasil e Italia vapulearon a Argentina en la fase eliminatoria. De nada sirvió el favoritismo por ser campeones reinantes.
Astuto y maleable, Grondona comprendió que había que darle un giro al barco. César Luis Menotti, teórico y romántico del fútbol, abandonó el banquillo de la selección y se optó porque su reemplazo fuese un pragmático de sangre fría. Carlos Salvador Bilardo, campeón con Estudiantes de La Plata en 1982, llevó al equipo a su máximo esplendor en los años venideros. Argentina levantaría el mundial de 1986 y ocuparía el segundo lugar, detrás de Alemania, en 1990. Grondona recogía, así, el crédito de las gambetas de Maradona, los cierres de Ruggeri y la clase de Valdano.
En 1988, cuando la FIFA estaba bajo el mando del brasileño Joao Havelange, Grondona entró a ocupar la vicepresidencia. Sería el segundo, en orden de jerarquías, por 25 años. Debido a su estancia en este ente rector, su nombre sería mencionado en diversas oportunidades durante la investigación adelantada por la Fiscalía de Nueva York sobre la corrupción en el fútbol, más conocido como FIFAGate. Se le acusó de ser el responsable de cobrar sobornos para otorgar las licencias de transmisión de los partidos de la selección en televisión.
Las décadas posteriores le servirían para continuar aumentando los trofeos que ocupan las vitrinas de la AFA. Argentina ganaría dos ediciones de la Copa América (1991 y 1993), una Copa Confederaciones (1992) dos oros olímpicos (2004 y 2008) y cinco mundiales juveniles (1995, 1997, 2001, 2005 y 2007). Además, el rentado nacional empezó a exportar jugadores y los ingresos que estas transferencias reportaron fueron inmensos. Desde Mario Alberto Kempes y Daniel Bertoni, hace más de 30 años, hasta Gonzalo Higuaín y Fernando Gago, en tiempos recientes, el futbolista argentino se acostumbró a ser parte de la élite.
Y como todo, la era de Grondona llegó a un final. Semanas después de que Argentina perdiera en la final de Brasil 2014, el dirigente daba su último suspiro. A sus exequias asistieron Lionel Messi, Ángel Di María, Juan Román Riquelme y el entonces presidente de la FIFA, Joseph Blatter.
Las cosas cambiaron. Pasó un año y, además del FIFAGate, se revelaron conversaciones telefónicas en donde Grondona quedó muy mal parado. El respeto que imponía su figura se derrumbó. Amaños de partidos, designaciones de árbitros a dedo, evasión de controles antidoping y demás escándalos oscurecieron su legado.
Un hombre gris, de aciertos y metidas de pata. Un hombre que, desde su muerte, Argentina no ha podido reemplazar.