En el mundo empresarial contemporáneo un gerente que no controle los costos y produzca resultados está out. Bueno, no en todo el universo empresarial. En el mundo de la gerencia de lo público sucede lo contrario, aquellos gerentes que no producen están in.
La producción de resultados, el resultado, en lo público se puede entrever en una de las responsabilidades (“jarta” por cierto) que tiene la gerencia pública: la rendición de cuentas. Esta, pueden corroborarlo ustedes, demuestra sin lugar a la más mínima duda que la administración reúne sus mejores talentos y hace gala de las más refinadas artes en producir justificaciones. Los documentos y ceremonias de rendición son un dechado de justificaciones sobre la manera como se gastaron los recursos. Rendir cuenta es justificar el gasto.
De creer todo lo bueno (ya que de lo malo nadie da cuenta) este sufrido país sería el prototipo del bien hacer. Deberíamos cobrar las tecnologías en gestión pública que, de acuerdo con sus protagonistas no podrían ser mejores. Cuanto bien le haríamos al mundo si esos conocimientos fueran asumidos por digamos China, los países africanos, la India y, quién lo puede dudar, los países nórdicos.
¡Ellos tienen tanto por aprender y copiar!
¿Será esa la economía naranja en la que está empeñado el actual gobierno?
Sí. La justificación es el producto bandera de la Colombia pública. Ella ha contaminado a todas las ramas del poder y se ha extendido a un cúmulo de malas empresas privadas (¿Contratistas?) y al conjunto de la administración (y sus servidores), tal que debería promoverse (quizás por la Contraloría) un pequeño cambio constitucional con el cual se le endilgue, a cambio del control de resultados que establece el artículo 119, un artículo que diría que “le compete a la Contraloría la vigilancia de la gestión fiscal y el seguimiento de las justificaciones por no hacer lo que se debe, que emanan de la administración”.
Sí. Ese sarcasmo es un recurso para llamar la atención sobre la calidad y sobre todo la capacidad que (no) adorna a la gerencia de lo público para hacer lo que debe y por lo que se le paga.
La producción, dicho así escuetamente, del Estado colombiano, está en la producción (digamos que eficiente) de bienes servicios y externalidades. La disposición de estos para aumento del bienestar del conjunto de la sociedad por su disponibilidad, uso y consumo. Y la distribución equitativa de esos productos. No más. No menos.
Sin embargo, la gestión de lo público está llena, repleta, toteada, de uso y consumo de recursos que solo pareciera que tiene un fin, engordar al propio Estado, las entidades que lo conforman y a los hijos, nietos y descendencia de los gestores, sus jefes políticos y sus Contratistas. No más. No menos.
La cultura de hacer muchas cosas, para tener un rico abanico de justificaciones (primer producto de la gestión pública) que habilita la perpetuación del ritmo de destrucción de recursos, es una jugosa oportunidad para gerentes que sí conciban esa disciplina de gobernar entidades o estados de una manera menos obtusa. La fórmula en principio es sencilla: mejores gerentes + orientación a generar productos públicos + producir eficientemente + distribuir los productos con equidad.
La producción eficiente tiene como principal componente la administración adecuada de los recursos y entre estos los más relevantes corresponden al recurso humano. Pero el recurso humano, en el sector público ha asumido para sí la justificación como primer resultado esencial. Es la cultura pública.
El Estado debería prever y exigir a todos sus servidores el mostrar y demostrar que su contribuyen a los productos. Si él está pagando, debe recibir la contraprestación de lo pagado. Hay que identificarlo, hay que medirlo y hay que evaluarlo No más. No menos.
Y eso se puede y debe hacer.
El cómo propiciar mejores resultados ha sido claro para mí desde hace muchos años.
Aprendí y luego apliqué. He tenido varias incursiones en ejercicios de gerencia de recursos, en varios, no todos, las propuestas y decisiones de agregar valor han tenido éxito. Los elementos que han caracterizado el éxito ha sido la capacidad de acertar, o no, en los incentivos y en la medición precisa del producto.
Rondaba por los 17 años, accedí a mi primer empleo formal en una plantación de clavel en una población de la sabana de Bogotá. Por mi condición de bachiller, tenía mejor formación que el conjunto de los trabajadores del cultivo. Por eso, aun siendo tan joven dentro de mis funciones tenía la de liquidar cada dos semanas la nómina de cerca de 300 trabajadores de la plantación y la jefatura de un grupo en una, así se denominaba, hectárea.
Mi hectárea, tenía la meta de poner a punto, para siembra, un lote de terreno muy enmontado e irregular. El ritmo de trabajo hacía prever que dicha labor demandaría algo más de una semana y media, cuando solo disponía de una semana. Se me ocurrió negociar con los trabajadores en las siguientes condiciones: les daba máximo cinco días para culminar la tarea, si lo hacían en menos tiempo, los días que se ahorraban se les concedían como descanso. Esperaba que lo hicieran en esos cinco días, ellos se ganaban media jornada (el sábado) y se economizaban tres o más días dada la “productividad” normal, todos ganábamos.
Ese episodio refleja mucho de la idiosincrasia de los agentes en procesos de gestión.
El grupo realizó el trabajo en tres días y medio. Por ende, se hicieron acreedores a un descanso de dos días.
¡Todo un despropósito para los socios colombianos y un resultado afortunado para los socios italianos! Me gané los aplausos de éstos últimos y el desagrado de la parte colombiana.
La gerencia colombiana tradicional se siente satisfecha si ven a los empleados haciendo esfuerzos, el esfuerzo justifica el quehacer aún sin importar los resultados. Y así está arraigado en la gestión de lo público: los cargos ídem se caracterizan legal e institucionalmente, por las funciones que deben cumplir. “Detalladamente” reza la norma constitucional. El funcionario debe funcionar, esto es cumplir funciones, no importa que el resultado sea solo el agotamiento de recursos, sin sentido ni retorno de valor. Esta cultura ha sido exitosa en producir (o mejor en justificar) un cúmulo de funcionarios que, a su vez, ven justificada su función por la (jocosamente) denominada hora/nalga.
Dicha justificación fue suficiente en un mundo libre de pandemia. Hoy frente a las condiciones de aislamiento, la hora /nalga es completamente anodina. Por ende, es posible que la pandemia y el trabajo en casa nos esté dando la oportunidad de evolucionar de la justificación a la demostración de la producción.
Un funcionario que funcione, idealmente, en el sector público debe caracterizarse por estar motivado, por tener cierto grado de decisión en el actuar para producir mejor. Por ser responsable por responder y generar el equivalente al valor que le es reconocido y pagado. No menos.
Hay que cambiar el chip para que los nuevos gerentes reconozcan, acepten y faciliten las ideas y la innovación. Debe desterrarse la práctica de desdeñar, ignorar y menospreciar las ideas. Hay que reconocer que todos los agentes tienen la capacidad de producir más y mejor, en tanto tengan una motivación adecuada. Y medir la contribución al producto (claro si hay producto)
Algunos se pueden motivar por retos o por liberación de la forma de hacer; por hacer visible la contribución en el producto; por asignación de responsabilidades. Un aumento salarial no motiva. Un ascenso motiva por poco tiempo. Pero un desconocimiento de los aportes mata toda voluntad y construye funcionarios a imagen y semejanza de los hacedores de justificaciones.
Ahora bien, conciliando los aspectos de este escrito, que tiene un evidente propósito de criticar la gerencia de lo público, se puede concluir que su principal papel y la mejor función que desempeña es la justificación; que no ha tenido ni la disposición y menos la inteligencia suficiente para encarar la condición y las posibilidades de encontrar los motivadores para sí misma como para los recursos que administra. Se hace mucho. Se produce poco.
La sociedad requiere gerentes públicos que produzcan, en principio, motivación y trabajadores que motivados se dediquen con sus mejores esfuerzos a generar mejores y más eficientes productos públicos. Sí más. No menos.
Corolario. La gerencia pública debe dedicarse más a producir más, mejor y más eficientes productos y menos justificaciones. Por ende, hay que medir el producto público (bienes servicios y externalidades) y la equidad en su destinación. No menos.