Los titulares de la lucha a favor del medio ambiente, y el cambio climático, parecen haber cambiado de protagonistas en los últimos meses. La figura menuda, de una pequeña de 16 años, ha logrado patear por completo el tablero mediático mundial. Greta Thunberg (Estocolmo, 2003) ha captado la atención de los medios por lograr, en tiempo récord, poner en el centro de la agenda pública este fenómeno mediante diferentes campañas: en un comienzo con su huelga semanal, al frente del Parlamento sueco, denominada “fridays for future”; luego su lucha continuó con “strike for future” y últimamente Thunberg se embarcó en sacar adelante “flygskam (vergüenza de volar)”.
Las dos primeras manifestaciones con un objetivo principal: emplazar públicamente a los adultos, y a la clase política en general, por su negligencia para actuar contra el cambio climático mientras que “flygskam” continúa persuadiendo a la opinión pública de no volar en avión por la carga contaminante que este tipo de transporte genera, algo que constata la Agencia Europea de Medio Ambiente, que señala como los aviones generan 285 gramos de CO2 por kilómetro viajado, cifra inmensamente superior a los 158 que un automóvil emite.
La movilización de Thunberg, en los dos últimos años, ha crecido vertiginosamente y, ante todo pronóstico, ha trascendido las fronteras escandinavas para convertirse en un fenómeno global: su discurso tuvo cabida en el COP24, celebrado en Katowice (Polonia), a finales de 2018, y “Fridays for future” logró el pasado 15 de marzo convocar a más de 1,4 millones de jóvenes simultáneamente en 125 países, y 2083 ciudades.
De ahí en adelante las críticas no se hicieron esperar. Primero, desde la extrema izquierda y el anarcoecologismo: los primeros acusando a la joven activista sueca de ser una marioneta al servicio de Mercedes Benz, la familia real de Mónaco, y grupos económicos interesados en los negocios relacionados con el Green business y la economía verde sostenible. Todo, decían, aupado por sus connotados padres: artistas mainstream con amplias conexiones en Suecia. Luego, la arremetida llegó desde la extrema derecha: ataques centrados en minar su credibilidad, debido a su edad, y en hacer énfasis en sus múltiples trastornos psiquiátricos: cabe recordar que Greta fue diagnosticada en 2014 con el síndrome de asperger.
Al margen de la trivialización, y demonización de su lucha, lo realizado por Thunberg no está exento de ser catalogado como heroico y nos plantea algunos interrogantes: ¿es válido censurar su activismo por su parentela?, ¿es necesario beber de la fuente de la ortodoxia ideológica para ganar legitimidad política, y hacerse a un lugar entre los aceptados para realizar rupturas que generen cambios tangibles en las sociedades?
Si eso fuera así los dueños del monopolio de la transformación social tendría que hacerle juicio político no solo a Thunberg sino a Bertha Cáceres, Francia Márquez, Wangari Maathai, Uros Macerl, y otros cientos de activistas por defender el planeta sin contar con la anuencia del politburó y/o la nomenklatura global.
Sin duda, esa visión obtusa, y determinista, sigue anclando al movimiento social global a formas lineales de acción, y organización, que excluyen a actores no pertenecientes a las lógicas de los antiguos partidos de masas, y a la partidocracia en sí.
Y es que al examinar los artículos y discursos de Thunberg, es posible percibir algo más profundo que una simple estrategia de marketing fraguada por poderes fácticos. En Dejad de pedirnos la solución a vuestro caos la joven prodigio sueca menciona aspectos endémicos y estructurales que propician la debacle ambiental actual al señalar: “Necesitamos una visión holística que se enfrente a la crisis de sostenibilidad y al desastre ecológico al completo. Y por eso no dejo de repetir que tenemos que empezar a tratar la crisis como la crisis que es. Porque solo entonces, y solo con la guía de la mejor ciencia que tenemos a nuestra disposición (como se indica claramente en todo el Acuerdo de París) podremos empezar a crear juntos ese camino global hacia delante”.
En suma, Thunberg coincide implícitamente con la idea de que no es posible hablar de crisis ambiental, y cambio climático, sin hablar de capitalismo o modelo depredador y de acumulación, que se ha servido de la explotación de los recursos humanos, y naturales, para crear riqueza para pocos.
Sin proponérselo esta ambientalista ha vuelto a abrir una discusión en boga actualmente: no es el antropoceno sino su derivación más perversa, el capitaloceno, la era en que vivimos. No es el hombre el único culpable de este desastre sin reversa sino el capitalismo, raíz principal de la destrucción, acumulación, y despojo, que dominan el mundo contemporáneo y que tiene unos responsables principales: el poder del 1% de mortales que lo controlan desde la trastienda.
Sin duda el legado y el papel de Greta Thunberg para la humanidad serán valorados en un futuro no muy lejano. Por ahora solo nos queda disfrutar del eco de sus palabras, en miles de personas en el mundo, soñando con una esperanzadora quimera: otro mundo sí es posible.