Para Naranjo, Galeano, Peralta y Mikanos.
El poeta chileno Vicente Huidobro escribió “el adjetivo cuando no da vida mata”, en su celebrado libro Altazor o el viaje en paracaídas. Pero para hablar de Pedro Aznar los adjetivos se quedan cortos: es impecable, fino, genuino, genial, sonoro, luminoso, exquisito, elegante, entregado, sensible, pero sobre todo es Pedro Aznar, esa caja de música que acompañó a Charly García, Luis Alberto Spinetta, y Pat Metheny, solo por citar algunos de los genios más importantes de la música contemporánea con quienes ha trabajado.
Pedro es poeta (Pruebas de fuego, 1992 y Dos pasajes a la noche, 2011) fotógrafo, sommelier, creador del vino Octava Alta, y multiinstrumentista. El domingo pasado saltó al escenario del teatro Colsubsidio a las 4:15 minutos, sereno, feliz, cantó y tocó el piano de cola Baldwin, la guitarra eléctrica Fender Telecaster Thineline, el bajo Tobías de 5 cuerdas, y la guitarra acústica Aznar modelo PA1, que ha salido al mercado hace poco, y cuyo registro recoge un característico sonido del folklore profundo argentino, el cual es una de las principales influencias de Aznar en sus últimos discos, después de que trabajara junto con Leda Balladares en el compilado Grito en el cielo, donde también participaron Fito Páez, Gustavo Cerati y Fabiana Cantilo.
La última vez que Aznar visitó Bogotá lo hizo en el Rock al Parque antes de la pandemia, donde tocó junto a su banda, pero en esta ocasión el recital era especial, pues ocurrió junto a la Orquesta Filarmónica Juvenil de Bogotá, a quien Aznar ofreció los aplausos que durante todo el concierto el público le brindó. Un ingrediente que cabe resaltar fue la dirección orquestal a cargo del venezolano Manuel López-Gómez, quien, con delicadeza e ímpetu, dirigió a los jóvenes colombianos; López-Gómez fue por dos años director de Batuta y al respecto declaró a la prensa de su país: “Viví momentos y experiencias muy enriquecedoras, y sobre todo fue la primera ventana para conocer el gran talento y entusiasmo musical que tiene la juventud colombiana”.
El recital se dividió en varios instantes que emocionaron a los asistentes por lo íntimo y próximo del mismo. Aznar habló entre canción y canción, de una manera confesional explicó su método compositivo y su rutina musical en la pandemia, provocando exclamaciones, sonrisas y una conmoción en los asistentes, quienes no esperaban el final de cada tema para hacerle llover aplausos a los músicos.
Pedro, de manera independiente, fue, según lo recuerdo, el primer músico en hacer transmisiones para compartir con el público durante los primeros y más duros días a los que nos confinó la emergencia sanitaria. En esos meses resultaba un alivio verlo en la intimidad de su casa, junto a sus gatos y frente al piano, ofreciendo su música como un bálsamo para quienes, desde distintas partes del mundo, no entendíamos muy bien qué estaba pasando y aún así confiábamos en que el arte era, cómo no, la mejor vacuna contra la realidad.
El repertorio en Bogotá incluyó canciones clásicas y 3 estrenos: September Blues, una que no recuerdo su nombre y la adaptación de All of me, de John Legend, con el delicado estilo para traducir y versionar que le conocemos a Pedro en temas como Vos sos mi amor, originalmente del músico británico David Grey.
La primera vez que vi a Aznar fue en el teatro Esperanza Iris de la Ciudad de México, que es como el Colón de Bogotá, estaba en primera fila, pues casualmente trabajaba a una calle de ahí y me enteré de la presentación en el instante en que se anunció, cuando frente a mis ojos desplegaron el anuncio que me dejó sin el sueldo que ganaba entonces en una librería de la calle Donceles. Para el recital en Colombia, las boletas se agotaron y asistí a la segunda fecha que por fortuna se organizó el día domingo; la gente, como señalé antes, gritaba efusiva su amor para el cantante, quien regresó sonrisas y abrazos a todos, “Grande Pedro y Charly”, recuerdo escuchar.
La primera vez que lo vi llevaba yo oculta una orquídea que le dio en el pecho y que le arrojé al final de la presentación, cuando se despidió tocando a capela con su guitarra Taylor de 12 cuerdas, uno de los himnos más hermosos que se hayan compuesto en nuestra lengua: A cada hombre a cada mujer. En el concierto de ayer estaba muy lejos del escenario para lanzarle una flor, pero quise mucho gritarle como los demás “vuelve pronto”, aunque dada la calidez del recital, los músicos y el público, creo que las visitas de Aznar a Bogotá serán cada vez más frecuentes, pienso y espero que así sea, desde la cafetería donde me siento a escribir este texto.